¿Debe la UE salir al rescate de una China a la deriva? - Real Instituto Elcano

Compatibilità
Salva(0)
Condividi

Tema[1]
Un análisis[2] de la economía china y su impacto en el triángulo estratégico que forman China, la Unión Europea y Estados Unidos con un apartado específico sobre los vehículos eléctricos.

Resumen
En el momento en que se reúne el tercer plenario del XX Comité Central del Partido Comunista Chino (PCCh), China se enfrenta a una ralentización económica, con el potencial de desencadenar una espiral deflacionista. Dicha coyuntura es el resultado de un régimen económico con excesiva intervención estatal e insuficiente libertad de mercado que reprime los llamados “espíritus animales” y reduce el consumo interno. Paradójicamente, cuanto más se intenta contener a China desde Occidente, más aumenta el gobierno chino su control sobre la economía y más se vuelca en aumentar la inversión industrial. Esto, a su vez, genera más sobrecapacidad e intensifica las tensiones con Occidente. La actual guerra comercial en el mercado de los vehículos eléctricos es un buen ejemplo de esta situación, que también ilustra cómo mientras Estados Unidos (EEUU) trata de desacoplarse de China estableciendo aranceles prohibitivos, la Unión Europea (UE) insiste en su política de reducción del riesgo (de-risking) aplicando unos impuestos progresivos. Los mandatarios del bloque son conscientes de que necesitan la (asequible) tecnología verde china tanto para alcanzar sus objetivos de cero emisiones como para estimular la competencia entre los fabricantes de automóviles. De hecho, muchos países europeos se han mostrado dispuestos a incentivar la construcción de fábricas de vehículos eléctricos chinos en su territorio. Sin embargo, los riesgos siguen siendo numerosos. ¿Generará China empleo local? ¿Conseguirán la UE y China pactar un régimen común de gobernanza de la información? ¿Mantendrá China abierto su sector servicios si Europa permanece abierta a la fabricación industrial china? Sea como fuere, Europa no puede ser el principal salvavidas de una China a la deriva.

Análisis
No hay ninguna duda de que China se encuentra en una situación desesperada. Este será el sentimiento dominante en el tercer plenario del XX Comité Central del PCCh (15-18 de julio de 2024), orientado a la reforma. El país apenas crece y sus problemas estructurales son cada vez mayores: la burbuja inmobiliaria está experimentando una fuerte corrección, los gobiernos locales acumulan unos niveles de deuda excesivos, el consumo no ha repuntado tras la pandemia, el desempleo entre los jóvenes roza máximos históricos, el envejecimiento de la población es una bomba de relojería y, aunque las exportaciones se encuentran en auge, tanto EEUU como la UE están cerrando sus mercados a los productos chinos, lo que genera en los fabricantes del país una ansiedad cada vez mayor. 

Figura 1. Índices de precios al productor y al consumo, 2021-2024

Fuente: Oficina Nacional de Estadística de China

Durante la pasada primavera, tuve la oportunidad de pasar 15 días en China (por primera vez sin visado) con la intención de analizar la situación sobre el terreno. Puesto que después de la pandemia China se ha convertido en un lugar aún más hermético y sus estadísticas nacionales están cada vez más en tela de juicio, pareció necesario visitar el país para tomar de primera mano el pulso al estado de ánimo. Tal y como era de esperar, las conversaciones con los interlocutores chinos confirmaron las previsiones más pesimistas. Pekín y Shanghái son ahora ciudades más limpias, modernas y verdes (después de 15 años visitando el país, nunca los cielos estuvieron tan azules). Sin embargo, sus ciudadanos se muestran menos optimistas acerca del futuro. Había muchos restaurantes vacíos y muy pocos occidentales en las calles, y se escuchaba a muchos ciudadanos chinos quejarse del estado de la economía. Sobre todo, interpreté los precios más bajos (China es ahora un destino barato) como la antesala de una espiral deflacionaria. Todo esto me llevó a la conclusión de que, efectivamente, China va a la deriva. 

1. ¿Quién mató la economía china?

En Occidente, el debate iniciado el pasado año por Adam Posen en Foreign Affairs ha servido de contexto para la discusión sobre la desaceleración económica de China. Su argumento es que el autoritarismo de Xi Jinping ha ido demasiado lejos. Sus estrictas políticas COVID cero y su mano dura con las grandes tecnológicas, cuya severidad ilustra la desaparición de Jack Ma –el fundador de Alibaba– de la vida pública a finales de 2020, han mostrado a la población china la verdadera cara del PCCh y socavado su confianza en el futuro. Esta es la razón por la que el consumo de los hogares sigue siendo inferior al 40% pese a las tentativas de superar dicho umbral. Un ejemplo reciente fue la Estrategia de Doble Circulación propuesta en 2020 por Xi Jinping, que tuvo entre sus principales objetivos impulsar la demanda interna.

