Mensajes claves
- La cumbre UE-China de julio de 2025 conmemorará el 50º aniversario del inicio de relaciones diplomáticas, en un momento marcado por la reconfiguración del orden internacional y una creciente desconfianza mutua.
- Aunque el regreso de Trump a la Casa Blanca abrió inicialmente la puerta a una posible distensión, las expectativas se han desvanecido ante la persistencia de tensiones estructurales.
- La agenda estará condicionada por estas fricciones, centradas en disputas arancelarias, el desequilibrio comercial y el estrechamiento de la relación entre China y Rusia en el contexto de la guerra en Ucrania.
- En este escenario, el análisis señala un margen muy limitado para una cooperación sustantiva e incluso para avances concretos. No obstante, concluye con propuestas orientadas a construir una agenda positiva
Análisis
1. Introducción
La cumbre UE-China de julio de 2025 celebrará el 50º aniversario del inicio de relaciones diplomáticas entre Bruselas y Pekín. Más allá del componente simbólico, el encuentro ofrece una ocasión clave para tomar el pulso a la relación bilateral en un contexto de especial relevancia, marcado por un realineamiento estratégico tras el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos (EEUU), la internacionalización de la guerra en Ucrania y la creciente inestabilidad en Oriente Medio. Este escenario internacional confiere a la relación entre Bruselas y Pekín una proyección que trasciende lo estrictamente bilateral, con implicaciones directas sobre la gestión de los principales desafíos globales y la estabilidad del sistema multilateral.
Sin embargo, la relación se ha enfriado notablemente tras el acercamiento entre China y Rusia, incluso después de la invasión de Ucrania. Estas tensiones geopolíticas han dado lugar a una securitización general de la relación y a una desconfianza mutua cada vez más arraigada. Esta situación limita el margen para avances significativos en los principales temas de la agenda bilateral. La negativa del presidente chino Xi Jinping a desplazarse a Bruselas para la cumbre pone de manifiesto que la Unión Europea (UE) no es el nivel de interlocución preferido por China, que sigue favoreciendo la vía bilateral con los Estados miembros como la forma más eficaz de promover sus intereses en Europa. Esta tendencia se ha reforzado tras las elecciones europeas, que, a ojos de China, consolidan la deriva antagonista de Bruselas.
En este escenario, la reunión de julio se perfila más como una plataforma para intercambiar posiciones que como un espacio con capacidad para generar resultados tangibles. El resto del análisis se estructura en cuatro secciones que abordan el estado actual de las relaciones bilaterales, las perspectivas políticas y económicas del encuentro y los márgenes reales para el diálogo. Pese al escaso margen de cooperación, el texto concluye con propuestas orientadas a construir una agenda positiva, articulada en torno a una responsabilidad compartida en el sostenimiento de bienes públicos globales y a la necesidad de reconstruir la confianza mutua a través del intercambio entre sociedades.
2. Persisten las diferencias entre Bruselas y Pekín
La última cumbre entre China y la UE, celebrada en diciembre de 2023, estuvo marcada por el giro de la UE hacia la política de de-risking –que busca reducir riesgos económicos sin romper vínculos comerciales–, con la publicación de la Estrategia de Seguridad Económica y por el inicio de la investigación sobre los subsidios a los vehículos eléctricos chinos. En aquel encuentro, la UE buscó reducir su dependencia de suministros estratégicos de China y avanzar en el reequilibrio de la balanza comercial, mientras que Pekín trató de disuadir a la UE de endurecer su postura en materia económica y tecnológica. Todo ello tuvo lugar en un contexto dominado por la guerra en Ucrania, que acentuó las fricciones entre ambas partes.
Estos puntos de tensión siguen marcando las relaciones bilaterales en la antesala de la próxima cumbre. En respuesta a la investigación europea, China abrió sus propias investigaciones sobre productos europeos como el brandy y el porcino, mientras que en octubre de 2024 la Comisión Europea formalizó la imposición de aranceles a los vehículos eléctricos chinos. Estos episodios reflejan diferencias estructurales, que dificultan una relación más fluida entre China y la UE. En el plano económico, el modelo chino, caracterizado por una elevada sobrecapacidad industrial, genera fricciones constantes con una UE preocupada por el creciente déficit comercial y la necesidad de proteger su tejido productivo. Además, ambas partes tienden a ver sus relaciones desde del prisma de sus respectivas prioridades geopolíticas: China percibe a la UE como un actor subordinado a EEUU mientras que Bruselas ve a Pekín como un facilitador de la guerra rusa en Ucrania.
