Una antología poética de Julia Uceda, ilustrada por el artista Francisco Uceda, rinde homenaje a la poeta en el año de su centenario - Fundación José Manuel Lara

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‘A todo lo que pase y se borre y se pierda’ recoge poemas de todos los libros de la autora y ofrece una muestra representativa de su trayectoria

El libro, editado en colaboración con la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, se presentará en la Feria del Libro de Sevilla

Las ilustraciones de Francisco Uceda, que trabajó en el libro con la poeta hasta poco antes de su muerte, convierten la edición en un objeto único

A todo lo que pase y se borre y se pierda

Julia Uceda
Antología poética ilustrada por Francisco Uceda

Publicada con motivo del centenario del nacimiento de Julia Uceda, una de las autoras más importantes de su generación y de la poesía española contemporánea, esta antología es fruto de la colaboración entre la poeta, que trabajó en ella hasta poco antes de su muerte en 2024, y su sobrino el artista Francisco Uceda. A todo lo que pase y se borre y se pierda recoge poemas de sus diez libros publicados, desde Mariposa en cenizas (1959) hasta Escritos en la corteza de los árboles (2013), y los acompaña de ilustraciones expresamente realizadas para la ocasión, en una hermosa edición que rinde homenaje a la memoria de Julia Uceda y reivindica tanto su perdurable ejemplo moral como la fuerza y la singularidad de su poesía.

Entrevista con el autor

En 2021 tradujo usted una antología bilingüe de la obra de Julia Uceda, publicada en Nueva York. ¿Pensaba ya entonces ilustrar sus poemas?

—Fuimos un equipo de traducción formado entre la Universidad Pública de Nueva York, el City College CCNY y NYU. Yo coordiné el proyecto, que fue un proceso de varios meses de lecturas de su poesía, y de leer bibliografía secundaria, todo para elegir los poemas. Luego pasamos unos dos años de reuniones semanales, debates y revisiones con los traductores María José Zubieta, Mary Arroyo, Lola Jourdan, Alexa Mamoulides y Carlos Martínez-Davis. La traducción poética requiere un tipo de lectura más profunda, casi arqueológica: una inmersión en la textura del lenguaje, en los silencios, en las grietas del sentido. En ese trabajo aprendí a escuchar los poemas de Julia desde otro lugar, con la precisión y el respeto que exige el paso entre lenguas. Respecto a ilustrar sus poemas, ya lo había hecho en ocasiones anteriores, en portadas o ediciones especiales, pero lo que se proponía en este proyecto a dos manos, en esta nueva antología era algo distinto. No se trataba de “ilustrar” en el sentido tradicional, sino de acompañar. Para ambos era importante que mis imágenes no tradujeran sus versos, sino que dialogaran con ellos, como si ambos compartieran una misma respiración:  que caminaran en paralelo.  Aunque sé que en muchos casos trasladé al terreno visual la experiencia de esa lectura profunda del poema, siempre con la intención de mantener un diálogo íntimo con su obra.

—¿Cómo fue la colaboración con su tía, que participó directamente en el proceso de elaboración de esta otra antología?

—Nuestra colaboración ha sido sobre todo entrañable desde que empecé mis estudios universitarios en EE. UU. En los últimos años, he subido varias veces a verla a Ferrol en los veranos, para visitarla, al igual que para trabajar con ella en el proyecto de traducción o para este proyecto. Pero, en general, ha estado mediada por la distancia, ya que resido en Nueva York. Así pues, las conversaciones han sido principalmente telefónicas o por correo electrónico: intercambiábamos poemas, imágenes y reflexiones. Ella comentaba los envíos con lucidez y humor, hablaba de las fotografías como quien habla de un sueño, buscando siempre la conexión más profunda. Entre las conversaciones sobre arte y literatura se colaban los temas cotidianos: la salud, las preocupaciones familiares, su visión crítica del mundo político o de la sociedad contemporánea. Esa mezcla de lo íntimo y lo intelectual ha sido constante y diría que fundamental. Las imágenes que yo le enviaba eran para ella motivo de análisis, pero también de emoción, muchas veces una excusa para hablar. En cierto modo, este diálogo ha sido una extensión natural de nuestra relación, que siempre se ha sostenido en la palabra y en la mirada, más que en los lazos de sangre. Creo que, sin saberlo, ambos íbamos trazando una especie de mapa afectivo.

