Ayer fue el Día Mundial para la Prevención del Abuso de Niños, Niñas y Adolescentes (19 de noviembre). No fue un día más en el calendario. Es un recordatorio de una herida que atraviesa fronteras, culturas y generaciones. Una herida silenciosa, dolorosa y, en demasiados casos, normalizada: el abuso infantil.
Hablar de esto no es cómodo. Tampoco lo es para quienes lo vivieron, ni para quienes aún prefieren mirar hacia otro lado. Pero el silencio nunca protegió a nadie. Al contrario, es el terreno donde la violencia crece sin resistencia. Por eso, hoy estamos aquí apoyando la prevención de los casos.
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Abuso infantil: la magnitud del problema
Según el informe más reciente de UNICEF (2024), el mundo está lejos de cumplir la meta de erradicar la violencia contra la infancia para 2030. No estamos cerca, ni siquiera avanzamos lo suficientemente rápido. Cada día, en todos los rincones del planeta, cientos de millones de niños y niñas viven algún tipo de violencia en el lugar donde deberían sentirse más seguros: su hogar.
El informe advierte que 400 millones de niños y niñas menores de cinco años —hasta 6 de cada 10— sufren diariamente abuso físico. Y el impacto es más profundo de lo que solemos dimensionar. La violencia en la infancia no solo deja marcas visibles; moldea la manera en que una persona aprende a relacionarse con el mundo, con los demás y consigo misma desde su infancia a la adultez. Deja huella en los comportamientos futuros y deja heridas difíciles de cicatrizar.
UNICEF subraya un dato alarmante: los niños y niñas que crecen con violencia tienden a verla como algo “normal”, aumentando la probabilidad de convertirse en víctimas o agresores en la adultez. Se llama “indefensión aprendida”, y así, la violencia viaja de una generación a la siguiente, infiltrándose en las relaciones, en la familia, en la sociedad. Es el ciclo que tenemos la responsabilidad de detener.
¿Qué entendemos por violencia hacia la infancia?
Cuando hablamos de violencia infantil, no hablamos únicamente de golpes o agresiones físicas. La violencia hacia niños, niñas y adolescentes incluye toda acción, omisión o negligencia que afecta su bienestar, vulnera sus derechos o interfiere con su desarrollo integral, sin importar la forma en la que ocurre ni el entorno en el que se presente. Es decir, no es solo lo que se hace… también lo que no se hace.
La infancia y la adolescencia son etapas especialmente sensibles. El cerebro, el cuerpo y la identidad están en pleno desarrollo. La maduración de la corteza cerebral no llegará a su fin hasta cerca de los 25-30 años. Lo que le sucede al cerebro en una etapa temprana, para bien o para mal, se queda profundamente grabado y condicionará las experiencias futuras.
Carmen, de los 9 a los 12 años vivió con miedo a que llegara la noche y su tío se “pasara” por su habitación. Ella dormía con su hermana pequeña y temía que el tío abusara de ella por lo que la protegía. No dijo nada a sus padres porque podía haber una pelea familiar y porque su tío le decía que mataría a la hermana pequeña si contaba algo a su madre. Carmen, consulta con 55 años porque no puede dormir una sola noche completa si despertarse sobresaltada. Su tío ha muerto hace más de 10 años, pero en su inconsciente continua “entrando” en su habitación por las noches.
Tipos de abuso infantil y cómo identificarlos
Existen muchas formas de clasificar el abuso infantil, pero desde una perspectiva básica podemos identificar cuatro modalidades fundamentales:
1. Maltrato físico
Es cualquier acto intencional que cause daño corporal, lesiones o enfermedades. No se trata únicamente de golpes “graves”: los jaloneos, empujones, bofetadas, castigos físicos “educativos” y prácticas que muchos adultos aprendieron como normales… también son violencia.
2. Negligencia
Ocurre cuando no se cubren las necesidades básicas de un menor: alimentación, higiene, ropa, cuidado médico, acompañamiento emocional, supervisión o protección. Negligencia es también mantener apartado al niño sin estímulos, sin juego y con pantallas para que no moleste. La negligencia contiene un profundo abandono emocional: crecer en un entorno donde nadie escucha, nadie mira, nadie contiene, nadie estimula, nadie acompaña.
Te invito a ver la película Submarino de Thomas Vinterberg en dónde esta situación se manifiesta de manera extrema.