Ciertamente, su hipótesis no va desencaminada. Muchos de mis interlocutores en China (profesores, miembros de think tanks y ejecutivos del mundo empresarial) estarían de acuerdo en que, a día de hoy, hay demasiado Estado y demasiado poco mercado en la economía china. Este es sin duda el caso de Shanghái, donde el confinamiento de 2020 dejó muchas cicatrices y obligó a un gran número de empresarios y emprendedores a abandonar el país o, al menos, trasladar (parte de) su patrimonio al extranjero ante el temor de que Xi pudiera seguir los pasos de Mao y tomar una deriva totalitaria. Sin embargo, muchos economistas chinos se mostrarían mucho más a favor de la respuesta de Michael Pettis al artículo de Posen, que defiende que la economía china ha alcanzado los límites del crecimiento basado en las exportaciones y la inversión, y debe ahora recurrir al motor del consumo interno.

Como expone Pettis, el verdadero problema según esta interpretación no es tanto la intervención del PCCh en la economía (de hecho, el Partido lleva interviniendo durante décadas y el milagro del crecimiento chino se debe en parte a este dirigismo), sino que ha sido incapaz de modificar sus políticas cuando ha sido necesario. A este respecto, un miembro de un think tank me comentó: “Por supuesto que China debe evolucionar del crecimiento basado en la inversión al crecimiento en el consumo, pero necesitamos tiempo para conseguirlo”. Le respondí: “Pero ¿cuánto tiempo necesitarán? Recuerde que en 2007 el exprimer ministro Wen Jiabao ya tildó la economía china de 'inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible'. Esto fue hace casi 20 años, lo repitió en 2017 y es probable que vuelva hacerlo en 2027 si todo sigue igual”. De hecho, hace dos décadas el consumo de los hogares representaba también el 38%, con lo que las cosas han cambiado muy poco desde entonces.

Ni que decir tiene que las razones de este retraso se encuentran en la economía política de China. Cambiar el modelo de crecimiento de un país nunca es tarea fácil. Ajustes estructurales de esta naturaleza son difíciles de llevar a cabo y chocan con un gran número de intereses. El temor del PCCh es que más consumo, especialmente dentro de los servicios, pueda acarrearle una pérdida de control. De hecho, el capitalismo de partido-Estado de China nunca ha abandonado el sistema de Bretton Woods del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial: se aplican controles de capital, un tipo de cambio relativamente intervenido (y, por tanto, competitivo) y unas políticas monetarias (y de crédito) orientadas a la exportación y a la inversión (de capital e infraestructuras) para hacer del país una potencia industrial. El flujo de los recursos va de los consumidores a los productores, una tendencia especialmente difícil de revertir cuando el Partido prevé tantos riesgos en ese cambio estructural.

2. ¡Es la economía política, estúpido!

Una de las claves en el caso de China pasa por centrarse en lo que el Partido piensa que es mejor para el país, de ahí la utilidad de recurrir a análisis más políticos de la economía. Una lectura indispensable para este enfoque es la serie de cinco artículos de Adam Tooze titulada Whither China?. Desde su punto de vista, ni la “deriva autoritaria” de Posen ni el “estructuralismo keynesiano” de Pettis consiguen explicar la actual ralentización de la economía china. Al preguntarse “¿por qué ahora?”, Tooze apunta mucho más a la arrogancia como causa. Aunque haya caído en el olvido en el relato dominante en Occidente, el hecho es que China consiguió gestionar la pandemia mucho mejor que la mayoría de los países occidentales entre 2020 y 2021. La idea de que China aplicó confinamientos permanentes y draconianos durante tres años es falsa. En realidad, hubo mucha más movilidad y actividad económica que en Occidente. El problema fue que el hasta entonces exitoso modelo de “eliminación dinámica” resultó inadecuado para combatir la variante ómicron. Y sí, el confinamiento de Shanghái fue innecesario.

Sin embargo, durante el verano de 2020 se celebraron megafiestas (nada menos que) en Wuhan. Según Tooze, a los líderes chinos se les subió a la cabeza esta “gran victoria” de su pueblo contra el COVID-19. Su hipótesis es la siguiente: “Una vez ratificado su mandato divino, el régimen Xi se envalentonó. En mayo de 2020, se puso en marcha para abordar tres amenazas percibidas a su gobierno incontestable y altamente popular: los oligarcas tecnológicos, Hong Kong y la enorme burbuja inmobiliaria”. Como constata el registro histórico, en junio de 2020 Pekín aprobó la Ley de Seguridad Nacional para Hong Kong, en agosto trazó tres líneas rojas para reducir el apalancamiento en el mercado inmobiliario que hicieron estallar la burbuja y en noviembre frenó la salida a bolsa de Ant Financial, que motivó la desaparición de Jack Ma de la esfera pública. Por tanto, la historia va mucho más allá del hecho de que el Partido, al percibir una serie de vulnerabilidades (demandas de independencia en Hong Kong, un poder excesivo de los oligarcas tecnológicos y una burbuja inmobiliaria insostenible) aprovechase la oportunidad para demostrar quién mandaba y redoblar el control, lo cual nos devuelve a la tesis de “demasiado Estado y demasiado poco mercado”, pero esta vez con la dimensión de la economía política incorporada al análisis.

