DE BEGUINAS Y OTRAS MUJERES – Centro Pignatelli

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La primera de las conversaciones del Pignatelli -a uno le sonaría bien que la concurrencia nombrara así a estos encuentros- tuvo como protagonista a Cristina Inogés Sanz, teóloga laica, participante en XVI Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad, miembro de su comisión metodológica, y autora de varios libros sobre los que hablamos en algo más de una hora. Sí que es posible en tan poco tiempo asomarse a una biografía, marcada por una decidida vocación teológica. Cristina no lo tuvo fácil. Por ser mujer y querer hacer teología en un tiempo en que su enseñanza en los seminarios quedaba vetada al sexo femenino, que no es precisamente el de los ángeles. Nos contó que por eso tuvo que estudiar en la Facultad Protestante de Madrid, en el SEUT, y que esto, amén de abrirle horizontes en su momento, ha marcado ciertamente su quehacer teológico. No en vano, en su cuenta de Twitter se presenta como una teóloga de espíritu beguino y ecuménico.
De beguinas, como prometía el título de la convocatoria, hablamos, aunque al final. El último de sus libros «Beguinas. Memoria herida» (2022) está dedicado a ellas. En un viaje a Brujas en 1997, al entrar en el beaterio, se sintió como en casa, fascinada por el talante de aquellas mujeres medievales tan originales y desconocidas. A estudiarlas ha dedicado después media vida.
Pero antes hablamos de la actualidad, que pasa lógicamente por el Sínodo de Roma. No se sabe cómo llegó allí. Lo cierto es que un día apareció un mail en su buzón de entrada. «¿Acepta usted?». «Sí». Y allí está. Recordamos su intervención en la apertura, una meditación a partir de un breve texto del Apocalipsis, frente a una pléyade de obispos, también el de Roma, claro. Nos habló de su trabajo en la comisión metodológica, de la «gira» por España, animando, promoviendo, acompañando a las comunidades a vivir en clave de sinodalidad. Está convencida de que la reforma de la Iglesia pasa por la asunción decidida de esta categoría. No en la cabeza, sino en el corazón. El del Pueblo de Dios, del que también forman parte los obispos, claro, que al fin y al cabo bautizados están.  
La Iglesia sí tiene remedio, nos dijo, pero esta forma eclesial agoniza, y quizá por eso Cristina «No quiere ser sacerdote» (2020). Ese es el título de otro de sus libros. En él habla de la vocación sacerdotal de algunas mujeres a lo largo de la historia, y explora esta histórica reivindicación de cierta teología feminista de la que -así nos pareció- ella no se siente parte. 
Íbamos hablando de mujeres, que era la otra promesa del título. ¿No es acaso mujer la Iglesia? Eso decía algún que otro Padre de la Iglesia. Y llegamos a Merton, y a esa «Sinfonía femenina (incompleta) de Thomas Merton» (2018). Y Cristina nos habló de su actualidad, de su permanente capacidad de interpelación, de la amplitud de sus intereses. Y, por supuesto, nos despertó las ganas de leerle. En su libro, que observa el papel de las mujeres y de lo femenino en la vida del tranpense, se narra un acontecimiento de la gracia, que es lo que acontece en toda vida humana cuando emerge el amor. No decimos más. Leanlo. 
La conversación se iba tornando susurrante, cálida, íntima. Hablamos de sus «Susurros», de una naturaleza poética, un experimento narrativo arriesgado del que la autora se siente particularmente satisfecha. Desde Roma y en diferido intervino Fernando Cordero, con quien nuestra autora escribió al alimón «Dios anda entre puntos y comas» (2021). Una sorpresa. Encuentro entre amigos. 
La nutrida asistencia y las muchas preguntas al final del acto pusieron de manifiesto el interés suscitado, por la personalidad de nuestra invitada y por los asuntos tratados. Nos quedamos con ganas de más. Pero esa es la manera en que uno debiera acabar siempre la conversación. Con el deseo de seguir hablando; algo que ciertamente podemos hacer leyendo los libros de Cristina, sus artículos en revistas y sus intervenciones en redes. A leer… o a conversar.

Juan Francisco Comendador

Recapiti
Ana Fernández