Sexta jornada de la 40ª edición de La Mostra de Valencia y tercer largometraje de su Sección Oficial competitiva que apunta al conflicto migratorio como eje de su argumento. Piece of a foreign life, segundo trabajo largo de la directora Gaya Jiji en su también segunda visita al certamen, nos presenta a Selma, una mujer siria que huye a Francia escapando de la guerra que asola a su país. A pesar de las muchas dificultades que intuimos ha sufrido en el camino, Selma encuentra trabajo como ayudante de cocina en una pequeña cafetería en la ciudad de Burdeos. El problema es que Selma no tiene papeles de residencia, lo que complica su vida. Un día, una inspección de trabajo obliga a sus jefes a ponerla en la calle, lo que enturbia aún más su situación. Desesperada, Selma acude a un cliente habitual de la cafetería, un joven abogado que, tras afrontar sus propias dudas o recelos, decide ayudarla.
Uno de los mayores problemas a la hora de afrontar un cierto cine con “tema” o que aborda según qué cuestiones de orden social, no es tanto hasta qué punto somos capaces de leer su mensaje, sino qué particular punto de vista contiene una película sobre esa cuestión o si la forma que adopta como narración logra implicarnos como espectadores.
En cuanto al punto de vista, pensemos que tanto en el caso de Prometido el cielo como en Aisha can’t fly away y en esta producción, se aborda, de alguna manera, el mismo asunto de fondo. Cambia la procedencia de los personajes protagonistas, cambia el rostro de los opresores, pero el propósito de cada trabajo no varía: mostrar la marginalidad a la que caerán abocados aquellos que se ven obligados a abandonar su país por culpa de la pobreza o la guerra, ya sea en Túnez, en Egipto o, como aquí, en Europa. Y, como siempre, delante topamos con un estado que pone todo tipo de trabas.
Ahora bien, será en la forma en cómo se presenta esta historia cuando la propuesta muestre su verdadera eficacia. Así, si Prometido el cielo naufragaba por culpa de un guion demasiado calculado, aquí va a suceder algo similar. No es que uno se sienta ajeno a las dificultades que puedan pasar todas las Selmas que hay en el mundo, pero, puesto su caso en una forma dramática concreta como la que nos propone Gaya Jiji, esta no nos llega emocionalmente. Podemos pensar en ello como abstracción, pero la experiencia fílmica nos puede resultar anodina, lo que no quita ni pone sobre nosotros como seres sensibles ante las desdichas de los demás.
Poniendo nuestra atención a trabajar, encontramos en Piece of a foreign life, muchos temas que abordar, como la pérdida del hogar, el problema del abandono en la maternidad (como Naney, una de las protagonistas de Prometido el cielo, Selma ha dejado atrás a su hijo), la mirada de ese otro que nos observa como si fuéramos un extraño, el problema de la soledad, incluso entre los tuyos, o los vaivenes del amor (Selma da por perdido a su esposo, capturado por la policía de Bashar al-Asad). El problema aquí es que ninguna de estas cuestiones, ni juntas ni por separado, articulan un relato.
Gaya Jiji pone sus expectativas, otra vez, en la fuerza de su personaje protagonista, pero también de nuevo, cae por la falta de un fondo dramático claro. Jiji describe el proceso por el que va a transitar Selma y ahí pasaremos por todas las etapas, desde sus primeros obstáculos al toparse con las distintas fronteras que va a tener que sortear, el proceso para legalizar su situación, las dificultades económicas, etc. El problema es que, en su película, Selma va superando estos escollos sin la menor dificultad, saliendo airosa de todos ellos de una manera ciertamente sencilla. Y si esto es así, cabría preguntarse, ¿dónde está el conflicto? Y sin conflicto no hay relato.
Para cubrir esta ausencia de un verdadero drama, Gaya Jiji se apoya en una serie de elementos visuales que den gravedad a su propuesta. El primero de ellos tiene por guía la división de la película en bloques separados por unos afectados fundidos a negro. Pero separar de manera artificial unas secuencias de otras no establece el pautaje de una narración que se lee, contra las intenciones de la directora siria, en continuidad, como si estos fundidos no existieran, con lo que el efecto pierde toda su fuerza como elemento de énfasis narrativo.
Gaya Jiji quiere poner en primer plano los sentimientos que asaltan a su personaje protagonista en cada etapa de este proceso, de ahí la importancia que presta a las miradas, pero estas no nos revelan nada, son los hechos los que sitúan los ejes de su propuesta y estos son muy claros. Claros y, con frecuencia, faltos de cierta verosimilitud, caso de algunas reacciones de Selma o cómo el guion fuerza ciertas casualidades, ¿posibles?, cómo negarlo, pero dramáticamente poco elaboradas como es la relación que Selma tendrá con su abogado. Ese intento de suplir la falta de conflicto de la película recae también en el uso de la música extradiegética a la que se le imprime un tono melancólico con toda la intencionalidad, pero que no logra su propósito de dar cuerpo, es decir, poner en primer plano esas emociones que Gaya Jiji nos quiere transmitir.
