Entrevista a Adela Cortina "La única salida es la ética y el diálogo" - Étnor

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La filósofa Adela Cortina (Valencia, 1947), la gran referencia española de la ética, es una de las premiadas por la Asociación Iberoamericana de la Comunicación (Asicom), que celebra este martes, su gala anual en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo. Cortina es catedrática Emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y directora de la Fundación Étnor. Fue la  primera mujer en convertirse miembro miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

—¿Qué supone este premio?

—Supone algo especial. Es un premio dirigido a reforzar los vínculos iberoamericanos de los dos lados del Atlántico. Debemos reforzar Iberoamérica y ese premio significa que algo lo he intentado y se me reconoce. Trabajando conjuntamente con ellos, es un reconocimiento que agradezco. Es muy importante reforzar nuestros lazos con Latinoamérica y con Europa.

—¿Por qué no tiene móvil?

—He resistido, veremos cuánto me dura. Por un afán de libertad; todo el mundo está agobiado con el móvil. Me siento como un bicho raro, pero también como un ser libre. Y encima, leo que provocan adicciones a los móviles y a las pantallas.

—¿La desinformación es un problema de primer nivel?

—Acabo de escribir un libro sobre inteligencia artificial, ética o ideología, y justamente el tema que trato es que en una sociedad como la nuestra, tan conectada, no está muy comunicada, que no es lo mismo. Hay miles y miles de conexiones, pero la comunicación es dialogar e intercambiar cosas veraces. Comunicar es interesarse por alcanzar la justicia conjuntamente. Hay plataformas, pero no nos hacen más cultos. Muchas personas no piensan, se conectan.

—¿Afecta en el día a día?

—Hay desinformación intencionada, campañas preparadas. Se difunden mentiras. Eso de la postverdad es una tontería: simplemente son mentiras interesadas. En la política gobiernan las narrativas y, a veces, son mendaces, son mentiras. La gente cree en esas desinformaciones porque les interesa creérselas, porque queremos estar en un bando; de ahí vienen las polarizaciones. Es la sociedad más conectada, la que puede conseguir más información —yo misma recurro a Google y a los procedimientos rápidos—. Antes teníamos que irnos a una biblioteca y ahora lo tenemos en un ordenador. Eso no quiere decir que estemos más formados o que seamos mejores personas.

—Usted ha defendido la “ética de la razón cordial”. ¿Cómo se aplica en un mundo cada vez más polarizado?

—Está complicadísimo. La ética de la razón cordial, publicada por cierto en una editorial asturiana (Ediciones Nobel), proponía que la ética es necesaria, imprescindible, pero tiene que ser una ética muy determinada: no solo que argumente, sino que dialogue y tenga lógica y corazón, lo que es el ser humano. Hemos formado un cuerpo de gente a favor de la ética dialógica. ¿Está difícil? Sí. Pero es la única salida: la ética y el diálogo. Es un mundo multicultural, multifacético; hay que resolver los temas a través del diálogo. Si la paz en Gaza es posible, pues fantástico.

—¿Qué retos?

—Muchísimos. La construcción de la paz es uno, en Palestina, pero también en Europa: parece que nos olvidamos de la guerra de Ucrania. Es un momento de recordar que hay que ayudar a Ucrania, porque es ayudarnos también a nosotros mismos. Eso es indecente. En todos esos lugares hay que trabajar por la paz. Ese es el primer reto, y es más viejo que la humanidad, siempre ha sido nuestro reto. Hay que resolver el hambre y la pobreza. Es indecente que en pleno siglo XXI haya tanta gente muriendo de hambre; acabar con eso es una obligación, un desafío de este siglo. Acabar con la emigración forzosa es un deber, también es indecente. Que no se tengan que ir de su casa y hagan su vida en su sitio. Y un cuarto, construir una democracia auténtica, porque está en horas bajas.

—¿Cómo ve la política?

—Estamos en una situación muy mala, malísima. La democracia se está degradando poco a poco y hay que recomponerla. Hay polarización y las gentes han decidido ponerse una marca u otra. Es lo contrario de la Ilustración, que consiste en servirse de la razón. Muchas veces nos dan la noticia ya enfocada y los ciudadanos no se acostumbran a pensar. Estamos fatal en ese sentido, muy polarizada, porque a los políticos les interesa y en los medios se transmiten esos mensajes. Es terrible, da mucho miedo. La gente no dice lo que piensa porque teme al aislamiento. A la gente se la aísla con etiquetas, porque tienes que estar en un grupo u otro.

—¿Es normal que se insulte a Pedro Sánchez en fiestas o conciertos?

—Me parece que no arreglan absolutamente nada; solamente desacreditan. El insulto no es manera de ir por el mundo: hay que argumentar. Me parece triste que esté extendido que unos insultan a los otros y los otros a los unos. El insulto no significa nada. Lo que tendríamos que hacer es argumentar: si tengo algo que decir, lo digo, con razones fuertes y bien dichas. Lo otro es crear mal ambiente y ocultar la verdad.

—Ha trabajado mucho el concepto de «aporofobia”. ¿Ha visto avances reales en el rechazo al rechazo del pobre?

—Es el rechazo al pobre, al desamparado, al que no tiene nada que darte. Esto es más viejo que la humanidad, lo tenemos en el cerebro, pero hay que debilitar esas tendencias y reforzar la compasión o el amor. Cuando publiqué un libro me escribió mucha gente, diciéndome que era otra manera de ver la vida. Es una obviedad que hay rechazo al pobre. Ha subido el número de maltrato a la gente sin hogar y lo llamativo, según varios observatorios, es que quienes hacen todo tipo de cosas son una serie de jóvenes aburridos, de fiesta, que van a distraerse en el cajero. Los delitos de aporofobia —que es un delito— han aumentado. No se sabe si también porque, afortunadamente, hay más denuncias.

—¿Cómo le gustaría ver el mundo en diez años?

—Un mundo en el que las personas tuvieran corazón y razón, que fuesen capaces de argumentar, de tomar sus propias decisiones, de decidir lo que realmente les gusta y que desarrollasen ese proyecto.

Fuente: lne.es

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Martha Rodriguez