Esta realidad ha atenuado las expectativas de una posible distensión en las relaciones bilaterales que comenzaron a esbozarse tras el regreso de Trump a la Casa Blanca, en los primeros meses de 2025. En este contexto, China intentó presentarse como un socio fiable para Europa, como evidenció el discurso de Wang Yi, el ministro de Exteriores chino, en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea y una de las voces más críticas con China en los últimos años, también adoptó un tono conciliador hacia Pekín, subrayando que existe margen para una cooperación constructiva y para reforzar vínculos económicos. En abril, durante una conversación telefónica con el primer ministro Li Qiang, la presidenta insistió en la responsabilidad compartida de Europa y China en la defensa del sistema comercial multilateral. El mes siguiente, en un gesto simbólico, China y el Parlamento Europeo levantaron de manera simultánea las sanciones que habían interrumpido sus intercambios diplomáticos desde 2021.
El retorno a una postura abiertamente crítica por parte de Bruselas apunta a una mayor cautela en lo que respecta a este acercamiento diplomático, que ya no se manifiesta con la misma determinación que a comienzos de año. En la última cumbre del G7, la presidenta de la Comisión respaldó abiertamente a Trump, acusando a China de socavar la propiedad intelectual y otorgar subsidios masivos para dominar las cadenas globales de suministro. Poco después, la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y vicepresidenta en la Comisión Europea, Kaja Kallas, abogó por dar “una dosis de realismo” para atemperar las expectativas de acercamiento entre la UE y China. En su intervención en el foro de Shangri-la, uno de los principales encuentros de defensa de Asia-Pacífico, vinculó a actores chinos con operaciones híbridas dirigidas contra infraestructuras críticas europeas.
Todo esto indica que las diferencias de fondo entre Pekín y Bruselas siguen marcando el tono de las relaciones bilaterales. La decisión de China de restringir las exportaciones de tierras raras en represalia por los aranceles estadounidenses sirvió como recordatorio en Bruselas de las vulnerabilidades europeas en sectores críticos, y confirmó la necesidad de avanzar en la estrategia de reducción de riesgos. Desde la óptica de Pekín, el continuo endurecimiento de la posición europea, incluyendo el establecimiento de restricciones de exportaciones de alta tecnología como equipos de litografía de la empresa neerlandesa ASML para la fabricación de semiconductores, refuerza la imagen de que es un actor subordinado a los intereses estadounidenses.
Aunque marcada por tensiones persistentes, la cooperación sectorial entre la UE y China no se ha interrumpido. En los meses previos a la cumbre se han mantenido canales activos en ámbitos como el seguimiento de posibles desvíos comerciales, la ciberseguridad y los derechos humanos. El desplazamiento de varios líderes europeos a Pekín refleja una voluntad política de sostener el diálogo, aunque ambas partes dan señales cada vez más visibles de frustración ante la falta de avances sustantivos.
3. No habrá grandes acuerdos políticos
El devenir de la 13ª ronda del Diálogo Estratégico de Alto Nivel China-UE, celebrada el pasado 3 de julio entre la alta representante Kaja Kallas y el ministro de Exteriores chino Wang Yi, deja entrever un panorama poco halagüeño para la próxima cumbre bilateral. A juzgar por los comunicados emitidos por ambas partes tras dicho encuentro, no hay señales de aproximación sustantiva en sus respectivas posturas. La continuidad discursiva desde Bruselas y Pekín respecto a reuniones previas revela desconfianza mutua y una percepción de la relación a través del prisma de la seguridad, la competencia y la rivalidad sistémica.
En este contexto, resulta altamente improbable que se alcance algún acuerdo político de calado durante la próxima cumbre. De hecho, es muy sintomático que las negociaciones previas estén girando más en levantar diferentes tipos de restricciones que limitan la relación bilateral que sobre cómo profundizar la cooperación en temas bilaterales o multilaterales en los que tienen intereses comunes.
Uno de los principales obstáculos para el entendimiento radica en la extendida percepción europea de China como un rival estratégico. Figuras clave en Bruselas, como Ursula von der Leyen y Kaja Kallas, abanderan una línea proatlántista que está dispuesta a utilizar China como moneda de cambio en las relaciones de la UE con EEUU. Esta aproximación se ha visto aún más consolidada ante el papel que desempeña Washington en la arquitectura de seguridad del continente, especialmente en el contexto de la guerra en Ucrania. La dependencia europea de EEUU en materia de defensa, particularmente en los países más expuestos a la amenaza rusa, condiciona profundamente el margen de maniobra autónomo de la UE hacia Pekín.
