Trauma transgeneracional y guerra - Instituto Ángeles Wolder

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Explora cómo el trauma de la guerra no desaparece con el silencio. Descubre cómo el dolor colectivo se transmite de generación en generación, y cómo podemos transformarlo en conciencia y sanación.

El eco invisible de la guerra: generaciones heridas y conciencia colectiva

Hace unas semanas asistí a un congreso sobre trauma y memoria histórica. Entre las muchas voces que hablaron con sabiduría y experiencia, una frase de Peter Bourquin resonó en mi interior como una verdad profunda que no podía ignorar:

“Una guerra nunca termina cuando se firma la paz. Termina cuando el dolor encuentra un lugar en la conciencia.”

Esta afirmación, tan sencilla como brutalmente honesta, me acompañó durante días. Porque nos hemos acostumbrado a hablar de la guerra como un hecho terminado, clausurado, como algo que pertenece al pasado. Pero la guerra no acaba cuando callan las armas. La guerra —como el dolor, como la vergüenza, como el miedo— continúa actuando dentro de nosotros, se cuela en los gestos cotidianos, en los vínculos que construimos, en las emociones que no comprendemos y en los silencios que heredamos sin saberlo.

Lo que no se procesa a nivel individual o colectivo, se repite. Y el trauma, cuando no es sanado, se convierte en un legado silencioso que viaja a través del tiempo.

¿Qué es el trauma transgeneracional de la guerra?

El trauma transgeneracional —también conocido como trauma heredado— es la transmisión inconsciente de experiencias dolorosas no elaboradas por generaciones anteriores. No se trata de una herencia genética en el sentido clásico, sino de una herencia emocional, relacional y simbólica.

El psicoanalista francés Serge Tisseron ha trabajado extensamente sobre este fenómeno. Según él, cuando un evento traumático no puede ser simbolizado —es decir, cuando no puede ponerse en palabras, comprenderse o procesarse emocionalmente— queda encapsulado en el cuerpo y en la psique. Esa cápsula de dolor, de miedo, de horror sin relato, se transmite como un mensaje cifrado a la descendencia. Es lo que se conoce como transmisión epigenética.

No se trata de contar historias, sino de una atmósfera emocional que impregna la crianza, el lenguaje corporal, los silencios familiares, los gestos repetidos sin motivo aparente. El trauma no elaborado se convierte en un guion inconsciente que guía la vida emocional de quienes vienen después.

Esto es especialmente evidente en contextos de guerra, donde el sufrimiento fue tan abrumador que no hubo espacio ni condiciones para su expresión. El resultado es una cadena de generaciones afectadas por un dolor que no les pertenece directamente, pero que les habita profundamente.

Lo indecible, lo innombrable y lo impensable

Tisseron distingue tres capas del trauma heredado que nos ayudan a entender cómo se manifiesta en cada generación:

Lo indecible

Es el horror inmediato. Lo que ocurrió fue tan atroz, tan violento, tan deshumanizante, que no puede contarse sin romperse. Es la experiencia del superviviente directo: la persona que vivió la guerra, que vio morir a sus seres queridos, que fue desplazada, torturada o violada. En esta etapa, el trauma se experimenta como una vivencia abrumadora que solo puede ser contenida a través del silencio o la disociación.

Lo innombrable

Se refiere a lo que se intuye pero no se puede nombrar. Es el terreno de los hijos de quienes vivieron el horror. Estos hijos crecen en un entorno emocional cargado, lleno de tensiones inexplicables, de emociones desbordadas o de vacíos emocionales. Aprenden, muchas veces, a no preguntar, a no remover, a vivir con la idea de que “mejor no hablar de eso”. El trauma, entonces, se vuelve innombrable: existe, pero no tiene relato.

Lo impensable

Es el eco que llega a las generaciones posteriores. Se manifiesta como una tristeza sin origen, una ansiedad flotante, una culpa que no parece tener causa. Es el legado emocional del sufrimiento no elaborado, que se cuela en la vida de los nietos o bisnietos. Estas personas sienten una herida emocional que no pueden explicar, pero que condiciona sus decisiones, su forma de vincularse, su identidad.

