Tarsin, un pueblo sepultado por los desastres naturales y la guerra ...

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Angela Githitho Muriithi, Directora Subregional para Oriente Medio, Norte de África y el Cuerno de África, comparte esta reflexión a raíz de la crisis humanitaria en Sudán, una de las peores ocurriendo hoy en el mundo:

El pueblo de Tarsin, en el oeste de Sudán, prácticamente desapareció el pasado 31 de agosto. Hogares, huertos, ganado, familias enteras… todo quedó sepultado por un deslizamiento de tierra provocado por lluvias torrenciales, una tragedia pasada por alto por la guerra que sufre el país.

En un principio tras el deslizamiento, las autoridades locales hablaron de cientos de muertos, mientras que el Movimiento de Liberación de Sudán (MLS), que controla partes del área y ha utilizado durante mucho tiempo la cordillera de Jebel Marra como bastión, emitió mensajes urgentes de auxilio afirmando que el número de víctimas se contaba por miles. Semanas después, las cifras siguen siendo objeto de disputa entre ambos bandos. ¿Fueron 372 vidas perdidas o cerca de un millar? La verdad sigue enterrada bajo el lodo.

Y aquí radica uno de los grandes desafíos de la respuesta humanitaria en tiempos de guerra: cuando los propios datos se vuelven objeto de controversia, ¿cómo se garantiza que el sufrimiento de las personas no se minimice ni se politice? La falta de datos precisos, sumada a la inaccesibilidad de las zonas remotas, no es solo un obstáculo logístico: es una barrera contra la verdad, la visibilidad y la rendición de cuentas.

En Tarsin, el trágico deslizamiento se sumó a la crisis ya existente por el conflicto que ya va por su tercer año. Comunidades ya desplazadas y traumatizadas por años de guerra se vieron de pronto golpeadas por una catástrofe natural. Entre los 18.000 habitantes de Tarsin había unos 2.000 desplazados internos que habían buscado refugio allí tras huir de focos de violencia en otras zonas del país como Zamzam —un campo de desplazados que sufrió ataques de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) a comienzos de este año— y El Fasher, la capital de Darfur del Norte, actualmente bajo un asedio militar implacable.

Para muchos, las colinas de Tarsin ofrecían un refugio frente a la violencia. Pero, cuando llegaron las lluvias, la seguridad allí también se derrumbó. Como actores humanitarios, debemos preguntarnos: ¿cómo responder de forma eficaz en un lugar así, donde las necesidades son múltiples, crónicas e inseparables del conflicto que las rodea?

En Darfur, el conflicto define cada capa de vulnerabilidad. Es por eso que un deslizamiento de tierra se convierte en algo más que un deslizamiento; por eso las inundaciones se cruzan con el hambre infantil, la falta de atención médica y la falta de refugio para muchas familias que han tenido que desplazarse en múltiples ocasiones. Es también por eso que la ayuda humanitaria a menudo se ve enredada en la política, incluso aunque nunca debería ser así, y debido a ello incluso las cifras de víctimas se disputan. Tras conocer la situación de emergencia, nuestro equipo tardó ocho largos días en llegar a Tarsin desde Tawilla. Avanzaron lentamente, por caminos bloqueados y terrenos inestables, hasta que los vehículos no pudieron seguir. Desde allí continuaron con camellos y burros, cargando lo que podían. Las distancias que en el mapa parecían cortas se volvieron interminables. En teoría,se tardan cuatro horas de Tawilla a Soni, y otras tres de Soni a Tarsin por carretera, seguidas de una subida de dos horas y nueve kilómetros por colinas que parecían no tener fin.

Por suerte, a pesar de los siete puestos de control entre Tawilla y Soni (¡donde termina la carretera!), y quizá porque el propio MLS había dado la alarma, los equipos humanitarios de Plan International y otras agencias pudieron viajar con seguridad. Un principio fundamental del derecho internacional humanitario establece que todos los civiles tienen derecho a recibir asistencia y que los actores humanitarios deben contar con acceso seguro y sin restricciones para ofrecer dicha ayuda.

Lo que los equipos humanitarios de Plan International y otras agencias encontraron tras ese largo trayecto fue desolador. No había centros de salud, ni siquiera los más básicos. A pesar de las copiosas lluvias que acabaron provocando el deslizamiento, los wadis que transportaban las aguas de la crecida se vaciaron casi tan rápido como se habían llenado. Para cuando los equipos humanitarios llegaron, una semana después de la tragedia, ya se estaban secando, dejando a las familias afectadas sin agua potable.
La gente dormía a la intemperie, juntando trozos de piedra y hierba, o nada en absoluto, para protegerse de la lluvia. El hambre se veía escrita en los cuerpos de los niños y niñas: casi uno de cada cinco mostraba los signos frágiles de desnutriciónaguda. Y en todas partes, los riesgos de protección eran palpables: mujeres y niñas caminando durante horas por terrenos peligrosos para buscar agua; niños y niñas fuera de la escuela, con su futuro suspendido; familias hacinadas, sin privacidad ni seguridad.

En un contexto así, la acción humanitaria no se trata solo de entregar alimentos o medicinas. Se trata de mantener abierto el propio espacio humanitario, un espacio que el conflicto amenaza con cerrar. Y surge otra pregunta: ¿cómo evitar que lugares como Tarsin se hundan en la invisibilidad cuando los titulares desaparecen, sin correr el riesgo de que la acción humanitaria se convierta en una moneda de cambio dentro del conflicto más amplio?

Con el apoyo de nuestros socios financieros, logramos llevar algo: alimentos, agua potable, kits de higiene para mujeres y niñas, y ropa para niños y niñas. Todo ello fue esencial para quienes los recibieron. Se veía en sus rostros: en el alivio silencioso de una madre que recibía jabón y compresas; en un padre que podía llevar a casa una pequeña bolsa de comida. A pesar de todo, solo era una gota en un océano de necesidades. Las necesidades en Tarsin son inmensas, mucho mayores de lo que pudimos cubrir. La historia de Tarsin no es solo una historia de tragedia. También es una historia de resiliencia, solidaridad y la obstinada determinación de las comunidades y los humanitarios de cruzar montañas —literal y figuradamente— para demostrar que las vidas en los lugares que muchos han olvidado también importan.

Para las organizaciones humitarias, Tarsin es un recordatorio: nuestra capacidad de respuesta, que a menudo tratamos como un aspecto técnico, es en realidad una cuestión de vida o muerte para quienes sufren. Y estar preparados significa invertir en una presencia sostenida y anticipada, construyendo alianzas locales sólidas para que no aparezcamos solo en los momentos de crisis y desaparezcamos poco después, como las lluvias que llegan en torrentes y luego se desvanecen.

También significa tener un profundo conocimiento del contexto, así como la habilidad diplomática y política para navegar las dinámicas de poder y negociar el acceso, porque los desastres no esperan a los acuerdos de paz. Pueden golpear a los más pobres y en zonas remotas, en lugares que el mundo con demasiada frecuencia considera inaccesibles. Y cuando golpean, cada segundo y cada minuto cuenta para los más vulnerables.

Debemos también abogar por una financiación flexible que nos permita actuar con rapidez, permanecer más tiempo y adaptarnos a medida que evolucionan las realidades.

Por encima de todo, debemos reafirmar que la acción humanitaria imparcial y basada en principios no es un acto de caridad, sino un deber de solidaridad, que exige valor, perseverancia y la disposición de cruzar montañas, una y otra vez, por la humanidad misma.

Recapiti
Sadaya Delaossa