Más próxima, más cercana se sentía la segunda de las películas de esta jornada, la producción turca Cinema Jazireh, segundo trabajo largo de la directora Gözde Kural. Nos acerca esta cinta a Lila, una mujer afgana que busca a su hijo desaparecido. Estamos bajo el régimen de los talibanes, lo que obliga a las mujeres a permanecer en sus casas, pues solo pueden salir al exterior si están acompañadas por su marido. Esta circunstancia obliga a Lila a tomar una decisión: disfrazarse de hombre. Mientras, a un lugar llamado Cinema Jazireh, llega un grupo de niños que van a quedar al cuidado de unos hombres dedicados a un misterioso negocio. Y es que, a pesar del letrero que da la bienvenida al visitante y como iremos descubriendo, Cinema Jazireh no es un cine, sino un lugar de citas para hombres.
Sostiene la propuesta de Gözde Kural, en primer lugar, una puesta en escena muy cuidada en la que, como en el caso de Aisha can’t fly away, destaca el trabajo de localizaciones. Espacios, en este caso abiertos, que cumplen su sentido narrativo y metafórico, dan volumen o acompañan al drama que sufren los personajes. Hablamos aquí de caminos polvorientos, de pueblos construidos por casas derruidas por la guerra y apenas conectadas entre sí, espejo de una estructura social desarticulada. Gözde Kural juega y pone el énfasis en estos lugares, concediéndose tiempo para dejar en el espectador esa impresión de distancia que hay entre ellos, marcando de esta forma el abandono y soledad que padecen sus habitantes, que es quizá la primera o incluso la principal cuestión que se esconde tras la trama particular de su película.
Consecuencia de esta deliberada descomposición de la comunidad, hace acto de presencia un poder omnipresente cuya influencia se esconde en el miedo agazapado en el corazón de cada hombre o mujer que habita estas tierras, nos dice Kural. Tras varios días de búsqueda infructuosa, Lila cae enferma por unas fiebres. En ese estado de disociación física y mental, se acerca a un hombre que cree que está enterrando el cuerpo de su hijo. A causa de su estado, Lila sufre un desmayo y, aunque será atendida, el hombre, que pronto descubre su disfraz, le advierte del peligro que corre sus vidas. Miedo que planea también sobre las actividades clandestinas que realizan los dueños del Cinema Jazireh. Miedo al castigo que amenaza, sobre todo, a las mujeres. Miedo ante lo que parece, según nos cuenta la película, una trata de niños pasados de mano en mano como mera mercancía para su explotación.
Cabe destacar de la película de Gözde Kural una estructura que trata de huir de las líneas maestras del relato clásico. Hay aquí principio, desarrollo y desenlace, si es que se puede llamar así al final inevitablemente abierto que nos propone; la diferencia se encuentra en que ese desarrollo se sostiene, más que en una razón simplemente causal, en la propia búsqueda errática de la protagonista. Lila va de un lado a otro como un zombie, dando tumbos sin una pista clara que la ponga en el camino adecuado. Solo la casualidad la llevará a dar algunos pasos que apuntalen la esperanza de encontrar a su hijo. A Gözde Kural no le interesa tanto resolver el conflicto que ha puesto como premisa, como poner al espectador en ese tiempo, ese vacío en el que se mueve la desesperanza de quien, en el fondo, no tiene ninguna esperanza al enfrentarse a lo imposible.
Esta atención por el tiempo, loable como propuesta, pesa sin embargo por momentos en una narración que quizá dilata demasiado una pieza que alcanza, sobre muy pocos sucesos, sus más de dos horas de duración. Eso hace que Kural se deleite demasiado en algunas situaciones que acaban por ser algo reiterativas, reteniendo de manera algo artificial una información que, si bien ayuda a sostener la resolución de su pequeña trama, también hace que se pierda cierta fuerza dramática provocando que el espectador llegue con la atención algo desgastada al tramo final de la película.
Siendo una película notable, el otro escollo se encuentra en una mirada que se percibe ajena a esa sociedad que se aspira a retratar. Percepción que queda expuesta en el punto de vista y confirmada en el coloquio posterior con la directora. Kural basa su relato en una serie de historias narradas por afganos en conversaciones que mantuvo durante un tiempo que visitó el país antes de la entrada de los talibanes. Entre las sorpresas que deparó esa experiencia, aparece el contraste entre su percepción sobre los hechos que le contaban y la de los propios habitantes de aquellas tierras que veían muchos de estos dramas con un halo de normalidad, la normalidad de quien vive todo aquello como algo cotidiano. Quizá habría sido interesante dar voz a esa otra percepción, propia de quienes viven todo ello en primera persona, que la de aquel que mira y juzga desde el exterior. GERARDO LEÓN