40 Mostra de València: Broken Vein & A second life - AU Agenda

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Tras la fiesta inaugural, primera sesión de Sección Oficial a concurso de la 40ª edición de La Mostra con dos películas que se mueven en las antípodas de aquello que cuentan, sus planteamientos formales, incluso su manera de mirar la vida, en general.

Arrancaba la sesión con Broken vein, del realizador griego Yannis Economides, en su segunda visita al certamen. Más que contar, la cinta de Economides nos presenta a un personaje, Thomas Alexopoulos, un hombre de negocios de mediana edad al que le acucian las deudas. En el momento en el que arranca la cinta, el plazo de devolución de un préstamo que le ha hecho un usurero está a punto de expirar y Thomas debe devolver el dinero bajo pena de perder todos sus bienes. El problema es que Thomas no tiene la cantidad que le exige el prestamista y tendrá que mover cielo y tierra para conseguirla. Por el camino, se lo juega prácticamente todo, incluida la posibilidad de perder a una familia que ya está harta de él hasta tal punto que parece dispuesta a darle la espalda para siempre.

Entre las virtudes o audacias que se puede conceder al trabajo de Economides, se encuentra la elección de su personaje protagonista. Thomas no es que sea un antihéroe, como se suele entender, es que es, hablando en términos mundanos, el malo de la película. Según vamos avanzando en la cinta iremos descubriendo que la situación en la que se encuentra no se debe al azar o a la mala fortuna, sino a una forma de vida entregada a todo tipo de vicios que le han conducido al calamitoso presente que ahora tiene que sortear. Thomas lo tiene todo en su contra: es una mal padre, peor esposo y peor empresario (regenta una tienda que heredó de su padre y que ha arruinado); como le dirá en un momento dado su propio hijo, es un perdedor. Sin embargo, esta situación desesperada no le hará enmendarse, sino que seguirá tratando de engañar a todo el mundo para salvar su cuello, lo que incluye a amantes, esposa y a una pobre hija que lo adora, amor que él utiliza sibilinamente para embaucarla e implicarla en sus sucios tejemanejes. A pesar de todo, Economides maneja de manera brillante los mecanismos de la identificación logrando que suframos con el fatal destino que la vida parece haber preparado para este individuo.

Para ello, el director griego se salta las reglas del guion convencional y delinea una estructura que discurre como una flecha desde los primeros compases de la película. Así, al arrancar el metraje, ya conocemos el problema en el que está metido Thomas, el reto será seguirlo en cada escala de este viaje en la búsqueda de su desesperada salvación (¿conseguirá finalmente el dinero?). Apoya firmemente la apuesta del guion, la construcción de unos personajes verdaderamente tridimensionales, cuya humanidad no se encuentra en esperar que nos caigan más o menos bien, sino en responder de manera taxativa a su propia naturaleza, hija de sus circunstancias.

Economides no juzga a sus personajes, hace algo mucho más interesante: los describe en su propio marco, lo que hace la propuesta mucho más próxima a la realidad. La fuerza de su película se encuentra, así, en una construcción psicológica perfilada con manos de cirujano. A partir de ahí, será el espectador el que emita su propio juicio. No es que Economides se mantenga al margen de lo que vemos, que no juzgue a su protagonista, es que ese juicio moral vendrá de su confrontación con los demás, del cálculo de las decisiones que va a tomar y que ya ha tomado antes de que empiece la película, así como en las consecuencias que van a tener en su vida y en la de aquellos que le rodean, víctimas a su vez de sus miserias. Y lo mismo sucederá en el caso del resto de personajes, cuya reacción ante los dilemas a los que les enfrenta Thomas a causa de su mala cabeza, los van a definir. Yannis Economides traza, de esta forma, un complejo puzle humano en el que nada es verdad ni es mentira, de color blanco o negro, todo es contradictorio en su misma humanidad. ¿Cómo se puede querer a un hombre que te engaña con cada palabra que pronuncia? ¿Cómo se puede condenar a tu propia familia para salvar tu pellejo? Lo bueno o lo malo queda, como decimos, a expensas del espectador, que puede quizá juzgar, si bien en la recámara le queda la impresión de que él mismo puede caer alguna vez en este tipo de trampas que nos prepara la vida. Nadie está a salvo de caer en las garras de un Thomas o de acabar convertido en el propio Thomas.

De fondo, Yannis Economides traza un paisaje de la Grecia contemporánea ciertamente sombrío. Es un cuadro de clubs de alterne, de carreteras desvencijadas, de negocios de paso donde se malvive, de una clase media que convive apegada al dinero y, sobre todo, al qué dirán que la condena a establecer alianzas con lo más bajo de la sociedad con tal de mantener el estatus. Economides filma estos espacios con la mirada del antropólogo, eludiendo introducir en la narración elementos que distraigan la atención del espectador de esa descripción de una sociedad mezquina en proceso ya de descomposición. Ayuda a este trabajo de re-construcción casi documental, una cámara situada a ras de suelo que elude los subrayados sin perder un ápice de potencia discursiva ni narrativa. Una cámara apoyada por un trabajo de puesta en escena, vestuario y fotografía que trata de captar la realidad tal y como la vemos en nuestro día a día. Economides sitúa la película en su Grecia natal, pero los personajes y paisajes nos son tan próximos como si los hubiera rodado a la vuelta de la esquina. La vida en estado puro.

