Compatibilità
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La noticia del fallecimiento del cineasta ha arrojado inmediatamente a mi memoria estremecida la última secuencia de su primer largometraje A bout de soufflé (Al final de la escapada.1959). Michel Poicard (Jean-Paul Belmondo) un joven delincuente aficionado, rebelde y absolutamente egocéntrico, delatado por su amante y herido de muerte, avanza a trompicones por una calle de Paris. Al fin, Michel se derrumba y muere. Acaba una vida siempre en huida, sin reglas y contradictoria hasta el último suspiro.
La frialdad nihilista de aquella escena, junto con el llanto amargo de Zampanó (Anhony Quinn) sobre la arena de una playa al cierre de La Strada de Fellini, dejaron profunda huella, huella herida, en el imaginario cinéfilo de mis años sesenta. Poco después iniciaría mis estudios de cine en Italia, y allá me fui con mi reciente congoja a cuestas. Luego vendrían otras, claro, al cabo el cine tiene eso, que, a veces, es realmente la vida y te emociona.
Con Godard desaparece uno de los padres de la “Nouvelle Vague”, la generación de cineastas, de autores cineastas, como les gustaba apellidarse, que salió de la redacción de la revista Cahiers du cinemá y de la sala de la Filmoteca parisina en la que habían pasado la juventud revisando una y mil veces a los maestros del cine americano, de la meditación de los artículos de Alexandre Astruc sobre el empleo de la cámara de filmación como si fuera una pluma de escribir, y de las discusiones en los cineclubs. Sus películas se caracterizan por la espontaneidad dramática y por su audacia en el estilo de rodaje. Godard filmó Al final de la escapada, con la cámara sostenida en la mano y en constante movimiento, en treinta días justos, con escaso respeto a la gramática tradicional y a las leyes de la continuidad. Y los saltos de eje visual en la narración resultaban casi de saltimbanqui.
Espléndido y novedosamente entrañable el Godard de los sesenta…”mi Godard”. A bout de soufle, Le petit soldat, Vivre sa vie, Le mépris, Band a part, Une femme mariée, Alphaville, Pierrot le fou, Loin du Viet-Nam, La chinoise… Varios rodajes por año.
Al margen de la revolución estética y lingüística que supone la obra de Godard, una sublevación en toda regla contra la “qualité” tradicional francesa, la principal provocación de Al final de la escapada está en la visión pesimista de las relaciones humanas, en la inutilidad de todo esfuerzo, y en una cierta indolencia social para la que no aparece posibilidad de ningún orden nuevo. Sin embargo, confieso que a menudo descubro en la mirada del Jen-Luc una piedad sutil hacia sus personajes.
Al cine de la nueva ola se le ha acusado de mantenerse, casi de manera sistemática, alejado de los grandes problemas colectivos del país, de ser tan desarraigado como los protagonistas de sus films. Aquellos cineastas – dicen sus críticos – no parecen enterarse de que en esos mismos años cada día tiemblan las calles de Paris por bombas de plástico, ni de que Francia está sufriendo el drama de Argelia. Pero no creo que, a la hora de hacer balance de la nueva ola, se pueda despachar de un plumazo por aquello de que “no pasó de un formalismo desprovisto de toda humanidad”.
Godard y los cineastas de su generación fueron un revulsivo pedagógico bastante eficaz, despertaron la curiosidad cultural de más de uno, y pusieron en crisis el imperio omnipotente de los vedetismos. Te echaremos en falta Jean-Luc.
Luis Úrbez
Blog publicado el 16 de septiembre de 2022
Ana Fernández