El inicio de temporada en Madrid se pone interesante con la llegada de un clásico renovado. Cabaret, el musical en el Kit Kat Klub llega al UMusic Hotel Teatro Albéniz en una versión inmersiva que transforma el espacio en un auténtico búnker artístico. Bajo la dirección de Federico Bellone y con producción de LETSGO, esta propuesta, que aúna música, drama y experiencia sensorial, aspira a convertir cada rincón del teatro en parte del relato, ofreciendo al público una inmersión total en el Berlín de entreguerras.
Desde el mismo instante en que se cruzan las puertas, abandonamos Madrid para perdernos en una capital alemana vibrante y misteriosa, donde el tiempo se suspende y la realidad cotidiana se disuelve. El vestíbulo, transformado en un universo paralelo, es una invitación a dejar atrás preocupaciones y rutinas. Aquí no existen penas ni problemas, solo el latido de una ciudad que respira jazz, deseo y política. Entre luces cálidas, copas que tintinean y miradas cómplices, la sensación es clara: todo va a estar bien, porque el Kit Kat Klub abre sus puertas para celebrar la vida en una fiesta continua.
Cada escena de este musical se convierte en una ventana abierta hacia otra época, pero también en un espejo donde resuenan ecos preocupantes del presente. Con Amanda Digón como Sally Bowles, Pepe Nufrio dando vida a Cliff Bradshaw, Carmen Conesa como Fräulein Schneider, Pepa Lucas en el papel de Fräulein Kost, Gonzalo Ramos como Ernst Ludwig (bastante impresionante, por cierto, no se me va de la cabeza) y Tony River como Herr Schultz, el reparto principal entrega actuaciones de una talla espectacular. Pero si hay un nombre que acapara todas las miradas es el de Abril Zamora, que encarna a la Maestra de Ceremonias con una presencia electrizante: su voz, sus gestos y su capacidad para contener la tensión, para sugerir que debajo de la fiesta acecha el caos, están más que sublimes. En su versión del Emcee, una no puede evitar pensar que la historia berlinesa no está tan lejos como pensamos.
Sin embargo, no todo son brillos en esta experiencia. Me sorprende encontrar en escena cuerpos impecables, casi esculpidos, demasiado perfectos para un Berlín que en la memoria colectiva respira desgarro, penumbra y contradicción. Echo mucho en falta cuerpos no normativos, personajes que reflejaran defectos, marginalidad y rechazo que, tanto en aquella época como en la nuestra, han marcado la vida nocturna y los márgenes de la sociedad. Esa perfección excesiva, aunque deslumbrante, diluye parte de la crudeza que se espera encontrar en el Kit Kat Klub: un lugar que debería rezumar deterioro, sonrisas forzadas o acaso el eco incómodo de abusos escondidos tras la fachada del placer y del poder.
Por otro lado, el espacio en sí resulta acogedor, aunque la vivencia depende en gran medida del lugar que ocupes en la sala: Cabaret puede quedarse en un espectáculo bien ejecutado frente a tus ojos o, por el contrario, desbordarse en una fiesta delirante en la que las actuaciones te sorprenden desde cualquier rincón, invitándote a formar parte del juego. Eso sí, conviene advertir que los asientos no son los más cómodos para resistir las más de dos horas y media que dura la experiencia. Además, quienes se decanten por la opción más inmersiva y/o extravagante al comprar sus entradas descubrirán imágenes desde ángulos insospechados, con perspectivas que difícilmente se borrarán de sus memorias.
Otra cuestión que me incomodó fue el manejo del sonido. Desde el inicio, se advierte de que habrá momentos estridentes, pero no estoy convencida de que esa sea la única vía para generar impacto. El volumen, en ocasiones excesivo, llega a imponerse sobre todo lo demás. Y lo cierto es que un buen clímax no necesita recurrir a la saturación sonora. Basta con unas interpretaciones sólidas y una dirección que sepa conducir la tensión dramática para estremecer sin recurrir al estruendo.
El espectáculo, hay que admitirlo, es una propuesta original y arriesgada, aunque en ciertos pasajes se percibe una cierta lentitud que frena el ritmo de la narración. Pese a ello, las tres escenas clave —tanto en lo musical como en lo dramático, en las canciones y en el diálogo— destacan por estar tratadas con un pulso magistral: diálogos afilados, interpretaciones de altísimo nivel y una dirección que sabe tensar la cuerda con una astucia admirable. Es en esos momentos donde el show alcanza su máxima potencia, dejando claro que la obra no solo entretiene, sino que también conmueve y remueve.
Cabaret, el musical en el Kit Kat Klub se despide con un mensaje poderoso, de esos que rara vez emergen con tanta claridad en un musical de gran formato: la reivindicación política como latido final. Aunque la sensación de decadencia podría haberse subrayado más a lo largo de la función, tal vez la apuesta de esta producción sea la de detener de golpe la fiesta, congelar el goce y obligarnos a contemplar de frente el abismo, el fascismo, la extrema derecha, el horror… el retroceso. El contraste es brutal, como si hubiéramos estado bailando en el infierno sin atrevernos a reconocerlo, dejando que las atrocidades inimaginables se desplegaran ante nuestros ojos sin hacer nada por impedirlo. La pregunta queda flotando en el aire, incómoda y urgente: ¿será ya demasiado tarde para impedir que la historia vuelva a repetirse?
Damas y caballeros, ¿pensaban que ya lo habían visto todo? ¡Ja! Claro, claro, Cabaret es amor, pasión y drama… pero no, no, esto es Cabaret llevado a otro nivel, donde la irreverencia y el caos no tienen límites. Y sí, el Kit Kat Klub ha aterrizado en Madrid, directamente desde Berlín, para que puedan ver lo que pasa cuando el amor y la desesperación se encuentran, cuando la música lo es todo y las reglas… bueno, las reglas no existen… Aquí, todo es una fiesta: romance, drama, y claro, un toque de dangerous seducción. No hay filtros, no hay pudor, y por supuesto, ¡no hay vergüenza! Prepárense para un torbellino de emociones, porque nada, absolutamente nada, será como lo esperan. La música suena a todo volumen con canciones como Willkommen, Don’t Tell Mama, Money Money y, cómo no… Cabaret. ¡Y todo esto envuelto en una atmósfera que sólo Berlín podría inspirar, ahora en Madrid! Cabaret tiene música de John Kander, letras de Fred Ebb, libro de Joe Masteroff, basado en la obra de John Van Druten y las historias de Christopher Isherwood. ¡A disfrutar, meine Damen und Herren! ¡Vive la vida, live your life!
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