Las cuatro generaciones del trauma transgeneracional

Primera generación: los que vivieron la guerra

Son los protagonistas del horror. Quienes tuvieron que sobrevivir a la guerra en cuerpo y alma. Enfrentaron pérdidas brutales, violencia extrema, hambre, desarraigo, miedo constante. En ellos, el trauma es indecible. Hablar del pasado puede significar revivir el infierno. Muchos eligieron el silencio como única forma de seguir adelante. Otros hablaron, pero desde la distancia emocional, como si los recuerdos no les pertenecieran del todo. Sus cuerpos quedaron marcados por la somatización: enfermedades, síntomas físicos inexplicables, reacciones desproporcionadas.

Segunda generación: los hijos del silencio

Aquí encontramos dos rostros del mismo dolor.

Por un lado, los niños de la guerra, que crecieron entre bombardeos, refugios, exilios y ausencias.No entendían lo que pasaba, pero lo sentían: el miedo en los adultos, el hambre, la pérdida, la mirada rota de sus padres.

Por otro lado, están los hijos de quienes combatieron, los que nacieron después, en hogares atravesados por el silencio, la culpa o la rabia contenida.

Ambos vivieron lo innombrable: un trauma que no podían explicar, pero que modeló su manera de amar, de criar, de confiar.
Muchos crecieron con padres emocionalmente ausentes, con madres desbordadas, con una tristeza flotando en el aire. Aprendieron que había temas prohibidos, que preguntar dolía, que mejor no remover. Y así, la herida del silencio se transmitió como una forma de supervivencia.

Tercera generación: los nietos del trauma

Son los primeros en preguntarse qué pasó. Sienten una angustia inexplicable, un vacío interior que no logran llenar. Muchos de ellos acuden a terapia sin saber bien por qué. Descubren, a través del trabajo emocional, que hay una historia familiar de dolor que nunca fue contada. Esta generación empieza a unir piezas, a buscar, a preguntar, a hacer consciente lo que fue reprimido. En ellos, el trauma es impensable: lo sienten, lo sufren, pero no tiene aún nombre. Pero sí tiene búsqueda.

En ellos aparece lo impensable: un dolor sin historia aparente, una sensación de pérdida sin haber perdido nada.

Son los que comienzan a intuir que algo no se ha dicho, que hay una memoria oculta que pulsa desde atrás. Muchos se convierten en buscadores: terapeutas, artistas, investigadores. Son quienes inician el proceso de dar palabra a lo que antes fue silencio.

Cuarta generación: los que despiertan

Son los bisnietos. Jóvenes que no vivieron ni escucharon los horrores directamente, pero que sienten una urgencia de cambiar el mundo, de rebelarse contra la injusticia, de buscar sentido. Muchos de ellos están movilizados políticamente, éticamente, espiritualmente. Tienen una sensibilidad profunda hacia el sufrimiento ajeno. Intuyen que su misión es cerrar ciclos, poner fin a lo no resuelto. Son los que gritan lo que sus ancestros callaron. En ellos, el trauma empieza a transformarse en conciencia.

A menudo no saben por qué su indignación es tan profunda, pero en realidad están hablando por quienes no pudieron hablar antes.

Esta es la generación del despertar: la que empieza a transformar el trauma en conciencia, a mirar el pasado sin miedo, a comprender que la guerra que cargan dentro no es suya, pero sí su responsabilidad sanar.

El hilo que las une

Cada generación hace con el trauma lo que puede.
La primera lo vive, la segunda lo calla, la tercera lo intuye, la cuarta lo transforma.
Y en ese recorrido, la humanidad entera va aprendiendo lentamente a poner palabras donde antes solo había silencio.

Peter Bourquin lo explica con una sensibilidad enorme:

“El trauma no se hereda solo como herida, también como impulso de reparación.”

Y esa es la esperanza que se abre: que lo que comenzó como dolor, puede convertirse en conciencia.  Que la guerra, si se mira con verdad, puede enseñarnos a reconciliarnos con nuestra propia humanidad.

La terapia transgeneracional puede ayudarnos a tomar conciencia de lo que heredamos de nuestros ancestros. Puedes conocer más sobre esta herramienta en este artículo.

Caso real de trauma transgeneracional en un taller de Constelaciones Familiares

Una mujer asistió a uno de mis talleres de constelaciones familiares con una queja que parecía cotidiana: “No puedo tener éxito. Siempre acabo dependiendo económicamente de mi pareja.”