3. Maltrato emocional
A veces, las palabras duelen más que los golpes. Humillar, insultar, ignorar, aterrorizar, ridiculizar o menospreciar deja profundas marcas internas. El daño emocional puede moldear toda una vida: autoestima, confianza, vínculos, capacidad de regular emociones, sentido de valía.
Te invito a ver la película Precious dirigida por Lee Daniels dónde ves maltrato, violencia y violencia sexual.
4. Violencia sexual
Incluye cualquier acto de naturaleza sexual con una persona menor de edad, con o sin contacto físico. También abarca exposición a contenido sexual, coerción, manipulación, sextorsión y explotación en entornos digitales. Es una de las formas de violencia más devastadoras y más invisibilizadas.
La violencia no distingue contextos
A menudo imaginamos que la violencia infantil ocurre “en ciertos lugares”, en familias disfuncionales, en contextos extremos. Pero eso no es cierto. La violencia ocurre en todos los estratos socioeconómicos, en zonas urbanas y rurales, en hogares aparentemente estables y en familias que desde afuera parecen “normales”.
Uno de los factores que más perpetúan este problema es la invisibilización. La falta de información, de capacitación y de sensibilidad social permite que muchas situaciones se mantengan ocultas durante años. Por eso, hablar de este tema es un acto de prevención en sí mismo.
¿Cómo identificar una posible situación de abuso infantil?
El abuso infantil no siempre es obvio. Los niños suelen proteger a sus agresores —especialmente si son familiares— porque dependen de ellos afectiva y económicamente. Pero hay señales de alerta:
- Un adulto insulta, humilla, ridiculiza o minimiza constantemente al niño o adolescente.
- Se emplea el castigo físico o se amenaza con usarlo como forma de disciplina.
- El menor presenta miedo persistente, retraimiento, ansiedad, conductas regresivas o hipervigilancia.
- El niño o niña está frecuentemente solo, falta a la escuela, presenta mala higiene o ropa inadecuada.
- Hay cambios bruscos en su comportamiento: agresividad, irritabilidad, aislamiento, bajo rendimiento escolar.
- Se observa un conocimiento sexual inapropiado para su edad o conductas sexualizadas que no corresponden a su etapa de desarrollo.
- Se sospecha que está siendo utilizado para actividades sexuales o expuesto a situaciones de riesgo porque las repite sin conciencia de lo que hace.
Ninguna de estas señales por sí sola confirma abuso. Pero sí nos obliga a prestar atención, preguntar, acompañar y, cuando sea necesario, buscar ayuda profesional.
Impacto del abuso infantil: una vida marcada por la supervivencia
El maltrato infantil no es un evento aislado que se queda en el pasado. Es una experiencia que se incrusta en el cuerpo, en la memoria, en la forma de ver la vida. La ciencia lo confirma una y otra vez: el trauma en la infancia es uno de los factores más determinantes en la salud física, mental y emocional de una persona adulta.
No es exageración. Es evidencia.
Los estudios muestran que el abuso infantil puede generar:
- Trastornos de ansiedad, depresión y estrés postraumático
- Dificultades para regular emociones
- Problemas de apego y relaciones inestables
- Sentimiento persistente de no valer lo suficiente
- Dificultades cognitivas: atención, memoria, aprendizaje
- Conductas de riesgo: consumo de sustancias, autolesiones
- Enfermedades físicas crónicas, por el impacto del estrés tóxico sostenido
El cuerpo aprende a sobrevivir. Y cuando esa es la única forma que conoce, incluso en la adultez sigue funcionando como si el peligro fuera permanente. La hipervigilancia, la desconfianza, el miedo, la impulsividad, el congelamiento emocional… no aparecen porque sí. Son adaptaciones.
El trauma infantil no solo se siente: se vive desde adentro.
El cuerpo también recuerda
Investigaciones como las de Danese et al. (2021) explican que el estrés crónico asociado al maltrato infantil provoca cambios biológicos profundos: inflamación sistémica, alteraciones hormonales y envejecimiento acelerado. La inflamación tiene que ver con las grandes cantidades de cortisol que hay continuamente en sangre en una persona que vive en alerta. Estas respuestas aumentan el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como:
- Enfermedades cardiovasculares (conflicto de territorio, perder, no encajar, ser dejado de lado)
- Diabetes y problemas metabólicos (conflicto de resistencia, lucha, pelea u oposición junto con asco y repugnancia)
- Dolor crónico (conflicto repetidos una y otra vez)
- Problemas gastrointestinales (conflictos por situaciones inaceptables)
La evidencia muestra que este riesgo se mantiene incluso después de controlar factores como el nivel socioeconómico o el estilo de vida. Esto sugiere que la relación entre violencia temprana y salud física está mediada por procesos biológicos directos.
