Tema
Las elecciones presidenciales de 2025 en Rumanía ponen de manifiesto la amplia transición del país hacia el populismo nacionalista y la desconfianza institucional, con repercusiones importantes para la estabilidad regional y la unidad de Europa.
Resumen
Los resultados incontestables de George Simion en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Rumanía ponen de manifiesto el auge del sentimiento antisistema tras la anulación de las elecciones en 2024. El país vive inmerso desde hace años en profundas divisiones políticas marcadas por el populismo nacionalista, la desconfianza hacia las instituciones y las injerencias extranjeras. A pesar de las inclinaciones de Rumanía favorables a la Unión Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la desilusión hacia los partidos generalistas ha impulsado el ascenso de la extrema derecha. La política exterior se ha convertido en un ámbito contencioso en un contexto de influencias tanto rusas como estadounidenses. El resultado no influirá únicamente en el gobierno de Rumanía y en la estabilidad regional, sino también en la cohesión oriental de la UE, en particular en Polonia y en Moldavia, ya que la retórica del populismo nacionalista gana terreno en Europa en un momento de incertidumbre geopolítica y fragilidad democrática.
Análisis
La primera vuelta de las elecciones presidenciales de Rumanía tuvo lugar el domingo 4 de mayo de 2025 y los resultados marcaron todo un hito para el panorama político del país. George Simion, líder del partido de extrema derecha Alianza para la Unión de los Rumanos (AUR), se alzó vencedor con un 40,69% de los votos. Los sólidos resultados de George Simion en la primera vuelta de las presidenciales rumanas fueron una sorpresa para muchos observadores, pero, en realidad, era un desenlace previsible tras la turbulencia política generada por la anulación de las elecciones de noviembre de 2024 y los profundos problemas estructurales que aquejan al país.
La controversia y los debates en torno a la decisión del Tribunal Constitucional de anular la votación anterior por injerencias externas e irregularidades electorales minaron la confianza pública en las instituciones democráticas. Esa circunstancia, unida al descontento generalizado por el estancamiento económico y la desconexión percibida entre las élites políticas y el ciudadano de a pie, generó un caldo de cultivo para la retórica antisistema. El mensaje populista y nacionalista de Simion se benefició de ese entorno y caló en los votantes que se consideran al margen de la trayectoria seguida por Rumanía tras la adhesión a la UE y que se muestran cada vez más escépticos hacia los partidos tradicionales y los lazos con Occidente.
1. La anulación de las elecciones en 2024 y sus repercusiones
Las elecciones presidenciales de noviembre de 2024 se convirtieron en el punto álgido de esas tensiones cuando, en una decisión sin precedentes, el Tribunal Constitucional de Rumanía anuló los resultados electores en el marco de graves acusaciones de injerencia extranjera. Esta decisión no sólo desencadenó una crisis política, sino que puso de relieve la vulnerabilidad de hasta los Estados firmemente proeuropeos ante la manipulación externa y la fragmentación interna.
En lo que debería haber sido la primera vuelta de las votaciones el 24 de noviembre, un candidato ultranacionalista relativamente desconocido, Călin Georgescu, se puso en cabeza con un 23% aproximado de los votos. Su auge repentino vino acompañado de informes de inteligencia que apuntaban a una campaña coordinada de desinformación en la red. Las implicaciones fueron tan graves como para que, apenas dos días antes de la fecha prevista para la segunda vuelta, el Tribunal Constitucional interviniese para invalidar los resultados electorales.
Georgescu, figura de la extrema derecha con inclinaciones prorrusas, negó las acusaciones de juego sucio y el Kremlin hizo lo propio. Sin embargo, se le prohibió volver a presentarse a las elecciones. La anulación provocó protestas masivas, sobre todo de unos partidarios de Georgescu que en la decisión del tribunal veían un varapalo a la legitimidad democrática. La controversia también tuvo su eco a nivel internacional y personajes de la talla de Elon Musk y el senador estadounidense J. D. Vance se unieron a las autoridades rusas para condenar la decisión judicial y tildarla de “golpe” contra la voluntad popular.
