Sociológica Tres: “El sexo entre la juventud se ha vuelto muy fácil y hablar de amor muy difícil”

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Autor: Pilar Nicolás Rodríguez
11 julio, 2025

Otis intenta desesperadamente encontrar las palabras adecuadas mientras su madre, la incombustible Jean Milburn, irrumpe en su habitación con un libro sobre sexualidad y un comentario poco oportuno sobre las «tensiones propias del despertar hormonal». Mientras tanto, en la fiesta de fin de curso, Maeve enciende un cigarrillo y observa cómo algunos compañeros se pierden entre el humo, el alcohol y los besos furtivos en la oscuridad del jardín. En la serie de Netflix Sex Education, la adolescencia se dibuja con todos sus matices: deseo, inseguridad, exploración y exceso. Pero ¿qué sucede cuando bajamos la pantalla y nos enfrentamos a la realidad de los y las jóvenes españolas?

Por eso, desde Blog de Planeta Joven del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, nos sumergimos esta semana en una conversación con Juan Carlos Ballesteros Guerra e Ignacio Megías Quirós, investigadores de Sociológica Tres S.L. y autores de dos estudios clave sobre juventud, sexualidad y consumo de sustancias [1] [2]. Una mirada rigurosa —y necesaria— que nos ayuda a entender los vínculos entre drogas y relaciones sexuales en contextos juveniles.

Spoiler: aquí no hay música pop ni luces de neón, pero sí muchas preguntas urgentes… y respuestas reveladoras.

Sexo, drogas y muchas dudas: lo que no se cuenta en los afters

 ¿A qué desafíos os enfrentasteis al abordar temáticas como el sexo y el consumo de drogas entre jóvenes?
Ignacio: En el informe cualitativo, el mayor problema era primero establecer una relación real entre consumos y sexo, porque en el imaginario colectivo no se vinculaba directamente, salvo en lo causal: emborracharse y acabar teniendo sexo sin buscarlo. Además, el imaginario general sobre quién usa drogas para tener sexo está más centrado en las sustancias que en el sexo.
Después, mi dificultad era entrar en la percepción real sobre la sexualidad. Los jóvenes hablaban libremente del sexo y de los discursos sobre consumo de drogas, pero de forma superficial. El tabú es hablar de la intimidad, lo que hay debajo: emociones, inseguridades, dudas, riesgos…

Juan Carlos: Sí, el sexo se ha vuelto muy fácil y el amor, la conexión emocional, se ha vuelto muy difícil.
Yo, el mayor reto que he observado en la publicación cuantitativa es que la juventud tiene un conocimiento relativo sobre sustancias y sus efectos en el sexo, pero luego practican las relaciones sexuales por medio de la sustancia.

A partir de ello, ¿cuáles diríais que son los hallazgos más sorprendentes o preocupantes que revelaron los estudios?
Juan Carlos: Los datos y la encuesta indican que, a la triada famosa de alcohol, tabaco y cannabis, con o sin relaciones sexuales, se están empezando a sumar otras sustancias todavía marginales como el éxtasis, la mefedrona o el popper.

Ignacio: De los discursos, una de las ideas destacables es lo relativo al consentimiento y cómo actúan de manera muy distinta los roles de género. Las mujeres ven el consentimiento como un problema porque pueden sufrir las consecuencias, educadas en la sumisión, en responder al rol que se espera de ellas y en no decepcionar a la pareja sexual. Los hombres lo ven como un aprendizaje, y en ese proceso de probar cosas, de ensayo y error, se pueden cometer errores como hacer cosas que alguien no quiere. Lo que pasa es que las mujeres, en ese proceso de ensayo-error, tienen las de perder porque están sometidas a más riesgos.

Juan Carlos: En esta línea, a mí me llama la atención que la juventud que usa el consumo de sustancias con mucha frecuencia en sus relaciones sexuales se enfrenta a más situaciones de riesgo cuando se desinhibe. Es decir, declara más embarazos no deseados, situaciones de violencia o casi violencia y haber contraído más infecciones de transmisión sexual que los que no toman o los que lo hacen con menos frecuencia. Se la juegan, consciente o inconscientemente. Porque luego, ellos y ellas sí que son conscientes desde el punto de vista racional. Pero, como dice Ignacio, ellas son más conscientes de que se pueden meter en un serio problema.

