Cómo frenar el bullying escolar - Instituto Ángeles Wolder

Compatibilità
Salva(0)
Condividi

El acoso escolar ya no puede entenderse como un simple conflicto entre niños. Hoy sabemos que el bullying —y su prolongación digital, el ciberbullying— son fenómenos complejos que atraviesan la escuela, la familia, las redes sociales y la cultura en la que vivimos.

Detrás de cada insulto, exclusión o humillación hay un espejo: el de una sociedad que también señala, desprecia y silencia.

En los últimos años, informes como el de la Fundación ANAR y la Fundación Mutua Madrileña (2024) han revelado que el 12,3 % del alumnado español asegura que él o alguno de sus compañeros sufre acoso escolar, frente al 9,4 % del curso anterior.

El aumento no sólo refleja un incremento de casos, sino una mayor conciencia y disposición a hablar de ello. Sin embargo, en muchos centros —especialmente concertados o privados— aún se intenta ocultar el problema para proteger la imagen institucional. Y en la esfera digital, los buscadores eliminan reseñas o testimonios incómodos, haciendo que el acoso se borre también de la red.

En este escenario, no se trata solo de tener protocolos, sino de proteger a la víctima, trabajar con el agresor y educar a toda la comunidad en la empatía y la diferencia.

En esta guía encontrarás herramientas prácticas y orientaciones profesionales para comprender y actuar frente al acoso escolar, el bullying y el ciberbullying.

Aprenderás a reconocer señales tempranas, comprender sus causas, intervenir desde la familia y la escuela y conocer experiencias reales de transformación educativa.

Un recurso útil para padres, madres, docentes y terapeutas comprometidos con una educación más empática, segura y consciente.

Artículo escrito en colaboración con Tamara Souto, psicopedagoga experta en trauma infantil, prevención del acoso escolar y acompañamiento emocional de familias y centros educativos.

Bullying y ciberbullying: dos caras de la misma violencia

Comparativa entre las manifestaciones del bullying tradicional y el ciberbullying, destacando sus espacios de ocurrencia, impacto emocional y alcance.

El bullying tradicional se manifiesta en el espacio físico: insultos, burlas, exclusión, empujones, amenazas o rumores. Ocurre dentro del entorno escolar, pero sus consecuencias traspasan el aula.

El ciberbullying, en cambio, ocurre en la esfera digital: redes sociales, grupos de mensajería, plataformas de videojuegos o foros. En este último, el acoso no se detiene cuando la víctima llega a casa: continúa en la pantalla, persigue, invade y deja huellas imborrables.

El ciberacoso tiene características propias: anonimato, viralidad y permanencia. Un solo mensaje puede reproducirse miles de veces; una imagen manipulada puede difundirse sin control. Además, el agresor puede no percibir el daño real: la distancia física lo deshumaniza. Así, las fronteras entre lo escolar y lo virtual se diluyen: lo que comienza en el aula se amplifica en la red, y lo que ocurre en redes regresa al patio convertido en burla colectiva.

Sharenting: exponer a los hijos en redes sociales

El sharenting consiste en la práctica de los padres y de las madres de subir fotos, vídeos o historias de sus hijos a redes sociales. Lo que puede parecer un gesto cotidiano o una forma de compartir momentos felices puede tener consecuencias que los adultos no siempre perciben.

Esas imágenes pueden convertirse en material para burlas, comparaciones o incluso ciberacoso por parte de otros niños. Los riesgos no se limitan a la viralidad: incluso en grupos pequeños de WhatsApp o redes cerradas, una foto puede ser descargada, manipulada o difundida fuera del control de la familia.

Por ejemplo, una imagen de un niño jugando o vistiendo algo “diferente” puede ser usada para ridiculizarlo. Así, el propio hogar puede, sin quererlo, ser una fuente de vulnerabilidad.