Tras la invalidación de las elecciones presidenciales, la clase política rumana se apresuró a contener la crisis y restablecer la sensación de estabilidad. Para intentar evitar un nuevo avance de la extrema derecha, los pesos pesados tradicionales de Rumanía –los socialdemócratas (PSD), los liberales nacionales (PNL) y la UDMR de etnia húngara– conformaron una gran coalición. Estos rivales de siempre aunaron fuerzas en el marco de una nueva alianza electoral llamada “Adelante Rumanía” y llegaron a un acuerdo para ofrecer su apoyo a un único candidato presidencial: Crin Antonescu, expresidente del Senado y veterano de las filas del PNL. La decisión fue una solución de compromiso de carácter estratégico. Para el PSD, supuso digerir una realidad amarga: era la primera vez desde la caída del comunismo que el partido no conseguía pasar a la segunda vuelta de las presidenciales y, además, tenía que renunciar a presentar un candidato propio.
Mientras el centro político cerraba filas, la extrema derecha siguió ganando mucho terreno. En las elecciones al Parlamento del 1 de diciembre de 2024, tres partidos ultranacionalistas y de extrema derecha –la AUR, liderada por George Simion y respaldada por Georgescu; S.O.S. Rumanía; y el Partido de los Jóvenes– se hicieron con alrededor del 35% de los escaños.
Entretanto, el movimiento proeuropeo y anti-establishment Unión Salvar Rumanía (USR) apenas obtuvo un 12% de los escaños, una caída considerable desde casi el 15% conseguido en las elecciones de 2020. Los partidos generalistas también sufrieron retrocesos importantes: los socialdemócratas (PSD) se hicieron con el 22,5% de los votos –6,4 puntos porcentuales menos que en 2020–, mientras que los nacionales liberales (PNL) cayeron hasta el 13,6%, en lo que supuso un descalabro de 11,6 puntos porcentuales. Los resultados dejaron patente una erosión más acusada de la confianza depositada en los partidos tradicionales, puesto que los votantes se decantaron en mayor medida por las alternativas populistas y nacionalistas.
Con las tensiones a flor de piel y ante la reconfiguración del mapa político, todo apuntaba a una revancha por todo lo alto en las elecciones presidenciales. En respuesta a la preocupación cada vez mayor frente a las injerencias extranjeras, el gobierno rumano introdujo una normativa electoral más estricta destinada a poner coto a las influencias malintencionadas. Aun así, a pesar de estas intervenciones, la anulación de las elecciones de 2024 dejó profundamente polarizada a la sociedad rumana. Las grandes manifestaciones en las calles y el escepticismo generalizado hacia las instituciones judiciales y políticas han dejado entrever una nación que lucha contra la desconfianza en todos los frentes.
Las autoridades rumanas decidieron recientemente cerrar todos los colegios electorales en el extranjero a las nueve de la tarde hora de Bucarest, haciendo coincidir ese cierre con el del horario de votación en Rumanía. El cambio, presentado como medida para proteger la integridad electoral y evitar la desinformación de última hora, garantiza también que los sondeos a pie de urna no se publicarán hasta que se hayan depositado todos los votos. Se trata de una reacción a lo ocurrido en las elecciones anuladas de 2024, cuando las primeras proyecciones influyeron en los votantes del extranjero y contribuyeron a brindar un resultado sorprendente en los comicios. Hay quien ha criticado que la nueva norma limita la influencia de la diáspora –por lo general, más reformista y anti-establishment–, de modo que se estaría favoreciendo a los candidatos generalistas y preservando el statu quo político.
2. Fuerzas profundas que entran en juego en la votación
Fueron 11 los candidatos clasificados para la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Rumanía el 4 de mayo de 2025 y, desde el mes de abril, hubo cuatro que se perfilaron como favoritos: por orden alfabético, Crin Antonescu, Nicușor Dan, Victor Ponta y George Simion. Por su parte, George Simion y Nicușor Dan pasaron a la segunda vuelta, fijada para el 18 de mayo. Antes de la votación, los sondeos arrojaron resultados muy dispares y, en la propia jornada electoral, los encuestadores a pie de urna comentaron que un número considerable de votantes se negó a declarar su voto. Todo ello contribuyó a crear un desfase entre los cálculos preelectorales (que, por ejemplo, daban a George Simion en torno al 30% de los votos) y el resultado final (obtuvo más del 40%). En cualquier caso, los patrones constantes observados en encuestas, sondeos y barómetros sociales anteriores siguen siendo relevantes y continúan determinando la dinámica electoral general.