Me mencionáis la idea de los riesgos. ¿Qué estrategias, si las hay, utilizan para gestionarlos o prevenir situaciones de abuso o coacción?
Juan Carlos: En la encuesta lo que sale es que son conscientes de las situaciones de riesgo. Pero de qué estrategias se utilizan para hacer eso… porque siguen repitiendo el mismo patrón para la próxima relación sexual.

Ignacio: A nivel discursivo, es evidente que en el contexto de la fiesta y de la noche, la responsabilidad pierde la partida frente a la diversión. Y lo paradójico es que entienden todos los riesgos que hay. Sin embargo, la planificación va en contra del imaginario de la noche, que es todo lo inesperado. O sea, sé que tengo que ponerme un preservativo, y si sé que voy a tener relaciones sexuales, a lo mejor lo llevo. Pero si salgo sin saber si voy a tener relaciones sexuales, lo más fácil es que no lo lleve. Y ya, una vez en faena, es muy difícil decir que no. Con lo cual, exige una planificación que no encaja con esas expectativas de excepcionalidad, esperando que pase algo extraordinario, que luego, al final, por rutina, suele ser nada, jeje.

Chemsex: la historia no contada del afecto y la exclusión

¿Estamos asistiendo a nuevas formas de experimentación o repetimos patrones generacionales con nuevas formas como el chemsex?

Ignacio: Dentro de la comunidad de hombres homosexuales sí que está asentado. Una experta sexóloga me comentaba que los roles de género tienen estereotipos muy marcados también, y que ellos tienen sus espacios concretos donde hacerlo, pero las mujeres, cuando lo hacen, tienen que apropiarse esos lugares porque no tienen los suyos.
Curioso me resultó que el imaginario colectivo general, que no es practicante de chemsex o ni lo conoce mucho, lo entienda desde las drogas y no desde el sexo. Pero en la comunidad del chemsex, al menos con la que yo he charlado, es al revés: los consumos entran a través de las relaciones afectivas. Ante la homofobia generalizada y no encontrar hueco en la sociedad, el colectivo LGTBQ+ se acopla en esos espacios de afecto necesario en el que reconocerse y ser reconocido. El problema es que de ahí derivan consumos de drogas muy problemáticos y con muchos riesgos, porque las sustancias en sí mismas enganchan.

La presencia del chemsex en medios y políticas públicas ha sido muy visible en los últimos años. ¿Creéis que este foco está generando una imagen distorsionada sobre la relación entre juventud, drogas y sexo?

Ignacio: Con el chemsex se va retroalimentando el estereotipo. O sea, es gente que se ve en los márgenes de la sociedad y busca un nicho donde integrarse. Cuando encuentran ese espacio, resulta que se les aleja aún más de la sociedad porque se crea como un micro gueto.

 ¿Qué riesgos tiene que los discursos adultos se concentren en fenómenos extremos y no escuchen las experiencias más cotidianas, pero igualmente complejas?

Ignacio: Por eso, por un lado, dejas de lado la realidad de la media de la población. Por otro, al mismo tiempo también estás abandonando un poco a un colectivo pequeño al que estás homogenizando. Se observa desde ciertos estereotipos que se está desindividualizando a los miembros de ese colectivo, tratándolos por igual cuando los problemas son personales y el tratamiento debe ser individualizado. Con lo cual se están distorsionando las dos visiones.

Juan Carlos: En la línea de lo que dice Ignacio, se está poniendo en el foco una situación que, de momento, es relativamente marginal todavía y se está extendiendo a toda la juventud. Cuando el comportamiento normalizado es el que se ha llevado, además, toda la vida.

Consumos en las relaciones sexoafectivas, ¿potenciadoras o problemáticas?

En relación al consumo de sustancias, ¿qué patrones emergen entre adolescentes y jóvenes?