Al comenzar a explorar su historia, apareció un dato poderoso: su padre, siendo niño, tuvo que ponerse a trabajar como panadero a los 7 años porque en casa no tenían nada después de la guerra. Cargó con el peso de la supervivencia familiar desde muy pequeño y trabajó toda su vida para que sus hijos tuvieran un futuro mejor.

Cuando conectamos esa historia con su bloqueo actual, lo que emergió fue una lealtad invisible. Una forma de decir: “¿Cómo voy a permitirme el éxito si papá no pudo ni ser niño?”.

Esto es lo que Vincent de Gaulejac llama neurosis de clase: la dificultad para superar la posición social o económica de origen, por fidelidad al dolor de los padres.

Cuando esta mujer pudo mirar el sacrificio de su padre, honrarlo y agradecerle, algo profundo se liberó: “Gracias a lo que hiciste por mí, ahora yo puedo vivir diferente.”

Este acto de reconocimiento transformó la culpa en gratitud, y la limitación en libertad. Puedes profundizar en este tema con este artículo sobre neurosis de clase.

Síntomas invisibles del trauma de guerra en generaciones posteriores

El trauma de guerra no siempre se expresa con flashbacks o recuerdos dolorosos. Muchas veces aparece de forma disfrazada, en síntomas físicos, emocionales y comportamentales que parecen no tener causa directa, pero que tienen raíces en vivencias extremas del pasado.

Síntomas físicos asociados al trauma de guerra heredado

  • Síndrome de piernas inquietas: una hiperactivación del sistema nervioso, común en personas descendientes de supervivientes de guerra, asociada a la vigilancia constante del entorno.
    Trastornos digestivos: hipersensibilidad intestinal, estreñimiento crónico o colon irritable, como respuesta somática al estrés heredado.
  • Sobrepeso u obesidad: particularmente en hijos o nietos de personas que vivieron hambrunas o desnutrición. El cuerpo desarrolla un patrón de “acumulación defensiva”.
  • Trastornos del sueño: insomnio, pesadillas sin explicación, hipervigilancia nocturna.
  • Dolores corporales sin causa médica clara: migrañas, tensión cervical, dolor crónico, como expresión de un cuerpo que sostiene emociones no expresadas.

Síntomas emocionales y psicológicos

  • Ansiedad sin causa aparente: un miedo que no tiene nombre ni origen directo, pero que está siempre presente.
  • Tristeza difusa o melancolía heredada: un estado de ánimo bajo constante, como si se llevara un duelo que no se reconoce.
  • Culpa inconsciente: por estar bien, por sobrevivir, por tener libertad cuando otros no la tuvieron.
  • Fobias sociales o miedo a la exposición: especialmente si en la historia familiar hubo persecución política, religiosa o racial.
  • Hiperresponsabilidad o control excesivo: por descendencia de familias que lo perdieron todo.

Síntomas sociales y culturales del trauma transgeneracional

  • Creencias rígidas e inamovibles: heredadas de contextos donde la flexibilidad mental podía significar peligro o traición.
  • Segregación étnica o de clase más acentuada: como consecuencia de divisiones impuestas por guerras o regímenes totalitarios.
  • Desconfianza social profunda: dificultad para establecer vínculos duraderos o relaciones de comunidad.
  • Silencio familiar sobre el pasado: patrones de “no se habla de esto”, que generan vacío emocional en descendientes.
  • Repetición inconsciente de roles familiares: como cuidar a un adulto emocionalmente inestable, repetir parejas abusivas o seguir modelos autoritarios.

¿Por qué es importante reconocer estos síntomas?

Porque muchos de ellos no se entienden si solo se miran desde lo individual. Cuando comprendemos que estamos manifestando heridas que no nos pertenecen del todo, pero que nos atraviesan, podemos comenzar a revisarlas como parte de nuestra historia de vida, la que nos ha permitido llegar hasta aquí. ¿Y cómo se puede revisar?

  • Revisión del árbol genealógico
  • Taller de Constelaciones Familiares 
  • Taller o curso de memorias transgeneracionales
  • Escritura, arte, memoria, expresión o lecturas sobre trauma transgeneracional.

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Poder, silencio y responsabilidad colectiva en el trauma transgeneracional

Recapiti
Aranzazu Par Wolder