Consecuencias del abuso infantil en el rendimiento académico y cognitivo
El estrés crónico afecta la atención, la memoria y la capacidad de aprendizaje. Estudios de Cicchetti y Handley (2020) y Norman et al. (2023) demostraron que el abuso infantil está asociado con:
- Bajo rendimiento escolar
- Mayor probabilidad de abandono educativo
- Dificultades en funciones ejecutivas
- Problemas de concentración y regulación emocional
La escuela, un espacio que debería ser seguro, se convierte muchas veces en un entorno difícil para niños que están viviendo situaciones de violencia.
Consecuencias en las relaciones sociales
El abuso infantil y maltrato afecta profundamente la forma en que una persona aprende a vincularse.
Mikulincer y Shaver (2021) muestran que quienes vivieron abuso infantil tienen mayor probabilidad de desarrollar estilos de apego desadaptativos, lo que se traduce en:
- Desconfianza
- Dificultad para formar vínculos estables
- Miedo al abandono
- Aislamiento
- Relaciones conflictivas
- Dependencia emocional
Estas dificultades no se deben a falta de interés o voluntad, sino a que el sistema emocional fue moldeado en un entorno inseguro.
Consecuencias laborales y legales
El abuso infantil también influye en la vida adulta de formas menos visibles pero igualmente importantes. Bendall et al. (2022) encontraron que el abuso infantil se relaciona con:
- Menores tasas de empleo
- Mayor inestabilidad laboral
- Menores ingresos
- Más problemas para mantener relaciones laborales saludables
Por su parte, Cuadra y Widom (2021) documentaron que las personas que sufrieron maltrato infantil tienen hasta tres veces más probabilidades de involucrarse en conductas delictivas o conflictos con la ley. Esto no se debe a una “predisposición al delito”, sino a las secuelas emocionales, cognitivas y sociales que deja el trauma.
Prevención y acción: cómo proteger a la infancia
Pero hay algo más importante: el trauma no es destino
Aunque la violencia tenga efectos profundos, la posibilidad de sanar existe, y comienza con algo sencillo pero transformador: reconocer que lo que viviste no fue “normal”, no fue “tu culpa” y no era algo que tuviste que aguantar para aprender o para ser mejor.
Las personas pueden reconstruirse. El cerebro puede reorganizarse. El cuerpo puede aprender nuevas maneras de sentirse seguro. Los vínculos pueden sanar.
Pero nada de eso sucede si seguimos callando, justificando, negando o minimizando la violencia.
¿Qué podemos hacer ante el abuso infantil?
No podemos cambiar lo que ya ocurrió, pero sí podemos construir un presente y un futuro más seguros para la infancia.
- Habla del tema. Visibilizar salva.
- Informa y edúcate. El conocimiento protege.
- Cree en los niños y niñas. Su palabra es fundamental.
- No normalices la violencia. Ningún golpe es educativo.
- Cuestiona las prácticas que heredamos. Muchas no eran amor, sino miedo.
- Si sospechas de una situación de riesgo, actúa. El silencio puede costar una vida.
Conclusión: construir un mundo seguro para los niños y niñas
El trauma infantil no es una anécdota, no es una etapa, no es un mal recuerdo. Es una experiencia que transforma la vida entera. Pero también es una realidad que podemos prevenir si actuamos con conciencia, sensibilidad y compromiso.
La violencia hacia la infancia no es un problema individual: es social, cultural, estructural. Y aunque pueda parecer abrumador, cada gesto cuenta. Cada conversación importa. Cada adulto consciente se convierte en un espacio seguro.
Hoy, 19 de noviembre, recordamos a quienes sobrevivieron, a quienes aún luchan y a quienes no pudieron hacerlo. Y nos comprometemos a construir un mundo donde ninguna infancia tenga que aprender a sobrevivir, cuando lo que debería aprender es a vivir.
Porque proteger a un niño nunca es exageración. Es responsabilidad. Es amor en su forma más profunda.
Y es, sobre todo, un acto de esperanza.
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