Desde esta perspectiva, el papel de China como facilitador indirecto de la agresión militar rusa genera una enorme frustración en Europa que cristaliza en oposición a avanzar en una relación estratégica con Pekín mientras este continúe ofreciendo apoyo diplomático, económico o tecnológico a Moscú. La posible decisión del bloque comunitario de incluir a dos bancos chinos en su 18º paquete de sanciones contra Rusia ha tensado aún más el ambiente. La advertencia de Wang Yi sobre represalias ante esta medida refleja un endurecimiento de posiciones que aleja cualquier perspectiva de entendimiento político.
Otro factor que contribuye a esta dinámica de desconfianza son las crecientes preocupaciones europeas en torno a la participación de actores chinos en amenazas híbridas contra la UE. Desde cortes de cables submarinos en el mar Báltico, ciberataques dirigidos a instituciones públicas y empresas privadas, a operaciones de influencia, los servicios de inteligencia europeos han venido alertando sobre un patrón de actuaciones que minan la confianza mutua. Pese a que las autoridades europeas han optado en muchas ocasiones por no hacer públicas estas acusaciones, sí han dejado claro en foros privados y técnicos que estas prácticas son incompatibles con una relación basada en la confianza y el respeto mutuo.
Desde la perspectiva china, las motivaciones estructurales tampoco invitan al optimismo. Pekín considera que el mantenimiento de un régimen afín en Moscú es crucial para su propia estabilidad política. Rusia es la única potencia internacional con un firme interés en que no haya un cambio de régimen político en China. Es más, Rusia es vista no sólo como un aliado estratégico, sino también como un escudo frente a los intentos occidentales de fomentar procesos de democratización en su entorno regional, los cuales podrían tener un efecto contagio sobre China. Una hipotética transición democrática en Rusia no sólo debilitaría a un socio clave, sino que también permitiría a Washington concentrar más recursos en la contención directa de China en el Indo-Pacífico. Además, aunque Xi y su entorno desearían que Europa fuera estratégicamente más autónoma de EEUU, consideran que no hay expectativas realistas de que la UE se emancipe estratégicamente de Washington a corto o medio plazo. Por tanto, en Pekín muchos dan por hecho que Bruselas servirá de instrumento en el esfuerzo de contención contra China liderado por EEUU. Esta visión refuerza la lógica de desconfianza mutua y reduce los incentivos para ceder en cuestiones sensibles o explorar acuerdos políticos de alcance estratégico. Por tanto, lejos de constituir un punto de inflexión, la próxima cumbre corre el riesgo de convertirse en una mera escenificación diplomática sin impacto político real.
4. Los aranceles marcan las relaciones económicas
Desde el punto de vista económico, los medios estatales chinos ven factible que la cumbre pudiera concluir con un acuerdo significativo. El rumor es que la UE estaría dispuesta a retirar los aranceles a los coches eléctricos chinos o, por lo menos, aceptar unos niveles mínimos en los precios de estos, si China eliminase totalmente los aranceles al coñac, los lácteos y el cerdo y sus trabas a la exportación de las tierras raras y también se comprometiese además a realizar inversión de alto valor añadido en tecnología verde en Europa. El contexto es propicio. El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca y la amenaza de una política comercial mucho más proteccionista por parte de la mayor potencia mundial debería ser un aliciente para mejorar las relaciones económicas entre la UE y China y lograr objetivos concretos en esta cumbre bilateral, en línea con lo que von der Leyen ha definido antes de la misma como un acercamiento a China orientado a lograr resultados concretos.
El proteccionismo estadounidense pone a China y la UE en una situación complicada. La UE puede permitirse su actual déficit comercial con China gracias a su tradicional superávit con EEUU, pero si Washington aplica altos aranceles a los productos europeos, la apertura del mercado chino se convertiría en una necesidad absoluta. China, por su lado, ve como el mercado estadounidense cada vez se cierra más y por lo tanto el mercado europeo se convierte en vital para exportar su sobrecapacidad. Pero si hace eso, Europa va a seguir poniendo más barreras a los productos chinos. La solución pasa por que China consuma más, y de manera sostenida y sostenible. Lo que es insostenible es que el país asiático represente cerca del 30% de la inversión en capital y de la producción industrial mundial y sólo el 13% del consumo global. Sin embargo, pese a la retórica oficial en China favorable al aumento del consumo interno, la prioridad política sigue estando en consolidarse como una potencia industrial y tecnológica, con su consecuente capacidad exportadora, y eso hace difícil que las relaciones con la UE mejoren desde el punto de vista económico. Un acuerdo de inversiones como el firmado en 2020 parece muy improbable, y lo mismo se puede decir sobre una mayor coordinación