¿De qué hablamos cuando hablamos de discapacidad? - Specialisterne Spain

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Durante mucho tiempo, la discapacidad se describió como una característica individual, casi una etiqueta capaz de definir lo que una persona podía o no podía hacer. Pero en los años de las grandes movilizaciones por los derechos civiles – cuando empezaban a cuestionarse las estructuras de poder y a reivindicarse la participación plena en la vida social – también cambia la manera de pensar la discapacidad. Las personas con discapacidad empiezan a organizarse, a protestar, a exigir reconocimiento, acceso y una vida como la de cualquier otra persona.

En este clima toma forma una nueva perspectiva, que Michael Oliver desarrollará plenamente en el Reino Unido: el modelo social de la discapacidad. Se trata de un giro profundo, porque desplaza el centro del discurso. La discapacidad ya no es algo que esté “en” la persona, sino en las condiciones que encuentra. No es un defecto que deba corregirse, sino el resultado de barreras culturales, físicas, sensoriales, organizativas y relacionales. Esta perspectiva de interacción entre individuo y entorno es hoy reconocida también por la Organización Mundial de la Salud, que define la discapacidad como el resultado de la interacción entre las características personales y las barreras presentes en la sociedad.

Oliver introduce además una distinción fundamental: habla de impairment para referirse a características individuales que pueden ser problemáticas para la persona, pero que no son discapacitantes por sí mismas. Lo que “discapacita” a una persona con un impairment son las barreras producidas por una sociedad construida en torno a un ideal de persona “normal”, es decir, conforme a unos estándares medios.

Son estas barreras las que generan discapacidad. No el impairment en sí.

Y aquí es donde cambia todo. Si la discapacidad no es un problema individual, entonces podemos trabajar sobre las barreras para reducir la discapacidad que una persona experimenta. No se trata de “arreglar” a nadie, sino de construir una sociedad capaz de acoger a todas las personas.

Otra consideración importante, a la luz de esta interpretación, es que ninguna persona es realmente autónoma. Las sociedades complejas existen porque somos interdependientes, porque vivimos en relación con los/as demás. Esto vale para todas las personas, también para quienes no son consideradas discapacitadas. Sin embargo, cuando la interdependencia implica a alguien con discapacidad, solemos interpretarla como un límite o un problema. En realidad es solo una cuestión cultural que podemos aprender a deconstruir.

¿Y en la empresa?

Significa que todas las personas tenemos un papel en la reducción de la discapacidad. Podemos actuar sobre las barreras, incluso sobre aquellas que muchas veces pasan desapercibidas: procesos diseñados para un “trabajador medio” que no existe, entornos físicos o sensoriales inaccesibles, expectativas implícitas, modos de comunicación que excluyen en lugar de acoger.

De cara al 3 de diciembre he escuchado muchas veces: “Prefiero no hablar de discapacidad porque es una palabra negativa”. Hoy podemos intentar darle la vuelta a ese significado. La palabra “discapacidad” no señala algo negativo en la persona; es negativa para la sociedad cuando esta no garantiza acceso, participación y autodeterminación.

Y esto nos implica a todas y todos. Tenemos una responsabilidad compartida: construir contextos donde cada persona pueda crecer profesionalmente, desarrollar competencias, alcanzar independencia económica y contribuir al desarrollo de la empresa y de toda la sociedad.

Hoy celebramos un poder que a menudo olvidamos: el poder de contribuir a un entorno laboral capaz de valorar cada talento. Un entorno que sabe cuestionar sus hábitos y crecer en la complejidad y la diversidad de las características humanas.

Todo esto es posible únicamente si el derecho a la autodeterminación y a la autorrepresentación está garantizado para todas las personas, eliminando las barreras junto con quienes las encuentran cada día. No para ellas, sino con ellas.

De este gesto nace un tipo de inclusión que va más allá de la práctica empresarial. Se convierte en una forma de convivencia consciente, capaz de mostrar cómo las barreras no solo dificultan el acceso al trabajo, sino que también impiden a directivos/as, compañeros/as y clientes descubrir lo transformadora que puede ser la colaboración en la diversidad.

Comprometerse con la accesibilidad no es idealismo abstracto. Es lo que permite a las organizaciones innovar, escuchar las necesidades reales de las personas y responder mejor a las aspiraciones tanto de quienes trabajan como de quienes utilizan sus servicios.

En un día como este, podemos recordar que cada barrera eliminada abre espacio para alguien más, también para nosotros/as.

En Specialisterne trabajamos cada día para eliminar barreras y crear las condiciones para que también las personas autistas puedan contribuir, crecer profesionalmente y encontrar en el trabajo un espacio real de autodeterminación.

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