2.1. Las raíces del nacionalismo anti-establishment
Una de las tendencias más evidentes del panorama político actual en Rumanía es la aparición entre el electorado de un sentimiento de rechazo al sistema tradicional. No es algo nuevo ni algo imprevisto en un país que sigue lidiando con el legado de su pasado autoritario. Hasta 1990, Rumanía sufrió bajo un régimen comunista excepcionalmente represivo, liderado por Nicolae Ceaușescu, que no se limitó a aislarse de Occidente, sino también del resto del bloque del este. El sistema impuesto por Ceaușescu se nutría del miedo y la desconfianza, mientras que la policía secreta de la Securitate avivaba incluso las sospechas entre vecinos. La corrupción y el clientelismo arraigaron con fuerza y, con una economía que se desmoronaba, la supervivencia dependía con frecuencia de redes informales y conexiones personales. Estas experiencias han dejado en el país cicatrices institucionales y sociales perdurables. El pueblo rumano sigue transitando la complicada senda de la construcción de instituciones democráticas y la cultura de la transparencia, con dificultades exacerbadas por la desconfianza pertinaz y la ausencia de una tradición democrática compartida y estable.
En Rumanía es esencial contar con un debate político funcional para el proceso de construcción democrática, pero ese sigue siendo uno de los aspectos menos desarrollados del sistema político del país. Los partidos políticos rumanos, financiados en gran medida por el Estado tanto para su funcionamiento como para las campañas, han tenido escasos motivos para crear conexiones genuinas con el electorado. En su lugar, se han destinado recursos considerables a la creación de relatos mediáticos –comprando tiempo de emisión y estrechando lazos con periodistas y comentaristas simpatizantes– hasta ampliar la brecha entre las élites políticas y el gran público. Al mismo tiempo, la sociedad civil sigue en sus primeras fases de desarrollo y existen pocas fundaciones políticas o grupos de reflexión que sean independientes.
La percepción generalizada de corrupción y amiguismo ha hecho que muchos rumanos no vean mucha diferencia entre las élites políticas actuales y los antiguos dirigentes comunistas. Esta desilusión ha servido de fuelle a los movimientos populistas contrarios a lo establecido que prometen –aunque rara vez lo cumplen– la sociedad próspera y basada en los méritos personales que muchos ansiaban ver tras la revolución de 1989.
La primera oleada populista en Rumanía tras el comunismo, encabezada por el Partido de la Gran Rumanía (nacionalistas), siguió apoyando la integración en la UE y en la OTAN. Una corriente más duradera fue la que emergió con Traian Băsescu, quien obtuvo la presidencia en 2004 al presentarse como un outsider anticorrupción que luchaba contra las élites políticas corruptas. En 2012, en un clima de penuria económica, el partido populista PPDD obtuvo escaños pese a no contar con una ideología clara más allá del antielitismo. Ya en 2016, el populismo dio un giro reformista y proeuropeo con el auge de la USR, partido que, desde entonces, ha conseguido un éxito electoral constante. En fechas más recientes, se ha ido imponiendo una corriente nacionalista radical con partidos como AUR, SOS y POT –aupados por el descontento posterior a la época del COVID-19– que, en su conjunto, han obtenido más del 30% de los votos en las elecciones nacionales (diciembre de 2024) y europeas (junio de 2024), así como más del 40% en las últimas elecciones presidenciales.
2.2. Auge del extremismo, pero ¿en qué términos?
Aunque Călin Georgescu, el candidato principal de la extrema derecha en las elecciones anteriores tenía prohibido presentarse, dejó patente su apoyo a George Simion al aparecer junto a él en las urnas el día de la votación, en lo que fue un espaldarazo tácito a la agenda populista nacionalista de la AUR. Otros candidatos también lanzaron mensajes parecidos, entre ellos el primer ministro Victor Ponta, quien hizo campaña con una propuesta nacionalista de izquierdas dirigida a una base distinta de votantes. En vez de disiparse, esta corriente de extremismo político no hace más que afianzarse, moldeada tanto por la dinámica local como por la influencia de la retórica, la estrategia y el tirón populista al estilo Trump.
