Contra todo pronóstico La Libertad Avanza (LLA) –el partido de Javier Milei– se impuso en las elecciones parlamentarias argentinas de medio término y reinstaló entre sus más fieles seguidores el ambiente triunfalista de dos años atrás, cuando fue elegido presidente. La inesperada victoria era bastante impensable para la mayor parte de los actores políticos vinculados al oficialismo, incluso para las más altas autoridades, como terminó reconociendo el propio presidente. Las razones de su triunfo son diversas, incluso pueden ser contradictorias, pero vale la pena enumerarlas de modo de tener una mejor visión de los retos que tiene el presidente por delante.
La mayoría lo votó para evitar un mal mayor y no por simpatía o proximidad con las posturas libertarias o con la escuela austríaca.
Después de unos meses horribles, donde no sólo se sucedieron errores políticos, algunos de grueso calibre, el frente económico, hasta entonces el principal sustento del discurso libertario, comenzó a deteriorarse de una forma que parecía irreversible. Unas desafortunadas medidas monetarias llevaron al dólar a cotizar en el límite superior de la banda de flotación, obligando al gobierno a comprar un buen número de divisas, lo que aumentó la desconfianza de los mercados y la subida del riesgo país. Fue entonces cuando la mano salvadora de Donald Trump acudió pronta a su rescate en la forma de un swap de 20.000 millones de dólares.
Aquí es donde emerge el primer factor que permite explicar el triunfo de LLA. No sólo porque la ayuda estadounidense calmó los mercados, permitiendo al gobierno pensar en otras cosas, como la campaña electoral, sino también porque la advertencia trumpiana de retirar la ayuda en caso de una victoria populista llevó a muchos ciudadanos a pensar en un agravamiento de la coyuntura económica, ante lo cual la mejor respuesta era votar por los candidatos oficialistas. Por eso, ante la pregunta que algunos se plantean si en la victoria de Milei fue más decisivo el control de la inflación o el antiperonismo habría que responder que ambas cuestiones a la vez, aunque aún es pronto para determinar la proporción en la cual incidió cada una de estas cuestiones.
Hubo otro factor que influyó en el resultado, especialmente en la provincia de Buenos Aires y otras provincias del interior, que fue la introducción de la Boleta Única de Papel, un mecanismo que ha cambiado para bien la forma de votar de los argentinos y ha reducido la corrupción y la picaresca vinculadas con las elecciones, como el robo de las papeletas de votación o el relleno de urnas con sufragios propios ante la ausencia de fiscales de mesa no peronistas. Al mismo tiempo, la Boleta Única ha abaratado las campañas electorales para la mayor parte de los partidos participantes.
Estos comicios se dieron en un ambiente de gran polarización, que llevó a licuar las posiciones más centradas como la impulsada por los seis gobernadores que estaban detrás del proyecto de Provincias Unidas. En este contexto, los ciudadanos se vieron obligados a elegir entre mileísmo y kirchnerismo, que concentraron más del 72% de los votos, reduciendo las opciones de los grupos moderados. Una parte de los potenciales votantes más centrados se decantó por LLA y otra por respaldar las posturas de los candidatos kirchneristas nucleados mayoritariamente en las listas de Fuerza Patria. El centro terminó siendo absorbido por las dos fuerzas mayores del gobierno y de la oposición. Allí fue posible encontrar una gran minoría de votantes que, pese a la dureza del ajuste, pese a no llegar a fin de mes o pese a las expectativas existentes no dudó en mantener su respaldo al gobierno.
Un último factor por considerar fue el descenso en la participación, una dimensión en la cual también se equivocó el peronismo. Finalmente fueron los votantes de LLA los que más se movilizaron para evitar una potencial recuperación de espacios de poder en esta ocasión o el regreso del kirchnerismo a la primera fila del poder en 2027.
Una idea bastante extendida fue que cualquier opción de volver a las pesadillas del pasado, marcadas por la alta inflación, debían evitarse a cualquier precio y más cuando la alternativa kirchnerista-peronista fue incapaz de presentar propuestas concretas. Éstas fueron unas elecciones bastante raras donde la presencia de la campaña electoral brilló por su ausencia. No hubo mítines, debates y la publicidad callejera fue prácticamente inexistente. En parte porque al gobierno no le interesaba un debate de propuestas y en parte porque el peronismo se equivocó al pensar que su silencio iba a poner en valor los errores del gobierno para conducirlos a una nueva victoria. Una vez más volvieron a equivocarse.
La victoria peronista del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires funcionó como un bumerán. No sólo porque les dio la razón a aquellos, como Cristina Fernández, que pensaron que dicha operación beneficiaba al gobierno, sino también porque funcionó como un mecanismo de acción-reacción. Una nueva victoria kirchnerista-peronista extendía sine die las opciones justicialistas y revivió los temores de todos aquellos, que son unos cuantos, que votaron por Milei para evitar el regreso del kirchnerismo. Por eso es importante, para evitar incurrir en errores ya cometidos, que Milei no asuma como propios la mayor parte de los votos recibidos. La mayoría lo votó para evitar un mal mayor y no por simpatía o proximidad con las posturas libertarias o con la escuela austríaca.
Un lugar común instalado en la política argentina en las últimas semanas era que, a partir del 27 de octubre, del día después de la elección, al gobierno no le quedarían más opciones que modificar su rumbo de una manera clara, llegando incluso a una reconfiguración profunda del gabinete. Si se quería consolidar el rumbo reformista y sentar las bases para la reelección en 2027 había que cambiar la forma de hacer política, dialogando y negociando con los gobernadores afines y con aquellas fuerzas políticas más próximas. Hoy el riesgo es que el golpe de adrenalina que supuso la victoria electoral concluya en un nuevo esfuerzo por reducir la conversión del presidente en un político más dialogante y, si se quiere, incluso más educado y elegante.