La salida y el regreso a Sudán de Mohammed, un trabajador humanitario de Plan International ...

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Cuando estalló la guerra en Jartum en abril de 2023, Mohammed Alamin, un trabajador humanitario de Plan International, trató de resistir. “Cada día pensaba que terminaría en unos pocos días”, recuerda. Pero, tras dos meses de ataques aéreos, redadas y el agotamiento de los suministros, tomó la difícil decisión de huir de la ciudad, junto con su mujer embarazada, su padre de 80 años y el resto de su familia.

“La gota que colmó el vaso fue que se acabaran los medicamentos de mi padre. Tiene 80 años. No teníamos comida. La gente estaba entrando por la fuerza en las casas. No sabía si lograríamos salir con vida”.

Huir de Jartum

Junto con otras ocho familias, Mohammed consiguió un autobús para escapar de Jartum. El trayecto dentro de la ciudad, de apenas 30 kilómetros, y que debería haber llevado solo unas horas, duró más de 12. En cada control, hombres armados hostigaban a los pasajeros. Dos jóvenes fueron sacados del autobús. “Su madre lloraba. Su tío se fue con ellos. Tuvimos que seguir adelante. Nunca se volvió a ver a los chicos”, cuenta Mohammed, con la voz conmovida por el recuerdo.

Finalmente, el autobús llegó a la ciudad norteña de Halfa, en la frontera con Egipto. Pero mientras las mujeres y los mayores pudieron cruzar, a Mohammed y a su hermano se les negó la entrada por no tener visados. “Dormí sobre una lona de plástico durante dos días, hasta que mi familia logró cruzar. Yo tardé semanas en obtener un visado. Mi hermano nunca consiguió uno: volvió por Port Sudan y huyó a Etiopía”.

En Egipto, Mohammed se reunió con compañeros. “Nos encontramos —primero en Alejandría, luego en El Cairo— y decidimos que teníamos que hacer algo”. Desplazados pero decididos, organizaron llamadas semanales y planearon una respuesta remota. Poco después, Mohammed regresó a Sudán, esta vez a Kassala, donde Plan International había reabierto una oficina en campo. Desde allí coordinan un programa humanitario conjunto financiado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de los Países Bajos.

Financiación flexible

Aun así, operar en Sudán se ha vuelto casi imposible. “Tenemos apagones, líneas de frente que cambian y millones de personas en movimiento. Empiezas a apoyar a una zona y de pronto, de la noche a la mañana, deja de ser segura”. En Darfur del Norte, por ejemplo, Plan International estaba distribuyendo alimentos hasta que la violencia se intensificó. “Tuvimos que pasar a entregar asistencia en efectivo, pero no había bancos ni proveedores”.

En una situación tan volátil, se necesita financiación que permita la máxima flexibilidad. “Afortunadamente, cada vez más donantes lo entienden. Saben que, si las necesidades urgentes cambian de un día para otro, no puedes ponerte a escribir un informe, enfrentarte a la burocracia y esperar semanas o meses a que lo aprueben. Si alguien se está ahogando, no llamas al número de emergencias: simplemente saltas”.

En campamentos como Nuevo Halfa, Mohammed ha sido testigo directo de la desesperación. “La gente me gritaba. No habían comido en una semana. Los niños lloraban. Vi a una persona evidentemente traumatizada encadenada al suelo por falta de medicinas para tranquilizarla”. La frustración crece. “Preguntamos qué necesita la gente, pero no hay seguimiento. Están hartos de evaluaciones sin seguimiento”. Con la retirada de USAID, uno de los mayores proveedores de ayuda alimentaria en Sudán, la situación se volvió aún más desesperada.

Matrimonio infantil

Mohammed también destaca las urgentes necesidades de protección de mujeres y niñas. “La violencia de género está muy extendida. Hombres armados, matrimonio temprano, explotación sexual… está en todas partes”. Las familias casan a niñas de tan solo 12 años. “Los padres no pueden alimentar ni proteger a sus hijos e hijas. Creen que el matrimonio es una salida para sus hijas, una boca menos que alimentar”.

Plan International ofrece apoyo psicosocial, pero las necesidades superan con creces los recursos disponibles. “La protección recibe una pequeña parte del presupuesto. La ayuda vital es lo primero, pero siempre incluimos una perspectiva de género”.

La otra amenaza inminente es la generación perdida de jóvenes. “Antes de la guerra, trabajaba en empleo juvenil. Ahora, esos programas están suspendidos”. Con la economía colapsada y los medios de vida destruidos, los jóvenes están siendo reclutados por grupos armados, incluidos los que luchan dentro de Sudán y, potencialmente, en el extranjero. “Corremos el riesgo de exportar desesperación. Sin esperanza en Sudán, pueden ofrecer su frustración y rabia a cualquier caudillo o conflicto en la región y más allá. Si no les damos opciones, cogerán lo que puedan”.

A pesar de todo, Mohammed mantiene la esperanza. “Sudán es rico en tierras, agricultura y ganado; nuestra gente solo necesita seguridad y orientación. Somos 40 millones de personas en un país que podría alimentarnos a todos y más. Hemos superado cosas peores. Reconstruiremos de nuevo”.

Recapiti
Sadaya Delaossa