—Cuenta que la poeta le aconsejó que no ilustrara sus versos, sino que los acompañara sin necesidad de interpretarlos.

—No sé si melancolía es la palabra. En efecto, sobre todo en la sección final, aunque también a lo largo del libro, hay composiciones en las que abundan las evocaciones de episodios vividos. A esos apenas les he querido dar forma cerrada, son poemas narrativos, casi derramados sobre la página sin mucha atención al cuidado formal que sí que hay en otras composiciones, un poco a la manera en que escribe un adolescente que lo que necesita es echar sobre el papel lo que le pasa por la cabeza. Y tienen en efecto presencia de ramillete de recuerdos, pero son poemas más descriptivos que confesionales, o sea, su entidad narrativa me parece que es más evidente que su entidad lírica. No hay una indagación consciente de sensaciones o sentimientos personales, sino el relato de unos hechos.

—También comenta en su Nota al lector que muchas de las imágenes están tomadas en el parque neoyorquino de Van Cortland, cercano a su casa.

—Sí, la mayoría de las fotografías provienen de ese parque, que para mí es una especie de bosque dentro de la ciudad. Bien es verdad que la fotografía es un primer paso, pero lo que estamos viendo en muchos casos va más allá de la fotografía y se adentra dentro de la técnica mixta, el foto-collage, el fotomontaje, cuando no hay acrílico o cualquier otra cosa que se me ocurra. Así que estas imágenes están formadas por capas, y esa primera capa, en general, ha empezado en algún lugar del parque de Van Cortland. En Almería lo consideraríamos un bosque. Casi 50 hectáreas de senderos, robles, arces y álamos, tuliperos, fresnos, entre otras especies que cambian de color con las estaciones. Es un lugar de tránsito entre lo urbano y lo natural, donde se puede escuchar todavía el silencio. Nueva York tiene esa dualidad: puede ser frenética, casi insoportable, y al mismo tiempo, profundamente verde. Van Cortland me ha ofrecido el espacio de contemplación que necesitaba para crear las imágenes del libro. Allí, en el cruce entre los árboles y la luz de invierno, encontraba resonancias de los paisajes interiores de los poemas de Julia. Creo que, en cierto modo, el parque (bosque) se convirtió en el escenario invisible de nuestra conversación interrumpida.

—Ha definido el libro, el diálogo entre los poemas y las imágenes, como una “conversación interrumpida”.

—Sí, porque habría continuado. Nuestra comunicación se cortó de manera natural, por la muerte, pero el libro conserva ese hilo de voz suspendido. No es una despedida, sino una continuidad interrumpida, un diálogo que permanece en suspenso. Las imágenes que quedaron fuera, las ideas que no llegamos a discutir forman parte también del tejido invisible del libro. Pienso que toda obra compartida entre dos personas que se admiran y se entienden termina siendo una conversación abierta. En este caso, la interrupción no implica cierre, sino permanencia. La ausencia de su voz se transforma en una forma de presencia, en la huella que deja lo que no pudo decirse.

—¿Qué relación tiene el título de la antología, un verso del poema “La trampa”, perteneciente a Extraña juventud, con la poética de la autora?

