«La estrella caída» de Carlos Herrera Carmona
Se da la feliz coincidencia de que asisto a esta obra como autor, profesor de secundaria y bachillerato y como aquel compañero que fui de Josep María Miró –divertidísimo y ya fan acérrimo de Talía- en el 2002 en unas jornadas sobre el teatro rito en El Escorial donde asistimos a los geniales discursos de Arrabal. Por ello, ante esta mezcla tan sui generis, “La habitación blanca“ me afecta –en el mejor sentido del término- por triplicado. He de decir que, para cualquier docente que se encuentre con un ex-alumno suyo, se produce una actitud extrema, morbosa: el docente se cuadra ante él o ella, se inquieta, se emociona y, sobre todo, se alerta, ya que siempre le sobreviene a uno una embestida, una muestra de afecto o, simple y llanamente, el desprecio cuando el ex o la ex pasa a tu lado y te ignora como si fueras un espíritu no reconocido. El personaje de Lola Casamayor, la señorita Mercedes, sobre la cual pivota esta pieza, se defiende con un eslógan a modo de himno: parafraseo: “cada vez que lees o sumas, soy yo“. Miró nos convierte en juez supremo ante los argumentos oscuros e inquisitoriales que la tríada formada por los tres exalumnos de la maestra – Carlos (Jon Arias), Laia (Paula Blanca) y Manuel (Santi Marín). Dudo – y ya me gustaría- saber qué conclusión se cuece en la mente de cada espectador a la salida de la sala. Me temo que la balanza se podría inclinar hacia el jaque mate que sufre la maestra: a ella se le reprocha lo que supuestamente no hizo. Flota en el aire otro espíritu, un personaje incorpóreo, cuyo nombre callo para no desvelar aquí el misterio. La maestra sólo se limita a preguntar a sus alumnos si han conseguido su propósito en la vida y, sobre todo, si la felicidad les ha brindado su mano. Aparece este tribunal en un juego escénico bien trazado y urdido; una tríada dispuesta a acorralar casi a su maestra quien, apoyada en la melancolía, en la nostalgia y en todo este sentir de alguien entregada a su trabajo por vocación, parece defenderse de las pullas y cuestiones que inciden en su vida personal, al parecer, turbulenta. Vuelvo a repetir que, como docente a nueve años vista de llegar a la meta, he sentido una punzada nada apetecible, puesto que no hay que esperar a la retirada de los ruedos para ser testigo de lo poco o nada agradecido que puede llegar a ser un alumno ya en el día a día, máxime cuando ya te has cortado la coleta y hay una suerte de libertad por parte del ex –descaro más bien- a la hora de echarte en cara, de cuestionar, lo que uno hizo bien, mal, o regular. Pocos te felicitan. Muchos somos/seremos la señorita Mercedes. ¿Dulce venganza? Es la evaluación gratuita y sin piedad a la que se somete la protagonista durante la pieza, con su mirada algo senil, serena y firme. No levanta su voz contra ellos, prueba irrefutable de que el alma del docente se mantiene, como la de ella, firme, aguantando el temporal, incluso en el ocaso de la profesión como yo, o como ella, cuando va pausada camino del cementerio de elefantes buscando respuestas. Desde mi punto de vista siempre, y por lo que vivo, me resuenan más los parlamentos de los treintañeros que la atosigan en escena a las nuevas hordas de un profesorado – se salvan los contados con los dedos de una mano – que arramplan con lo establecido y desdeñan sin tacto el quehacer de los que ya vamos concluyendo etapa. El alma del docente, como la de la señorita Mercedes, acepta. Somos así. También pedimos perdón como ella, y como el suyo, rebota en la coraza de quien lo recibe. A ella sólo le quedará oír la voz trémula de Mari Trini que le canta su estrella caída y esperar que le llegue la hora, lo cual podría ser una bella metáfora de lo que es la jubilación. Sin embargo, un docente es docente hasta el final de sus días, como un sanitario. Es como si hiciéramos el juramento hipocrático al poner el pie por primera vez en el aula y después sobre la tumba. El pathos que desprende Lola Casamayor tal vez vela un acercamiento nada ortodoxo como crítico –no me gusta esta palabra- de la puesta en escena en general. Eché en falta la urna blanca –limbo, cubículo cerrado sartriano, infierno sartriano- para que los cuatro se movieran como peces de un lado para otro chocándose contra el cristal sin escapatoria. Me quedo con la mirada de la señorita Mercedes, – no podría ser de otra manera -, con su caminar entre sus tres fiscales sobre espuma, para no hacer ruido. El ruido lo lleva esa tríada, y el desdén, y el desagradecimiento incomprensible, y la pregunta áspera: Si te conocí, ¿por qué me invisibilizas?
Carlos Herrera Carmona es autor, director y crítico de teatro, además de profesor para la Comunidad de Madrid. @carlosherrerateatro www.carlosherreracarmona.com
LA HABITACIÓN BLANCA de Josep María Miró. Teatro Español. 2 de abril de 2023. Madrid.
Dirección: Lautaro Perotti. Traducción: Eva Vallines Menéndez. Elenco: Jon Arias, Paula Blanco, Lola Casamayor y Santi Marín. Diseño de espacio escénico y vestuario: Albert Pascual. Diseño de iluminación: Xavi Gardés. Ayudante de dirección: María García de Oteyza. Una producción de Flyhard Producciones SL – Sala Flyhard, con la colaboración de Timbre 4 y con la ayuda de Grec 2020 Festival de Barcelona.