En Rumanía, la extrema derecha se apoya en una coalición diversa de gente frustrada con el discurrir político del país en las últimas décadas: votantes jóvenes, población rural o de pequeñas localidades y algunos segmentos de la clase trabajadora de la diáspora rumana. A pesar de las expectativas, George Simion –al igual que Georgescu antes que él– cuenta con un fuerte respaldo entre los hombres de 18 a 35 años de edad, sobre todo entre los descontentos con la política tradicional que se sienten atraídos por el tono patriótico y rebelde de la AUR. Simion también goza de predicamento en regiones rurales como Moldavia Occidental y Valaquia, bastiones tradicionales del PSD, azotados ahora por la pobreza y la migración, en los que su mensaje populista encuentra un terreno abonado.
George Simion se ha granjeado un fuerte apoyo entre los integrantes de la diáspora rumana de la Europa Occidental, en especial entre los emigrantes más jóvenes de clase trabajadora en países como Italia, España y el Reino Unido. Desilusionados con partidos centristas como la USR que no han conseguido llevar a cabo reformas de amplio calado, muchos exvotantes reformistas se decantan ahora por la AUR. El mensaje nacionalista y las promesas de Simion de ayudar a quienes regresen ha calado muy hondo, sobre todo porque la AUR ha conseguido movilizar el apoyo de la diáspora rumana a través de campañas específicas en redes sociales. En cambio, el estilo tecnocrático de la USR y su desconexión percibida con las vicisitudes del día a día han provocado que decaiga su influencia en el extranjero.
Simion atrae con fuerza a conservadores sociales y votantes religiosos; pese a que otros de los candidatos son ortodoxos, su retórica ligada a lo eclesiástico de hacer hincapié en las tradiciones y los valores familiares le da cierta ventaja entre la población más devota, a excepción de quienes siguen mostrando lealtad a la vieja guardia del PSD. El apoyo central de Simion suele proceder de la población con menos ingresos y menor formación académica, aunque incluye también a ultranacionalistas con estudios y simpatizantes antivacunas. Durante la pandemia y la guerra de Ucrania, los relatos favorables al Kremlin ganaron terreno en algunos segmentos de sus bases, lo que dio pie a especulaciones de que –junto a Georgescu– contaba con el respaldo de Moscú. Simion ha adoptado también el estilo de Trump en sus mensajes, sobre todo en lo tocante a la religión y temas anti-LGBT, reforzando así su imagen de mayor partidario trumpista del panorama rumano.
El ex primer ministro Victor Ponta, otro destacado nacionalista anti-establishment, atrajo a un electorado híbrido y obtuvo apoyos tanto de las bases tradicionales del PSD como de votantes nacionalistas. Situándose como una alternativa más refinada y pragmática, optó por consignas como Make Romania Great Again y propuso una versión más laxa de la corriente populista nacionalista. Tras la inhabilitación de Georgescu, algunos votantes prorrusos y de extrema derecha se decantaron en un primer momento por Ponta, pero ahora parece que será Simion quien recabará una gran parte de esos apoyos.
Otro grupo influyente que nutre a la corriente nacionalista-populista es la llamada “izquierda patriótica”, votantes conservadores desde el punto de vista social que idealizan ciertos aspectos de la época comunista y abogan por un mayor protagonismo del Estado en la economía, pero sin alinearse del todo con la ideología de la extrema derecha. Suelen idealizar la supuesta estabilidad del pasado –empleo garantizado, vivienda asequible y autosuficiencia nacional–, pero pasan por alto las realidades autoritarias del control centralizado y el aislamiento económico forzoso. En el clima actual de incertidumbre económica, vuelve a aflorar ese tipo de nostalgia. En un sondeo reciente de INSCOOP, más del 56% de las personas encuestadas se mostraron a favor de la creación de más empresas de titularidad pública, mientras que sólo el 38,7% confiaba en que las empresas privadas lograrían impuls