—Si bien “La trampa” aborda muchas otras cuestiones —la identidad, la creación, el destino—, ese verso, “A todo lo que pase y se borre y se pierda”, me tocó especialmente por esa manera de mirar el mundo desde la potencialidad que nos da el subjuntivo: como posibilidad, como aceptación del tránsito y de la fragilidad de las cosas. Más que una consigna poética, lo sentí como una lección de vida, una forma de estar en el mundo, de encarar el presente y de enfrentarse a la pérdida. Entre todos los versos de Julia, ese me pareció una síntesis perfecta de su mirada: su relación con lo efímero, con lo que se desvanece, pero deja huella. Julia siempre escribió desde ese borde donde las cosas desaparecen y solo la palabra puede sostenerlas un instante más. Elegirlo como título fue una manera de seguir dialogando con ella, de transformar la ausencia en continuidad. El título no solo nombra la antología: me gustaría pensar que la define. Es, en sí mismo, una poética. En sus versos, Julia explora la fragilidad del tiempo, la fugacidad de la memoria, la transparencia del mundo. Su escritura es un intento de rescatar lo que el viento borra, de nombrar lo invisible. Esa frase encarna la tensión entre la desaparición y el deseo de permanencia, entre el olvido y la revelación. Al usarlo como título, quise que el libro se leyera también como una conversación entre dos miradas: la suya, que nombraba el misterio, y la mía, que intenta capturarlo visualmente. «A todo lo que pase y se borre y se pierda» no es solo un verso: es una declaración de amor a nuestra forma de mirar el mundo y de habitarlo.

—¿Qué imagen ha proyectado Julia en la memoria familiar? ¿Cómo era la poeta en la intimidad?

—Difícil responder por la familia, así que lo haré solo por mí, en mi relación de más de 50 años. Cuando pienso en tía Julia a lo largo de los años desde mi niñez, pienso en una mujer cercana y distante, cálida y severa, profundamente humana y al mismo tiempo enigmática. Ha sido una mujer de carácter fuerte, pero también de una sensibilidad extraordinaria, capaz de detenerse en los matices más imperceptibles. Su presencia siempre me ha impuesto respeto, no por autoridad sino por la coherencia con la que vivía. Aunque podía ser tajante, era cariñosa y tenía un gran sentido del humor. Le gustaba hablar de todo, pero siempre desde una distancia que le permitía pensar y no dejarse arrastrar por la inmediatez. Era lúcida. No soportaba la mediocridad ni el ruido: prefería el silencio, el orden. Tenía una mirada entrenada para ver lo esencial, y creo que esa mirada la mantuvo viva hasta el final. Para mí, tía Julia ha sido una presencia inspiradora, aunque nunca complaciente. Nos enseñó, sin decirlo, que la libertad se defiende con la palabra, pero también con la actitud ante la vida. Ha sido una especie de brújula, una referencia constante, incluso cuando no estaba de acuerdo con ella. Hoy, su ausencia me pesa, pero su ejemplo sigue conmigo.

—La literatura en general tiene un peso importante en su propia obra, ¿qué otros proyectos guardan relación con ella?

—Para mí, la literatura no es un adorno sino una manera de pensar y estructurar la imagen. Vengo de la Filología Hispánica e Inglesa, y muchas series nacen de la lectura —o del silencio de la lectura— y se resuelven en diálogo con el texto. A veces ese diálogo se convierte en colaboración y cristaliza en libro: La desolación del náufrago surgió como una conversación sostenida entre palabra e imagen; Treinta y siete latidos surgió para dialogar con Tres lecciones de tinieblas de Valente, aunque nunca vio la luz en formato de libro. Otros proyectos como Fulgores vanos amplían ese intercambio para revisar, con voz propia y ajena, cómo miramos la historia; y, más recientemente, Invisibles es un proyecto en el que trabajo codo a codo con Guillermo de Jorge, donde la escritura y la fotografía se interpelan y se reescriben mutuamente. Otros proyectos han mantenido esa misma lógica de cruce: Homenaje a Bernardo Soares parte del universo de Pessoa para pensar el fragmento y la identidad, mientras que Night and Day explora, desde el formato del libro y la secuencia, el ritmo entre lo visible y lo oculto. En todos los casos, la literatura actúa como un andamiaje: a veces es texto que acompaña, a veces es montaje o respiración, y otras veces es directamente colaboración autoral. Mi trabajo, en el fondo, es una forma de escribir con imágenes y de leer con los ojos: una práctica que entiende el libro como espacio natural de encuentro entre voces, miradas y tiempos.

