El Umbral de Primavera vuelve a acoger a la compañía Kurasana y su nuevo proyecto escénico que tiene por título Un público. Tras sorprender con Antártida y Fucking Money Man, sus producciones más recientes, su nueva propuesta arroja preguntas como: ¿qué ocurre cuando nos reunimos en una sala?, ¿hacemos teatro para estar juntos o nos juntamos para hacer teatro?
Concebida bajo la tutela del dramaturgo Pablo Rosal en el curso “Sala de Ejemplos” del Teatro de La Abadía, la obra plantea una comedia contemporánea que invita a mirar al público como protagonista y a explorar la comunidad que se forma en cada función. Durante casi una hora, cuatro intérpretes (con elenco aleatorio) se interrogan, juegan, dudan y proponen, construyendo un espacio de encuentro tan sencillo como misterioso, en una obra dirigida por Gabriela Burgos y Álvaro Revuelta, con quienes me siento a charlar para que me cuenten más.
¿Cómo surgió la inquietud que vertebra esta obra?
Álvaro: Empezó con otra que no tiene nada que ver con esta. Esa obra iba sobre la mentira. Creo que, por el hecho de vivirla tan de cerca—con las fake news tan a la orden del día—, me interesaba cómo todo esto podía usarse, tratarse o experimentarse dramatúrgicamente. Empezaba de una manera muy desprendida, intentando anular toda la mentira con la que llegamos a la sala de teatro, todas las ficciones con las que venimos atrapados. Y vimos que lo que realmente nos estresaba era la verdad. Nos sentíamos muy impostores: de pronto llega la gente de su casa al teatro y nosotros ahí… Nos seducía otro tipo de teatro, uno que se desarrollara sin construir ninguna ficción más sobre nosotros, o incluso que quitara alguna.
Creo que vivimos muy disociados del mundo y eso nos lleva a estar apartados. Y si el teatro pudiera servir para conectar con algo más… Entonces, nos fijamos en la estructura “un cuerpo, un espacio vacío” del libro de Peter Brook ‘El espacio vacío’ y dijimos: bueno, ¿y si eso fuera suficiente? Y agarrándonos a eso, planteamos: un público entra en una sala de teatro y se encuentra con… ¿y si eso fuera ya el desarrollo de algo? ¿No es suficientemente importante? ¿No es relevante ese encuentro?
¿Cómo llegas a codirigir, Gabriela?
Gabriela: Sucede cuando Álvaro empieza a plantearse poner la obra en movimiento, llevarla ya a escena. Al principio, esperaba formar parte de la compañía. Iba a estar en el elenco. Y no sé, un día, él se acercó a mí para ofrecerme la posibilidad de hacer una codirección, de plantearnos juntos la puesta en escena. Sobre todo, de compartir la dirección de actores. La verdad es que, aparte de la amistad que nos une y el cariño que le tengo, hay una confianza absoluta en él como dramaturgo. Y me apetecía mucho estrenarme también en la dirección, probar. Que fuera con él me encajaba perfecto, por la comunicación que tenemos, por la cercanía, y porque el proyecto en sí mismo ya tenía algo muy de teatro, pero desde un lugar más conceptual, más en la forma de plantearlo. Ese plano más abstracto que leía en su obra —más reflexivo— me daba, todo el rato, imágenes de escena. Y ahí me encajaron ambas cosas, porque o vengo también de algo más plástico, ya que hago escultura. Entonces, me interesaba mucho —y creo que él ya lo sabía— la idea de jugar con el espacio y con la materia.
¿Cómo es la escenografía?
Gabriela: Hay un recorrido propio, casi parece una obra paralela. La escenografía tiene su propia historia. Quisimos ampliar un poco el equipo y empezamos a trabajar con un par de compañeras: una iluminadora y una escenógrafa. Arrancamos el proyecto en conjunto, compartiendo puntos de vista. Lorna, la escenógrafa, planteó una escenografía que partía de la idea del 360, de que esta obra fuera un encuentro muy direccional, que el público y los actores tuvieran ese compromiso físico de encontrarse desde muchos prismas. La frontalidad del espacio se perdía un poco y eso era muy interesante porque acompañaba la idea del encuentro y de esa ambigüedad sobre la que reflexiona la obra. A partir de ahí, nos planteamos que no hubiera un montaje literal, sino algo más abstracto. Entonces Lorna, se centró en el elemento de la silla como representación de ese público.
