Son las seis y pico de la mañana y llueve más allá de los cristales.
Dentro, muy dentro, ha querido llover también un poco.
Ayer me suplantaron la identidad en Instagram. Y creí que, gracias a las denuncias de todas las personas que me leéis, habían suprimido la cuenta embustera. Pero hoy me levanto y no.
Y llueve.
Ayer pensaba mucho sobre esto. No sobre las razones que pueden llevar a alguien a crear bots que se apropien de identidades ajenas para estafar y conseguir dinero fácil gracias a la confianza depositada en personas de verdad.
No.
Pensaba en el abrigo.
Pensaba en todas las personas que me escribisteis para hacerme saber lo que estaba pasando.
En todas las que os tomasteis unos minutos de vuestro tiempo en denunciar.
En quienes siempre estáis ahí, aquí, conmigo.
Y pensaba en qué importante es tener abrigadita el alma.
Sí, esto no es grave.
Por fortuna no lo es.
Por fortuna, de hecho, no he vivido muchos momentos verdaderamente graves.
Supongo que me queda más de uno por transitar.
Y soy consciente de que así será.
Que la existencia humana está hecha de dientes de sierra. Ahora subes, luego bajas.
En alguna ocasión la bajada es tan pronunciada que parece que la hoja de la sierra en cuestión se acaba y no te queda ningún lugar más abajo del propio abismo para seguir cayendo.
Pero hasta eso termina.
Y el abrigo es también colchón para la caída.
Es una mano que te acompaña.
Es un abrazo que te da calor.
Y a veces no se puede más que eso.
Y hasta eso, y nada más que eso, está bien.
La pregunta del día
¿Quién necesita hoy tu abrigo?
¿Dónde puedes hacer brillar tu luz y convertirte en hogar para un alma congelada?
¿Eres tú quien necesita calor?
¿Te atreverás a pedirlo?
Mira a tu alrededor. ¿Cuántas personas incondicionales tienes cerca? ¿Las reconoces? ¿Qué tal si hoy les das las gracias por ser tu abrigo?
Hoy me propongo que nadie que llegue a mí se vaya con el corazón congelado.
