La Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en colaboración con la Asociación de Directivos de Comunicación DIRCOM, organizó hace unos días el curso “Retos de la democracia ante la desinformación: el papel de los periodistas y los directores de comunicación como garantes de una información veraz”, una muestra más de que la desinformación empieza a ocupar un papel destacado en la agenda pública. De hecho, la última edición del Foro de Davos ya citaba la desinformación como el principal riesgo de las empresas en los próximos años.
La pregunta que debemos hacernos es por qué las empresas aún no asumen este tema como el riesgo real que supone para su reputación, pero especialmente para su continuidad de negocio.
Puede que no seamos conscientes de que un contenido falso o manipulado puede hundir todo el negocio de una corporación, ni de cómo esta es mucho más débil de lo que cree ante cualquier desinformación. La sociedad, ¿a quién va a creer? ¿A un montón de perfiles de redes sociales y algunos medios que aseguran que un determinado producto provoca cáncer, por poner un ejemplo, o a la empresa que lo desmiente? Lo hemos visto infinidad de veces: el rumor, la noticia falsa, la manipulación, acaban cuajando mucho más rápidamente que cualquier otra información.
Los expertos alegan que la única solución es la alfabetización mediática, término ya anticuado porque precisamente los medios han perdido su papel de protagonistas en el universo de los contenidos. Quizás deberíamos hablar de alfabetización informativa o de contenidos porque, al fin y al cabo, hemos pasado de consumir medios a consumir contenidos, independientemente de la plataforma donde se emitan.
Alfabetizar es sin lugar a dudas un paso necesario en la lucha contra la desinformación, como lo es la recuperación del sentido crítico ante cualquier información. Hay quien dice que hoy, si queremos sobrevivir al alud de desinformación, a las noticias y contenidos debe dárseles la vuelta de la misma manera que se hace con los productos de supermercado, para ver quién es el fabricante y qué dice su etiqueta antes de lanzarnos a difundirlas sin comprobar su veracidad.
Pero a lo mejor se debe ir más allá y empezar a pensar en la necesidad que tienen las organizaciones de crear verdaderos círculos de confianza con sus entornos. Es decir, generar suficiente credibilidad y confianza entre empleados, clientes, medios y otros actores para que cuando una noticia falsa nos afecte la podamos desmentir siendo suficientemente creíbles entre nuestros entornos.
De la misma manera que hemos dado pasos de gigante en la lucha por la ciberseguridad, o en el compromiso con la seguridad laboral o con la sostenibilidad, quizás ahora toca destinar recursos, esfuerzos y tiempo a gestionar este gran riesgo que se llama desinformación.