Álvaro: La escenografía es la silla en la que se sienta el público. Nosotros estábamos montando a partir de esa primera idea de Lorna y pensamos: el público que viene a verla, ¿cómo se sienta?, ¿dónde se sienta?, ¿cómo es eso? Entonces lo que hemos hecho es alterar precisamente eso: el escenario es un lugar más lumínico, más orientado hacia la luz y la técnica de luces, con elementos internos que juegan, y toda la escenografía está montada del lado del público. No es exactamente un 360, pero sí tiene algo de eso, una especie de rotación del espacio.
“Desfamiliarizarse del teatro tal y como lo entendemos”. ¿De qué manera lo habéis llevado a la práctica en la puesta en escena?
Álvaro: Pues esa palabra la dijo, por primera vez, Miguel Valentín cuando leyó la obra. Y es que hay un juego constante, todo el rato. La obra podría entenderse un poco como un metateatro, pero está continuamente extrañándose de sí misma. Se extraña de todo: de la entrada del público, del propio espacio, de lo que está ocurriendo ahí… Hay un juego constante con ese “¿qué está pasando aquí?”. Y llega un momento en que uno de los personajes dice algo así como: “Tío, son demasiados, tiene que ser a propósito que estén aquí todos a la vez. Esto no ocurre por casualidad.” Y otro le responde: “Yo creo que sí, yo creo que es casual.” Y hay varios momentos de la obra donde los actores dialogan y juegan con lo que está ocurriendo ahí mismo, con lo que está haciendo el público. Es como si todo el rato se tratara de darle la vuelta a lo teatral: de volver a entender o resignificar algunos términos, de darnos cuenta de que hemos naturalizado ciertas cosas. Y de ahí viene también una gran parte de la comedia que tiene la obra, ese juego constante de: “¡Ah, vale, vale, vale!” —hay mucha tontería, mucha risa—. Los personajes son bastante más tontos de lo que parecen. Hay un punto casi de extraterrestres, de ver el mundo desde fuera, desde esa mirada que no da nada por hecho.
¿Creéis que la obra tiene un sentido distinto para diferentes tipos de público (por ejemplo, espectadores/as habituales del teatro vs. personas que raramente van)?
Gabriela: Creo que significará cosas distintas según quién lo vea. Es decir, alguien que maneje más el teatro, que lo tenga integrado en su ocio o en su estilo de vida, seguramente verá en esto una propuesta interesante desde el plano de la reflexión. Y también creo que es una obra que alivia un poco, en algunos sentidos. No solo por su duración —porque es bastante fresca y ágil—, sino porque además permite respirar, soltar. Yo tengo la sensación de que, después de ver tantas cosas —no porque se parezcan, pero sí porque hay estilos ya muy definidos, tendencias muy marcadas—, esta obra te desubica un poco, y eso es un alivio. Y luego, para la gente que no ve teatro habitualmente, o que no le es tan cercano, creo que también es un reto, porque tiene algo de juego. Fíjate, compite un poco con otras actividades más inmersivas, de esas que ahora gustan tanto, en las que hay sorpresa, juego, no saber muy bien dónde estás. Creo que, aunque sea en términos técnicos, hay una experiencia de luz, una experiencia de inmersión, de estar en un espacio raro. Y también hay algo de desdibujar un poco el arte en el mundo en el que vivimos —que ya está bastante desdibujado—, de llevar eso a la escena off, que sea accesible para gente que normalmente no se plantea ir al teatro.
Álvaro: Yo creo que intentamos tratar de entendernos, pero no de una manera tonta. Tenemos muy en cuenta a quién viene. No somos nada exigentes con el público; somos exigentes con nosotros. Creemos que el teatro se tiene que acercar a la gente y no la gente al teatro.
¿De qué manera vuestras formaciones y experiencias profesionales y ajenas al teatro nutren esta propuesta?