Este análisis desde el prisma de la economía política revela también que la obsesión del PCCh es anterior a la pandemia e incluso a la llegada de Xi Jinping al poder. A este respecto, el histórico año 2008 –que marca el comienzo de lo que Jiang Shigong, un influyente intelectual de la Nueva Izquierda china y uno de los principales defensores de Xi Jinping, ha bautizado como la Década Crítica y culmina en 2018 con las guerras tecnológicas y comerciales de Donald Trump contra China– es un punto de inflexión. En 2008, Pekín exhibió su renovado poderío con la celebración de los Juegos Olímpicos. Ese mismo año, EEUU sucumbía a la insostenibilidad de su capitalismo dominado por las finanzas con la quiebra de Lehman Brothers. En este punto, el temor estadounidense –y, de nuevo, la arrogancia china– desencadenaron una espiral bajista negativa impulsada por los halcones geopolíticos de ambas potencias que aún hoy sigue operando. En mi opinión, la aprensión de EEUU al ascenso de China y su incompatibilidad con el llamado Orden Liberal Internacional promovido por Washington (que, por otra parte, nunca llegó a culminarse) nace pocos años después de la adhesión china a la Organización Mundial del Comercio (OMC). No hay que olvidar que Ben Bernanke ya trató esta cuestión en su teoría del exceso de ahorro global (una crítica directa al capitalismo de Estado de China) en 2005. Pero sí: 2008 supone sin duda un antes y un después, al menos para un gran número de responsables políticos e intelectuales chinos. Como sostiene Jiang Shigong, el “giro hacia Asia” y la “estrategia de reequilibrio de Asia-Pacífico de Barak Obama –que incluyó la promoción del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y el apoyo al “Movimiento Girasol” en Taiwán y a la “Revolución de los Paraguas” en Hong Kong– fueron en todos los casos acciones encaminadas a “contener el ascenso de China”.  

En respuesta a ellas, China comenzó a reforzar sus defensas y a ampliar sus capacidades ofensivas. En el plano tecnológico, el gobierno chino –que ya tenía la certeza de que la empresa local Baidu ofrecía una alternativa lo suficientemente fuerte–, se aseguró en 2010 de que Google no pudiera operar libremente en el país. Esto sucedió dos años antes de la llegada al poder de Xi Jinping. Cuando asumió la presidencia, China se atrincheró aún más. En el plano militar, Pekín comenzó a fabricar sus propios portaaviones y a militarizar las islas del mar de la China Meridional para poner coto al “control absoluto” de EEUU sobre el estrecho de Malaca. En el plano geopolítico, lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), su proyecto de política exterior más ambicioso hasta la fecha. Pero un acontecimiento más importante al que también hace referencia Jiang Shigong fue que, en 2012, durante el XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista, el foco se desplazó al interior con el cierre de filas, la imposición de disciplina y el refuerzo de la cohesión del Partido y el país en preparación para la “gran batalla” contra EEUU. Durante los siguientes cinco años, el Partido se hizo mucho más fuerte, como de hecho se reconoció durante el XIX Congreso Nacional de 2017. Esto hizo que el temor de China a Occidente creciese, suscitando la llegada de Donald Trump y su cruzada contra el país asiático en 2018. Una vez más, la agresividad generaba más agresividad.

Como se mencionó antes, esta espiral sigue activa en nuestros días. En una de mis conversaciones, un prominente académico experto en relaciones internacionales de la Universidad Renmin me reconoció que en China el Estado se ha expandido hasta el punto de asfixiar la economía. En cambio, también hizo hincapié en la necesidad de entender el porqué. Desde su punto de vista, “la competencia geopolítica genera más intervención estatal en China”. En este sentido, los años de presidencia de Joe Biden han sido para China tan duros o incluso más que los del mandato de Trump. Jake Sullivan, el consejero de Seguridad Nacional de Biden, afirma que la estrategia de contención de EEUU frente a China se apoya en un enfoque de “patio pequeño y valla alta”. Sin embargo, cada pocos meses, este patio parece ampliarse con medidas como prohibiciones a la inversión interna, controles de exportación o incluso restricciones a la inversión exterior, lo cual complica mucho las cosas a quienes demandan más apertura en China. El Partido está obsesionado con la seguridad nacional y vive bajo una férrea mentalidad de asedio que está socavando la confianza interna. Como explica Zongyuan Zoe Liu en su respuesta al artículo de Posen en Foreign Affairs, las tensiones con Taiwán han “reavivado en China la percepción pesimista de que el conflicto armado es inevitable” y la mayor negatividad occidental hacia el país “contribuye a la pérdida de confianza masiva entre la población”.

Nos encontramos, por tanto, en un círculo vicioso. Cuanto más se esfuerzan EEUU y sus aliados por contener a China, mayor es la intervención estatal desde Pekín. Cuanto más se elevan las voces a favor de la disciplina y el control, más se acallan aquellas que abogan por la apertura y el reformismo. Este será probablemente el resultado del tercer plenario. Y esto, a su vez, minará aún más la confianza de los hogares y las empresas, reducirá el consumo interno y alimentará l

Recapiti
Miguel Otero Iglesias