los autores

Julia Uceda (Sevilla, 1925-Ferrol, 2024) se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Hispalense y obtuvo el doctorado con una tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo. Ejerció durante algunos años la enseñanza en dicha Universidad y fue, desde 1965 hasta 1973, profesor en Michigan State University. Después de una breve estancia en España, abandonó nuevamente el país para residir en Irlanda hasta 1976, año en que trasladó su residencia a Galicia. Fue catedrática de Literatura Española de I.N.E.M., y de Escuelas Universitarias. Su labor crítica e investigadora se encuentra en revistas literarias especializadas de Estados Unidos y de España. Dio conferencias en España, Estados Unidos e Irlanda. Poemas suyos fueron traducidos al portugués, al italiano, al inglés, al alemán, al chino y al hebreo, entre otros idiomas, y antologados y editados en diversas publicaciones españolas y norteamericanas. Fue Académica de Honor de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y formó parte de la Asociación Internacional de Hispanistas. Dirigió la colección de poesía Esquío con Fernando Bores y coordinó La Barca de Loto con Sara Pujol. Reunió por primera vez su poesía en el volumen En el viento, hacia el mar (1959-2002) (Vandalia, 2002, Premio Nacional de Poesía), al que le siguieron los libros de poemas Zona desconocida (Vandalia, 2006, Premio de la Crítica), Hablando con un haya (Pre-Textos, 2010) y Escritos en la corteza de los árboles (Vandalia, 2013), recogidos en la edición definitiva de su Poesía completa (Vandalia, 2023). Fue también autora del libro de relatos Luz sobre un friso (Menoscuarto, 2008). Entre otras distinciones, recibió el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca (2017) y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2021).

Francisco Uceda (Almería, 1969) es un artista conceptual residente en Nueva York desde los años 90, tiempo en el que comienza su actividad artística, exponiendo su obra en España, Estados Unidos y Europa. Ha participado en más de 15 exposiciones individuales y más de 40 colectivas. Ha sido galardonado dos veces con el Premio Imágenes Jóvenes del Instituto de la Juventud de España y ha sido invitado a participar en la Bienal de Jóvenes Artistas de Europa y el Mediterráneo en Lisboa (1994) y Roma (1999). Además, ha estado presente en los festivales de PhotoEspaña desde 2019 hasta 2024, acumulando diversos premios nacionales e internacionales en fotografía. Su obra se caracteriza por cuestionar los convencionalismos, arquetipos y estereotipos del imaginario colectivo occidental. Se mueve entre el documento realista y el simulacro cargado de ficción, creando narrativas que reflejan tanto sus vivencias personales como su activismo social y político. Aborda la poética de la imagen desde la intertextualidad, manteniendo un diálogo constante con la literatura, como se ve en su obra visual publicada hasta la fecha: La desolación del náufrago (2000), Fulgores vanos (2021) y Night & Day (2024). Paralelamente a su labor artística, Uceda es docente y traductor. Desde 2013 ha impartido clases en el Máster de Educación del City College de Nueva York y es profesor de lengua extranjera y arte en Bronx High School of Science. Es licenciado en Antropología y Fotografía por Bard College y en Filología Hispánica e Inglesa por la Universidad de Almería. De sus traducciones español-inglés destaca la antología poética de Julia Uceda, And a woman walked and walked and walked (2021).

‘A todo lo que pase y se borre y se pierda’

Julia Uceda
Antología poética ilustrada por Francisco Uceda
Distribución: 22/10/2025
EAN: 9788419132666
Código: 0010374031
25 x 17,6 cm / 160 pp
PVP: 17,21 / 17,90 euros
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