Juan Carlos: Comparando con otras encuestas, parece que está creciendo una proporción de chicos y chicas abstemios, que no toman sustancias al salir de fiesta.
Por otra parte, en el informe estatal, por género, hay cortes diferenciales claros: ellas consumen menos y menos veces, ellos apuestan más al consumo y rendimiento. Por ejemplo, el uso de Viagra es relativamente alto entre jóvenes, aunque es para disfunción eréctil y en teoría no debería ser común. No es una separación total con las mujeres jóvenes, pero ellas están más en el consumo ligado al atrevimiento para hacer o pedir cosas a su pareja sexual.

Ignacio: Sobre la desinhibición, yendo más allá de perder el filtro de la vergüenza con determinados consumos a la hora de tener relaciones sexuales, es atreverse a ser una persona que no sale de otra manera. Quiero decir que si toman ciertas sustancias son “más guarros” en el sexo, palabras que usaban ellos y ellas mismas. Emerge parte de su personalidad que, además, les puede gustar y que de otra manera no se atreven a que salga.
De hecho, en el estudio cualitativo se ve más claro que en el cuantitativo que las búsquedas de ellos están reducidas a aguantar más en el sexo, una búsqueda muy inmediata a través de las sustancias. Y en ellas, más hacia la desinhibición. Esto deriva en que los temores sean distintos: ellos tienen miedo al gatillazo y a no saber hacerlo como se espera de ellos; y ellas, miedo más en la línea del rechazo, de la culpa…

Ahora que me mencionas esto, ¿qué diferencias detectasteis entre el consumo previo a una relación sexual dentro de una pareja estable frente a encuentros esporádicos o casuales?

Juan Carlos: El estudio nacional muestra que el consumo en parejas estables antes o durante el acto sexual es más bajo que en las parejas ocasionales. Y los consumos se disparan en parejas no convencionales, abiertas y poliamorosas. Sin embargo, esto no es significativo porque, de la muestra de 1.200 personas que entrevistamos, hay muy pocas personas que se declaraban en una relación de este tipo.

Ignacio: A nivel discursivo, el buen sexo es el que tiene que ver con relaciones de mucha confianza, más que un “aquí te pillo, aquí te mato”. Aunque se entiende también que hay unos lazos emocionales que les hacen más prudentes con cómo se pueden mostrar, y en ese espacio es en el que sí pueden tener cabida los consumos de sustancias. O sea, las drogas se utilizan para evitar el reparo emocional de “¿qué va a pensar mi pareja de mí si me atrevo a hacer o pedir ciertas cosas sexuales?”.

Algo me habéis comentado antes con lo del chemsex. ¿Qué mitos o creencias erróneas están más arraigados entre jóvenes respecto a las sustancias y su impacto en el sexo?

Juan Carlos: La expectativa es aumentar rendimiento, placer y disfrute usando algunas sustancias. Pero, según dicen, la realidad ha sido peor o con experiencias negativas, porque algunas sustancias inhiben o perjudican el desempeño: ellos que no funcionaron, y ellas que se arrepienten de cosas hechas tras el subidón o chute.
De hecho, un pequeño porcentaje comenta mantener relaciones sexuales porque “se aprovechan” de que la pareja estaba algo inconsciente por ebriedad o consumo.

Ignacio: Claro, estamos hablando de población general, que no consume mayoritariamente y no enfoca el consumo a tener sexo. Su experiencia es haber tenido relaciones sexuales estando bebido, y ahí la expectativa no se cumple porque ni aguantan ni disfrutan más. Con suerte, se pueden poner el preservativo y acordarse, jeje.

Juan Carlos: Hay una especie de esquizofrenia entre la expectativa y la realidad. Es decir, que es una política un poco contradictoria: dicen que saben de drogas, que los niveles informativos son buenos, pero no piensan mucho en lo que están tomando, a pesar de que han tenido varios intentos frustrados o fracasados.
Puede ser porque, en su conjunto, la encuesta muestra que el 70% tiene una autopercepción de saberlo todo sobre las sustancias y sobre el sexo. La cuestión es que las fuentes de información que suelen usar son informales: las típicas de amistades, buscar por redes sociales, etc. No son fuentes fiables, científicas, avaladas y respaldadas.