Gabriela: La mayoría de nosotros tenemos trabajos bastante humanistas. Eso se complementa mucho con actuar, con hacer teatro. Yo creo que hay un hilo muy claro. La mayoría somos médicos y la consulta tiene algo muy teatralizable. Ahí sucede una magia, algo en lo que tú, como profesional médico, tienes que adaptarte a la persona que tienes delante. Vas siguiendo diferentes personajes, o diferentes tonos, siendo todos verdad, pero adaptándote a cada paciente. Y luego hay algo muy humano en estar tan cerca de la gente, tan cerca del sentido de la vida, de las lógicas de cómo funcionamos —en cuerpo, en mente, en lo social—, de todo ese entramado. Entonces, siento que es una especie de continuidad. A veces, me da la sensación de que, más que ser un ocio, como mucha gente piensa, es una extensión de lo mismo. Y pienso que, el arte muchas veces está deslocalizado. No solo del público, sino de la vida.
Álvaro: Un día, mi psicóloga me dijo: “Claro, tú vas al hospital, estás en el trabajo, y luego tienes el teatro para desconectar”. Y le dije: “Al revés.” Creo que el trabajo, embutido en un mercado liberal tan agresivo como el que vivimos, nos obliga a disociarnos. Y el arte, o el teatro, me parece justamente un sitio para conectar. O al menos es lo que me gustaría. Que el teatro y el trabajo son espacios continuistas, que lo que hacemos es lo mismo, solo que con otro lenguaje. De hecho, muchas veces, cuando estamos ensayando, les digo a los actores: “Este espacio no es distinto de fuera. No caminas y te metes en otro lugar. Aquí hacemos lo que ya hacemos siempre”.
“Kurasana quiere colocar algo bello en el mundo”. ¿Este es un montaje que habla de esperanza?
Álvaro: Creo que, desde luego, la obra está creada con una voluntad de esperanza. No pretende fingir que no existe todo lo terrible que hay. Creo que, si estamos hablando de ello, somos conscientes de la precariedad y del mundo tan difícil en el que nos movemos. Parar unos segundos para alzar la voz requiere una gran responsabilidad y hay que tener en cuenta que eso es algo muy relevante. Yo creo que el optimismo es una decisión que se toma. No es solo ver lo bonito de la vida, sino ver todo lo que hay y decidir enfrentarlo así. La obra está creada así porque, a pesar de todo, genera un momento de belleza, un momento de ternura. Nos permitimos un momento en el que, en este lugar, en este espacio, la ternura también es posible.
Gabriela: Yo creo que, en el mundo en el que vivimos actualmente, ya simplemente el gesto de querer poner algo bello tiene algo muy vibrante.
A raíz de las fotos de vuestra propuesta, me gustaría preguntaros si esta función pudiera representarse en un lugar nada convencional, ¿dónde sería y por qué?
Álvaro: Yo siento que la calle sería un sitio excelente. Lorna decía que es una obra hecha para las típicas personas que están en un pueblo, sentadas en un banquito en la puerta de su casa y a las que les puedes decirles: “Hola, buenas, somos Kurasana, ¿podemos hacer una movida?”. Creo que, si Un público puede hacerse ahí, es que algo hemos hecho bien.
¿Qué tipo de públicos sois, qué os gusta ir a ver al teatro?
Gabriela: Cada vez me gusta más ver cosas que tengan una escala humana, o sea, razonable, para yo entender al otro que se pone ahí en el ruedo. Las cosas que son como muy grandiosas, que pecan un poco como de grandes montajes o producciones, cada vez me interesan menos. Y me llama todo lo que es más performático últimamente, quizá también porque voy un poco por ahí; cómo performas, cómo entiendes la vida, y eso es lo que más me guía. Como público soy una persona que le gusta ir al teatro con amigos. Tenemos un grupo para ir al teatro juntos. También voy al teatro sola, pero como que me parece algo que redondea muy bien la experiencia.
Álvaro: Yo pienso que ojalá viéramos teatro como vamos a conciertos. Me encanta. Estamos ahí, en una cosa completamente asociativa, sin necesidad de construir nada.
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🐘🪑👀
La compañía Kurasana está formada por 20 amigas que comenzaron su trayectoria teatral hace más de diez años en el ámbito universitario. En 2021, dieron el paso de constituirse formalmente como compañía con el objetivo de consolidar un espacio propio y mantener vivo su compromiso con la creación teatral. En 2022, estrenaron Manual de Histeria Universal; en 2023 Una absurda explosión de maravillosa belleza y Antártida. Este 2025, han participado en el programa Cópula de Navelart con Habitantes y estrenado Fucking Money Man. Un público confirma su interés por experimentar sin perder la cercanía, abriendo un nuevo capítulo en su trayectoria dentro de la escena independiente madrileña.
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