Todo lo que de terrenal tiene la cinta de Economides se pierde en la segunda de las propuestas de esta primera jornada. Dirigida por el francés Laurent Slama, A second life cuenta la historia de Elisabeth, una norteamericana afincada en París que trabaja para una empresa de alquiler de apartamentos para turistas. Desde el primer momento, entendemos que las cosas no marchan bien en la vida de Elisabeth. Su jefe la presiona contantemente para que le de los resultados esperados y es obvio que no se siente a gusto con un trabajo que, sin embargo, necesita, tanto para sobrevivir como para renovar su tarjeta de residencia. En un momento del día, Elisabeth conoce a Elijah, un joven también estadounidense que ha alquilado uno de estos apartamentos. Pero, a diferencia de la mayoría de los clientes, Elijah no parece muy interesado en el alojamiento; lo que quiere es conocer a la propia Elisabeth, saber de ella, qué piensa, cómo se siente, quiere vibrar con una ciudad que parece maravillarle. Pero Elisabeth tiene mucho trabajo y no puede perder el tiempo con un chico al que no puede quitarse de encima.

Difieren la propuesta de Slama de la de Ecominides en la propia construcción de la narración. Ambas películas comparten una estructura de road movie en la que los personajes, en un periodo breve de tiempo (unos días en el caso de Thomas, una jornada en el caso de Elisabeth), tendrán que resolver una serie de situaciones que les lleven a una salida de su posición inicial. Pero donde en la cinta del griego cada suceso está sujeto a una estricta lógica dramática, en la película de Slama todo parece demasiado caprichoso, contra intuitivo, lo que hace que su propuesta discurra más agarrotada, más anclada a las intenciones del discurso del director que a las necesidades de sus personajes. Si en Broken vein era el mundo el que hablaba a través del director, en A second life es el director el que habla a través de los personajes. Lo que allí era objetivo aquí es subjetivo.

Así, parece poco probable que alguien que se encuentra en la situación de Elisabeth, con su carácter, se preste tan fácilmente a los desvaríos a los que la empuja alguien que es para ella un completo desconocido. Y lo mismo pasa con el resto de personajes, que aparecen en la ficción de manera igualmente caprichosa, más por la voluntad del guionista y director que por las condiciones impuestas por la trama o los conflictos que se van a exponer.

Esta dificultad para trazar la línea dramática por la que pasan los personajes queda de alguna manera delatada por la brevedad de la duración de la película, apenas 77 minutos, segada seguramente por una situación de partida que daba poco juego y que queda cercenada por el riesgo a caer en una reiteración en la que cae de todas las maneras. Tras un primer encuentro entre ellos, Elisabeth se enfrenta a un conflicto con otros clientes que han abandonado uno de los apartamentos alquilados. Mientras trata de resolver este problema, Elijah impone su presencia y aunque le presta su ayuda, la escena resulta poco creíble. Estas situaciones se van a repetir una y otra vez.

Pero, ¿qué le pasa a Elisabeth? ¿Por qué se comporta de esta manera? ¿Por qué hace Elijah lo que hace? En este sentido, si en la cinta de Ecominides el discurso funcionaba por medio de un proceso deductivo, atando cabos, aquí todo debe ser expresado de viva voz. Hay dos razones fuerza para ello. La primera, un sentido literario ciertamente afectado. Slama, menos experimentado que Ecominides en la dirección, quiere exhibirse como escritor. La otra razón responde a una necesidad de hacer entender al espectador qué es lo que pasa dentro de la cabeza de sus personajes. De otra forma, no se entendería, solo serían sujetos que van de aquí para allá. Para marcar el tono, aparentemente lírico de la propuesta, Slama arranca su película situando a Elisbeth en medio de una calle. En off oímos sus pensamientos, lo que ya nos sitúa en una posición inicial. Después, a lo largo del recorrido, vendrán otras conversaciones, puestas allí para que entendamos. ¿Qué te pasa? ¿Quién eres? ¿Cuál es tu problema? Conversaciones en las que se exponen sentimientos que la película no logra que permeen por sí misma. A second life parece más un ejercicio de terapia que una narración.

Y como ocurría también en la cinta de Ecominides, el escenario va a tener aquí un papel discursivo esencial. Slama sitúa su relato en un momento muy preciso: la celebración de los Juegos Olímpicos de París. Esta situación plantea una confrontación con su protagonista. Descubrimos entonces que Elisabeth es una mujer sorda que lleva unos audífonos. Esta peculiaridad la confronta con el entorno de ruido de una ciudad asaltada por los turistas. Ruido de fondo contra la búsqueda de ese silencio interior que la protagonista parece buscar. Fondo que, al contrario que en la cinta griega, queda en todo momento desenfocado, lo que establece una relación muy diferente. Allí donde la mirada de Ecominides es diáfana, la de Slama está mediatizada por su propia condición de visitante ocasional. Slama es como Elisabeth, como Elijah, otro turista, un cuerpo extraño.

Contraste entre fondo y primer plano que quiere ser metáfora del conflicto que sufre Elisabeth y que no es otro que esa disociación interior frente al mundo que la rodea. No sabemos qué ha provocado esa disociación, (es una disconformidad genérica) pero sabemos que existe y que su experiencia con Elijah va a ayudarle a resolver, al forzarla a relacionarse con otra persona. Y ahí viene la lección: no podemos quedarnos anclados en nosotros mismos. Lo cual está bien, si no fuera porque, más allá de su planteamiento, el desarrollo no fuera tan superficial.

Difieren también las dos propuestas en sus planteamientos formales. De esta forma, si la cámara de Ecominides se abría a la cruda realidad, la de Slama se presta a una estilización algo maniquea. El primer plano de la película ya define formalmente cuales van a ser los ejes de la película. Elisabeth está plantada en medio de la calle, el fondo como siempre desenfocado, el sol la ataca por detrás provocando brillos en la lente de la cámara, y una voz en off. La propuesta nos acerca por momentos al video clip o al spot televisivo, una característica que se apoya en el uso de colores saturados y texturas contrastadas. Donde en Ecominides era transparenci

Recapiti
sara