- En el Valle del Côa, al norte de Portugal, la suelta y gestión del pastoreo de un grupo de caballos semi-salvajes ha demostrado que la naturaleza tiene sus propios mecanismos para cuidarse
Garcés Rivero / Vila Nova de Foz / Portugal
Durante tres años, científicos han seguido de cerca el impacto de estos animales en el paisaje y los resultados son reveladores: su presencia reduce el riesgo de incendios, mejora la biodiversidad y fortalece el suelo. Lejos de ser un simple experimento ecológico, esta acción de pastoreo natural apunta a convertirse en una herramienta estratégica para la restauración ambiental de zonas cada vez más castigadas por el abandono rural y el cambio climático.
La investigación, publicada en la revista Frontiers in Ecology & Evolution, ha sido liderada por Rewilding Portugal en colaboración con el proyecto LIFE WolFlux y la Universidad de Aveiro. El estudio comparó los efectos del pastoreo por caballos salvajes con los que se producen cuando la tierra se gestiona con ganado vacuno extensivo. Los resultados no dejan lugar a dudas: los equinos aportan beneficios tangibles al ecosistema.
Menos hierba seca, menos incendios
Uno de los impactos más evidentes es la reducción del riesgo de incendios. Los caballos, al alimentarse de grandes cantidades de vegetación seca y maleza, actúan como una especie de cortafuegos natural. Su actividad mantiene la altura de la hierba a niveles bajos y elimina combustibles acumulados que, en temporadas de calor, podrían alimentar incendios de gran intensidad.
Este efecto no es exclusivo del caso portugués. En Galicia, comunidades locales que conviven con caballos salvajes han comprobado cómo la presencia de estos animales evita los incendios de forma sistemática. Desde 2019, no se ha registrado ni un solo gran fuego en las zonas gestionadas con pastoreo salvaje, lo que ha despertado el interés de otras regiones y países con problemas similares.
En Estados Unidos, iniciativas como el «Wild Horse Fire Brigade» han documentado que cada caballo puede consumir hasta 13 kilos diarios de biomasa inflamable. Un simple cálculo ilustra su potencial: 1.000 caballos alimentándose libremente durante la primavera pueden eliminar más de 4.000 toneladas de vegetación que, de otro modo, quedarían expuestas a incendiarse en verano.
Un impulso para la biodiversidad
Más allá de la prevención de incendios, los caballos modifican positivamente la estructura del paisaje. Al pastar de manera no selectiva, crean parches abiertos entre la vegetación, lo que permite que florezcan especies herbáceas que de otro modo quedarían asfixiadas por el exceso de matorral. Esta diversificación vegetal atrae a insectos polinizadores como abejas, mariposas y escarabajos, fundamentales para mantener el equilibrio ecológico.
En el Valle del Côa, los científicos constataron un incremento significativo en la cantidad y variedad de flores silvestres tras la introducción de los caballos. Al mismo tiempo, otras especies de fauna se han beneficiado indirectamente: aves insectívoras, pequeños mamíferos y reptiles encuentran ahora un hábitat más propicio gracias a los nuevos espacios abiertos. Considerado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1998, del Valle del Côa se dice que es «el más importante sitio al aire libre con arte rupestre paleolítica».
Lo mismo sucede en otras zonas de Europa. En la reserva de Milovice, en la República Checa, la reintroducción de caballos de Przewalski y ponis Exmoor ha provocado un auténtico renacimiento de la biodiversidad local. Praderas antes dominadas por vegetación monótona han dado paso a mosaicos ecológicos donde conviven especies antes desaparecidas.
Regeneración natural del suelo
Otro de los efectos positivos del pastoreo con caballos es la mejora del suelo. A diferencia del ganado bovino, los caballos son fermentadores colónicos, lo que les permite procesar vegetación más seca y pobre en nutrientes. Esta capacidad amplía su radio de acción y reduce la presión sobre los pastos más ricos, favoreciendo su regeneración natural.
Además, el pisoteo de los caballos ayuda a airear el suelo y a incorporar materia orgánica, lo que enriquece su fertilidad. El resultado es un terreno más vivo, con mejor capacidad para retener agua y fijar carbono. En un contexto de cambio climático, donde la salud del suelo es clave para mantener ecosistemas resilientes, este tipo de pastoreo ofrece una solución eficaz y sostenible.
