Mientras dormía soñó que estaba muerto. El azar le dio una bofetada y acabó con muchos planes. De repente ya era tarde para dejar de fumar, cambiar por legumbre su inclinación a la panceta o abandonar la resistencia a hacer deporte. Nunca volvería los domingos al Sadar a disfrutar de Osasuna y dejaba para la otra vida lo de apuntarse a pilates. Se iba pero se quedaba. Era consciente de que su mortalidad era un sueño. Y quería aprovechar la ambigua circunstancia.
Se acercó al tanatorio. Descubrirse en el ataúd le cortó la respiración. Allí, impasible, mirando al cielo. No al del paraíso sino al de pladur de la sala refrigerada, con su rostro maquillado observado por la concurrencia. -Se le ve muy propio, dijo una cuñada que tenía pegada la nariz al cristal.
¿Qué quiere decir “muy propio”?, se preguntó en silencio el ‘muerto-vivo’ acercándose a la caja. Le habían vestido con la corbata de las bodas y rematado con una bufanda roja y blanca del Athletic de Bilbao, en las antípodas de los colores de su afición futbolística.
-¡No somos nada!, añadió la cuñada.
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-“Y con esa bufanda, menos”, dijo para sí el ‘muerto-vivo’ en un grito ahogado de osasunismo postrero. Se cabreó primero y luego se vino abajo. La visión lo hundió. Le rebajó la autoestima como en las tardes en que el rival goleaba a Osasuna. Un hombre preguntó a su hermano por qué lo habían amortajado con el símbolo de un equipo por el que no sentía simpatía alguna.
-Lo dejó escrito en el documento de últimas voluntades, replicó.
-¡Pero si era más rojillo que Sabalza!, contestó el interpelante. Nos roban futbolistas y también a sus mejores hinchas, expresó ofendido.
El ‘muerto-vivo’ observó el cadáver. En su cuello rojillo la prenda rojiblanca no era una bufanda sino la soga de un ahorcado. Salió del tanatorio y corrió al notario. Reclamó su documento de últimas voluntades y lo abrió. No había lugar a equívoco. Ahí estaba escrito: “con bufanda de Osasuna”. Esa mañana despertó revuelto. Aquel sueño era un aviso. Un mensaje encriptado en víspera de Todos los Santos. Sacó del ‘frigo’ la panceta y la metió en el cubo de orgánica. Del bolsillo cogió el tabaco y lo echó en el de resto. Telefoneó al gimnasio. Se apuntó a pilates y envió a su mujer un ‘whatsapp’. -¡Cariño, lo dejo escrito. Si me pasa algo, que me entierren con la bufanda de Osasuna!