En Djidian, Malí, donde la mutilación genital, los matrimonios infantiles y la falta de acceso a servicios básicos marcan la vida de miles de mujeres y niñas, un proyecto comunitario está cambiando las reglas. Nuevos espacios de atención sanitaria, escuelas más seguras y jóvenes que toman la palabra dibujan un futuro distinto en Djidian.
Cuando el doctor Amadou Diarra abre la puerta del nuevo bloque de atención del centro de salud comunitario, lo hace con orgullo: “Aquí antes no había nada parecido”, afirma. Durante años, la atención a adolescentes, mujeres jóvenes o víctimas de violencia se realizaba sin intimidad ni recursos. Hoy, gracias a infraestructuras, formación y protocolos, la realidad empieza a cambiar.
En Djidian, en el círculo de Kita, los indicadores sociales son alarmantes: nueve de cada diez mujeres han sufrido mutilación genital, la mitad de las chicas se casan antes de los 18 y casi una de cada dos adolescentes ya es madre. La planificación familiar apenas alcanza al 11 % y las jóvenes solteras suelen ser rechazadas en los servicios de salud. “La sexualidad sigue asociada exclusivamente al matrimonio y la maternidad”, explica Carolina Raboso, coordinadora de los proyectos de Farmamundi en Malí.
Para revertir esta situación, ASIC-JIGIYA BLON y Farmamundi, con el apoyo de la Agencia Andaluza de Cooperación al Desarrollo, han realizado un proyecto para intervenir en tres ejes: salud, escuela y comunidad, incorporando además la dimensión ambiental.
Salud que escucha
En los centros de salud comunitaria de Djidian y Batimakana se han habilitado bloques específicos para la atención en salud sexual y reproductiva a adolescentes, con salas privadas y alimentados con energía solar. También se han equipado los centros y abastecido con medicamentos para elevar la calidad de la atención en salud sexual y reproductiva, incluida la atención a víctimas de violencia de género y el tratamiento de las infecciones de transmisión sexual.
Mujeres atienden en una de las Jornadas realizadas para la detección de enfermedades de transmisión sexual.
Lo esencial, según Diarra, ha sido la formación: 27 profesionales y 77 agentes comunitarios han aprendido a atender, identificar y referenciar a las mujeres víctimas de violencia a servicios especializados. Más de 1.280 mujeres en situación de violencia han recibido atención y 4.000 jóvenes participaron en jornadas de salud sexual.
Escuelas más seguras
Si el centro de salud es una puerta de entrada, la escuela es el otro gran escenario. Fanéké Keita, director del segundo ciclo de Batimakana, lo resume con un ejemplo: el agua. “Antes, alumnos y profesores tenían que ir a comunidades vecinas para conseguirla”, cuenta. Hoy, una bomba manual instalada en la escuela garantiza el abastecimiento. También hay letrinas nuevas, separadas por sexo, y materiales de higiene. “Eso cambia la vida diaria y la dignidad del alumnado”, afirma.
| Inauguración de la fuente y de las letrinas dedicadas en la escuela de Djankofe | |
El proyecto ha mejorado infraestructuras en tres centros educativos y formado a los Comités de Gestión Escolar en igualdad y prevención de violencia. La gestión menstrual ha sido clave: compresas reutilizables, información clara y espacios seguros para hablar de un tema tradicionalmente tabú. “Las alumnas han recibido todo lo necesario para una gestión adecuada de la menstruación”, añade Keita. No es un detalle menor en un contexto donde la falta de información y de condiciones de higiene básicas provoca absentismo, infecciones y humillaciones. “La escuela puede reproducir violencias o convertirse en un lugar de protección”, apunta Raboso. “Aquí hemos visto avances positivos en ese segundo sentido”.
Jóvenes protagonistas
El tercer pilar del proyecto ha sido la comunidad, con un protagonismo especial de adolescentes y jóvenes. En las trece comunidades de intervención se han reactivado clubes juveniles donde se habla de derechos, de relaciones, de salud, pero también de medio ambiente y de futuro. Han realizado más de 450 sesiones de sensibilización, que han llegado a más de 16.000 personas, y la radio ha amplificado los mensajes con cientos de emisiones y programas participativos.
| Formación en siembra y plantación de especies locales | |
Junto a los clubes se han impulsado acciones ambientales: viveros, compostaje y plantación de 13.000 semillas locales. Y también se han organizado mesas de diálogo intergeneracional, donde jóvenes, personas adultas y autoridades locales han debatido prioridades, y han conseguido que sus necesidades se incluyan en el plan de desarrollo del municipio. Un gesto simbólico y político en una sociedad donde las jerarquías de edad y género suelen silenciar a las más jóvenes.
Cambios que no se improvisan
El proyecto, de una duración de casi dos años, se encuentra ahora en fase de evaluación. Según el balance realizado, ha avanzado de forma satisfactoria hacia sus objetivos: mejorar los servicios de salud, reforzar el papel protector de la escuela y reconocer a adolescentes y jóvenes como agentes de cambio en sus comunidades.
Para el doctor Diarra, el resumen es sencillo: “La mayor parte de las preocupaciones en salud sexual y reproductiva y en la lucha contra la violencia de género han sido tomadas en cuenta”. Por eso, junto a su equipo y las comunidades, pide continuidad. Fanéké Keita también mira al futuro cuando reclama algo tan concreto como el cercado de su escuela. Son demandas pequeñas en apariencia, pero fundamentales.
Raboso prefiere hablar de procesos. “No se trata de intervenciones aisladas”, dice. “Se trata de acompañar cambios sociales profundos, lentos, que empiezan cuando una joven descubre que tiene derecho a decidir sobre su cuerpo, su educación y su entorno”. En Djidian, ese descubrimiento ya ha comenzado.