Ayuda psicológica tras un accidente de tráfico | AVATA

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Un acto en Oviedo para poner rostro al sufrimiento

La magnitud real de la tragedia que supone un accidente de tráfico no se entiende mirando estadísticas, sino escuchando a quienes lo han vivido. Cuando las víctimas y sus familias cuentan cómo es su día a día tras el siniestro —secuelas físicas que no desaparecen, dolores crónicos, ausencias que nunca se rellenan— se hace evidente que el impacto va mucho más allá de la colisión en la carretera.

Con esa idea, la Fundación AVATA de Ayuda al Accidentado organizó un acto conmemorativo en la plaza de La Escandalera, en Oviedo, con motivo del Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Tráfico. A la cita acudieron más de un centenar de personas, entre afectados, familiares y ciudadanía sensibilizada con la seguridad vial y la ayuda al accidentado.

El encuentro contó con la participación de Gema Rodríguez García, delegada de la Fundación AVATA en Asturias, y de dos personas que han sufrido en primera línea la pérdida de familiares en siniestros viales: María Ángeles Rodríguez y Carlos Javier Alonso Negreira. A través de sus testimonios, el público pudo escuchar de primera mano qué significa rehacer la vida cuando un accidente de tráfico la rompe de manera abrupta.

Rodríguez subrayó ante los asistentes la importancia de tomar conciencia de lo que implica un siniestro de tráfico y recordó que muchos de ellos se podrían evitar con una conducta más responsable en la vía: una velocidad adecuada, menos prisas, cero alcohol y drogas, y un respeto absoluto a las normas y al resto de usuarios de la carretera.

El accidente no termina cuando se retiran los coches de la calzada

Quien sufre un accidente grave no solo lidia con fracturas, operaciones y rehabilitación. Muchos arrastran durante meses —a veces años— insomnio, ataques de ansiedad, culpa, miedo a conducir o a cruzar la calle, además de un estado de alerta permanente que afecta al trabajo, la pareja y la vida familiar.

A esto se suman los denominados “afectados invisibles”: madres, padres, parejas, hijos y hermanos que no han estado dentro del vehículo, pero que viven con el trauma de la llamada de madrugada, las horas de espera en urgencias, las secuelas físicas de su familiar o, en el peor de los casos, el duelo por su muerte. Ellos también necesitan atención psicológica y, sin embargo, a menudo no se les tiene en cuenta como “pacientes”.

Recursos escasos y desigualdad según el código postal

Las asociaciones recuerdan que en España existen servicios de atención psicológica vinculados a emergencias, hospitales y algunas aseguradoras, pero su alcance real suele ser limitado: pocas sesiones, listas de espera y ausencia de seguimiento a medio y largo plazo.

Además, el acceso a estos recursos cambia radicalmente según la comunidad autónoma, el municipio o incluso el hospital en el que haya sido atendida la víctima. Hay ciudades donde se ofrece apoyo desde los propios servicios de urgencias o unidades de trauma, y otras donde las familias se marchan a casa sin una sola referencia de a dónde acudir si aparecen pesadillas, crisis de ansiedad o problemas de adaptación.

Las diferencias territoriales provocan que la recuperación emocional dependa muchas veces del “código postal” y de los recursos económicos de la familia para pagar un profesional privado.

Lo que piden las asociaciones de víctimas

Las organizaciones que trabajan con víctimas de siniestros viales plantean una serie de demandas claras a las administraciones y al sistema sanitario:

  • Incluir la atención psicológica postaccidente como parte esencial del tratamiento, al mismo nivel que la rehabilitación física.

  • Garantizar un mínimo de sesiones gratuitas para víctimas directas y familiares, con posibilidad de prolongar el apoyo en los casos más graves.

  • Crear unidades de referencia especializadas en trauma por accidente de tráfico, con psicólogos formados específicamente en duelo, estrés postraumático y secuelas emocionales.

  • Asegurar la coordinación entre emergencias, hospitales, servicios sociales y asociaciones de víctimas, para que ninguna familia “se pierda” en el sistema tras recibir el alta médica.

  • Impulsar campañas de información para que la ciudadanía sepa que pedir ayuda psicológica tras un siniestro no es un capricho, sino una parte fundamental de la recuperación.

Más allá de la estadística: poner el foco en las personas

Cada año las cifras de siniestralidad llenan titulares: fallecidos, heridos graves, número de accidentes por provincia… Pero detrás de cada número hay personas que intentan reconstruir su vida. Las asociaciones recuerdan que una atención psicológica adecuada reduce bajas laborales, previene rupturas familiares y puede evitar conductas de riesgo o el abuso de psicofármacos y alcohol.

Por eso insisten en que invertir en apoyo emocional no es un “gasto extra”, sino una medida de salud pública que ahorra costes a medio plazo y, sobre todo, sufrimiento humano.

Acompañamiento y no solo consuelo puntual

Las víctimas y sus familias valoran los actos de homenaje, los minutos de silencio y los mensajes institucionales, pero recalcan que el verdadero compromiso se demuestra con recursos estables. Piden acompañamiento, no solo consuelo puntual: profesionales que les escuchen, les crean y les ayuden a entender que lo que sienten es normal después de atravesar una experiencia extrema.

Mientras tanto, muchas asociaciones y fundaciones como AVATA siguen cubriendo, como pueden, ese vacío: grupos de ayuda mutua, atención telefónica, derivaciones a profesionales colaboradores y apoyo en los trámites jurídicos. Pero advierten de que su labor no puede sustituir a un sistema público que asuma de forma clara que, tras un accidente, curar las heridas emocionales es tan importante como cerrar las cicatrices físicas.

Recapiti
Chema Huerta