Mapas de cosecha: cómo la geoinformación está cambiando el campo - SERESCO

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Desde hace décadas, la agricultura viene recorriendo un camino de transformación abonado por la tecnología y la geoinformación, que permite conocer lo que antes parecía imposible: el rendimiento de cada centímetro de cultivo. Hoy, por ejemplo, los mapas de cosecha son herramientas fundamentales que aportan información real y actualizada sobre productividad, lo cual resulta de gran valor para tomar decisiones precisas y estratégicas.

¿Qué revelan estos mapas?

Un mapa de rendimiento o mapa de cosecha muestra, con detalles métricos y geográficos, cuántos kilos por hectárea se han producido en cada zona del campo. Esta información la aporta la propia cosechadora, mediante sensores que miden el flujo de grano, su porcentaje de humedad y posicionamiento georreferenciado. Cuando estos datos eliminan errores (de velocidad o calibración, por ejemplo) y se procesan, surgen los mapas que colorean el terreno según su productividad.

El máximo potencial de estos mapas se obtiene cuando se integran con información complementaria, como propiedades del suelo, imágenes de dron o satélite, variables meteorológicas, etc., y esta visión integradora nos permite saber tanto qué zonas rinden más como por qué y cómo mejorar ese rendimiento.

Para qué sirven y por qué importan los mapas de cosecha

Una aplicación muy interesante de los mapas de rendimiento es la división del campo en zonas de manejo, para las que se aplican estrategias específicas de fertilización, siembra o riego, en función de las necesidades reales. También se pueden combinar los datos de rendimiento, costes y precios de venta para conocer qué fincas generan beneficios o, por el contrario, pérdidas, lo cual supone una base sólida para tomar decisiones a medio y largo plazo.

Los mapas de cosecha hacen posible una agricultura más eficiente y sostenible. Al optimizar el riego y la aplicación de fertilizantes, se ahorran costes y se minimizan el consumo de agua y la contaminación del suelo.

En términos económicos, permiten aumentar los márgenes, tanto atacando zonas de bajo rendimiento como potenciando las más productivas.

Geoinformación y SIG: la base técnica de la agricultura de precisión

Detrás de cada mapa de cosecha hay mucho mas que una simple visualización de colores. Lo que hace posible la conversión de datos crudos (como el flujo de grano o la velocidad de la cosechadora) en conocimiento útil es la geoinformación. Esta georreferenciación permite tanto ubicar cada dato en el espacio, como analizarlo en relación con otros factores del terreno y el entorno.

Y aquí entran en juego los sistemas de información geográfica (SIG), con su combinación de cartografía digital, bases de dados espaciales y herramientas de análisis, que permiten integrar diferentes capas de información: rendimiento histórico, tipo de suelo, imágenes satelitales, etc. A partir de una imagen plana del rendimiento de un cultivo, obtenemos, de este modo, un completo sistema de interpretación que ayuda a explicar por qué unas zonas rinden más que otras y qué se puede hacer al respecto.

Además, los SIG permiten realizar análisis espaciales avanzados, como la delimitación de zonas homogéneas de manejo o la simulación de escenarios agronómicos según diferentes estrategias de aplicación. Mediante esta tecnología, podemos pasar de la observación generalizada a una gestión específica por finca o ambiente, uno de los pilares de la agricultura de precisión.

Los mapas de cosecha, que son útiles para el agricultor —control económico más fino, reducción de insumos, mejora continua, decisiones orientadas a datos—; para la sociedad —alimentos más sostenibles, menos contaminación, fortalecimiento de economías rurales—; para el planeta —menor huella ecológica, preservación del suelo y del agua, promoción de biodiversidad—; y para los mercados —mayor transparencia, trazabilidad—, no serían posibles sin el soporte técnico de la geoinformación ni sin las capacidades analíticas de los SIG.

Ambos permiten dar sentido a los datos agronómicos y convertirlos en decisiones prácticas, que se traducen en mejor rendimiento, sostenibilidad y resiliencia. Son la base digital sobre la que hoy se construye la nueva manera de cultivar: una que mira el suelo desde el cielo, pero con los pies firmemente plantados en la tierra.

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Equipo Editorial