Ignacio: Sí, también que reducen la información en el ámbito de la sexualidad a saber qué es un preservativo, saber cómo se pone o lo que es una enfermedad o infección de transmisión sexual. Pero la sexualidad implica además comunicarse con su pareja o transmitir sus emociones, temores. Y eso no lo hacen, porque subyace algo que lo impide.

Juan Carlos: O sea, que el problema no es el sexo y las sustancias: es la educación emocional.

Ignacio: Sí, saber reconocer las emociones y cómo gestionarlas. Por ejemplo, saber que se actúa bajo un patrón de un estereotipo de género, o que se están haciendo cosas que se esperan de uno mismo. Nos pasa a los mayores, pero en edades adolescentes mucho más, porque se está forjando la personalidad.

Redes, porno y la distorsión del deseo

Según he entendido, habéis detectado una aparente “normalización” del discurso sexual entre jóvenes, pero también muchas carencias en la educación afectivo-sexual. ¿Cómo se explica esta contradicción?

Juan Carlos: Es como si el sexo fuera otro objeto de consumo. Me relaciono desde el sexo, independientemente de la otra persona, y hay carencias en todos los aspectos.

Ignacio: Si incluimos el contexto online, en el que la información que te entra es incontrolable, se multiplica la cultura de la hipersexualización. Cuando todavía el adolescente no está preparado para asumirlo, busca su identidad sexual, pero ya es objeto sexualizado para la sociedad o la cultura pornográfica, que establece unas expectativas totalmente irreales.

¿Qué papel juegan hoy las redes sociales y el porno en la construcción del deseo, los miedos o las prácticas sexuales de la juventud?Ignacio: Por un lado, más allá de lo que te comentaba, cuando están experimentando para buscar lo que quieren, las expectativas y el culto a la imagen que viene de internet, como el porno, distorsionan la visión del sexo: sobre cómo son los cuerpos, cómo deben ser o cómo se tienen las relaciones sexuales. Por otro lado, una de las sexólogas expertas que entrevisté me ayudó a entender que hay un lado positivo del canal online y de las redes sociales, ya que se habla mucho más de temas que de otra manera no se hablarían, como el consentimiento, el placer femenino o la manifestación de los deseos.

Más educación, sí. Pero también más humanidad

¿Qué tipo de intervenciones consideráis urgentes o más eficaces para abordar estos fenómenos desde lo educativo o lo comunitario?
Juan Carlos: La respuesta de que la educación es la respuesta, sí. Y quizá la educación no lo es todo, porque se juega en un territorio que no tiene unas reglas definidas de racionalidad y de pensamiento. Es que, con diecisiete o dieciocho años, sales de fiesta y estás en la época de “perderse”. Y para controlarse hay que ponerse de un modo muy racional.

Ignacio: Según mi punto de vista, una educación sexual no solo centrada en los riesgos, sino una sexualidad sana, disfrutona y en positivo. Esto me lo decía una experta, por ejemplo: que una herramienta de empoderamiento es el conocimiento del propio cuerpo, saber gestionar, identificar los deseos y las estrategias para manifestarlos, contrarrestando los estereotipos que vienen del porno y de la percepción de las redes.
Asimismo, una educación sexual que conecte con emociones, con dudas, y no solo en lo que suele ser negativo. Ahora, si me pongo en la piel del docente, será complicadísimo de abordar.

¿Os han surgido preguntas a raíz de estas investigaciones que os gustaría seguir explorando?

Ignacio: Al igual que cómo condiciona el sexo el consentimiento y los roles de género, me interesa mucho el tema de los nuevos modelos relacionales, tanto del poliamor como de las relaciones abiertas. En los grupos de discusión de jóvenes estaba muy presente y marcaba algunas tendencias emergentes en cuanto a maneras de negociar los límites y de entender la fidelidad.

Juan Carlos: En la expectativa ves, además, una realidad de relaciones abiertas. En el cuestionario me pareció sorprendente que buena parte de los chicos y las chicas que decían tener una relación abierta o poliamorosa estaban deseando una relación monógama.

Ignacio:

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Pilar Nicolás Rodríguez