En zonas húmedas de Galicia, la presencia de caballos ha contribuido también a mantener turberas activas, ricas en musgo Sphagnum, uno de los mayores sumideros naturales de carbono que existen en Europa.
Una oportunidad para el mundo rural
Pero los beneficios no son solo ecológicos. También hay un impacto positivo en el plano económico y social. En muchas áreas rurales afectadas por la despoblación, la reintroducción de caballos salvajes está generando nuevas oportunidades vinculadas al turismo de naturaleza, la educación ambiental o la ganadería extensiva adaptada al entorno.
En Portugal, la presencia de caballos Sorraia ha despertado el interés de visitantes y naturalistas. En Galicia, festividades tradicionales como la “rapa das bestas” han recuperado protagonismo, al tiempo que se promueve una convivencia respetuosa con los animales.
El valor cultural de estos caballos, además, no es menor. Muchas de estas razas están en peligro de extinción y su recuperación como agentes de restauración ecológica permite al mismo tiempo conservar patrimonio genético y memoria rural.
La gestión es la clave
Aunque los resultados son alentadores, los expertos insisten en que el éxito del pastoreo con caballos salvajes depende de una buena planificación. Es necesario controlar la densidad de animales, evitar el sobrepastoreo y garantizar un equilibrio entre herbívoros y regeneración natural del bosque.
En algunas regiones de América del Norte, la falta de gestión adecuada ha generado conflictos: poblaciones de caballos ferales sin control han provocado impactos negativos sobre flora y fauna local. Por eso, el enfoque europeo, centrado en proyectos científicos y participación comunitaria, resulta clave para evitar errores del pasado.
La acción combinada de caballos salvajes, gestión humana inteligente y participación local puede ser una poderosa aliada frente a dos de los grandes retos ambientales del siglo XXI: la pérdida de biodiversidad y la creciente amenaza de incendios forestales.
El ecosistema se autorregula: linces, águilas y cigüeñas negras
La investigación desarrollada en el Valle del Côa no solo confirma lo que ya intuían comunidades y ecologistas: demuestra con datos medibles que la naturaleza tiene mecanismos eficaces para autorregularse si se le ofrece el espacio adecuado. Pastorear con caballos salvajes, bien gestionado, no es una moda romántica, sino una herramienta práctica con beneficios demostrables.
Mientras Europa busca nuevas estrategias para restaurar sus paisajes y adaptarse al cambio climático, proyectos como este señalan un camino posible: el de confiar en la resiliencia de la naturaleza y en la sabiduría acumulada de quienes han convivido con ella durante siglos.
El Valle del Côa, situado en el noreste de Portugal, es uno de los paisajes más representativos de la Península Ibérica en cuanto a valor ecológico y diversidad natural. Se trata de una región de transición entre el clima atlántico y el mediterráneo, lo que le confiere una gran variedad de hábitats: bosques de encinas, matorrales, praderas abiertas y riberas fluviales bien conservadas. Esta riqueza ecológica favorece la presencia de una amplia gama de especies, muchas de ellas amenazadas, como el lince ibérico, el águila real o la cigüeña negra. Además, su relieve escarpado y la baja densidad humana han permitido que el valle conserve buena parte de su estructura ecológica original, lo que lo convierte en un enclave prioritario para iniciativas de rewilding y restauración ambiental.
Más allá de su biodiversidad, el Valle del Côa es un importante reservorio de servicios ecosistémicos. Sus suelos bien estructurados y cubiertos de vegetación autóctona actúan como esponjas naturales, ayudando a regular el ciclo del agua y a prevenir la erosión. Asimismo, la vegetación del valle desempeña un papel crucial en la captura de carbono, lo que contribuye a la mitigación del cambio climático. La interacción equilibrada entre fauna, flora y paisaje ha convertido esta región en un laboratorio natural ideal para experimentar con modelos de gestión ecológica, como el pastoreo con caballos salvajes, que buscan restaurar dinámicas perdidas y fortalecer la resiliencia del territorio frente a los incendios forestales y el abandono rural.
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