Los indicadores: lo que el cuerpo y el silencio revelan

El bullying infantil puede comenzar con pequeños gestos como comentarios a escondidas o burlas disfrazadas de confidencias.

Reconocer el acoso no es sencillo. Los niños no siempre lo dicen, pero su cuerpo y su comportamiento lo manifiestan.

Un niño que sufre bullying suele transformarse lentamente: pierde interés por la escuela, inventa enfermedades para no ir, aparece con objetos rotos o perdidos, se muestra más irritable o se aísla.

En cambio, el agresor tiende a mostrarse seguro y dominante, disfrutando del poder y la burla. En casa, puede replicar patrones autoritarios o reproducir discursos de desprecio hacia los distintos. A menudo, el agresor también es víctima de un entorno donde la empatía no se enseña.

Síntomas y diagnósticos asociados: señales que pueden camuflar el bullying

A menudo, detrás de un diagnóstico o un síntoma físico o conductual se esconde una historia de acoso no detectado. Estos signos no siempre indican un trastorno en sí, sino una respuesta de adaptación o supervivencia frente al estrés emocional que el bullying genera.

Comprender estas señales desde una mirada integradora permite ver al niño más allá de la etiqueta diagnóstica y atender la raíz del malestar, no solo los síntomas.

Si quieres conocer más sobre los síntomas frecuentes que pueden aparecer en la infancia y adolescencia, te recomendamos revisar esta guía sobre síntomas físicos.

Síntoma o diagnóstico aparentePosible significado emocional o relacional vinculado al bullying
SobrepesoPuede ser una forma inconsciente de protección. El cuerpo “crece” para defenderse o crear una barrera frente a la agresión. Detrás del sobrepeso puede haber miedo, humillación o sensación de peligro.
TDAH mal diagnosticadoLa inquietud o impulsividad pueden expresar una respuesta de hiperalerta. El/la niño/a busca movimiento para no conectar con el miedo o la vergüenza. No siempre es un trastorno neurológico, sino una reacción de supervivencia ante la inseguridad.
Vigorexia o TCA (bulimia, anorexia)La obsesión con el cuerpo o la fuerza puede surgir tras burlas o humillaciones. El/la niño/a o adolescente intenta recuperar poder o aceptación a través del cuerpo.
Dislexia, discalculia o bajo rendimiento escolarLas dificultades de aprendizaje pueden ser un bloqueo emocional. El miedo constante impide la concentración y la memoria; el colegio deja de ser un espacio seguro.

Comprender el síntoma como lenguaje del cuerpo

Desde una mirada más integradora, tomando como referencia la Descodificación Biológica y otras corrientes psicosomáticas, se puede interpretar que el cuerpo expresa aquello que el niño no puede decir con palabras.

No se trata de sustituir diagnósticos médicos, sino de complementar la comprensión del síntoma: detrás de un sobrepeso, una hiperactividad o un bloqueo cognitivo puede haber un conflicto emocional no resuelto, como el miedo, la humillación o la necesidad de pertenecer.

La clave está en escuchar el cuerpo del niño como una señal de alarma, un mensaje que pide ser atendido con empatía, acompañamiento y protección.

Indicadores de que un niño o niña pueden estar sufriendo bullying

Reconocer el bullying requiere observar los pequeños cambios en la conducta, el cuerpo y las emociones. Los niños y niñas no siempre hablan de lo que les pasa, pero su comportamiento sí lo hace.

Estas señales son clave para madres, padres, docentes y terapeutas: si observas varios de estos cambios de manera sostenida, es importante preguntar sin presionar, escuchar con calma y avisar al centro educativo.

Indicadores o conductas observablesEjemplos concretos o frases del niño/niñaInterpretación o posible significado
Se muestra más triste, callado o irritable.Llora con facilidad, se enfada sin motivo o dice frases como “no quiero ir al colegio”.La tristeza o irritabilidad pueden ser señales de miedo, vergüenza o aislamiento.
Presenta síntomas físicos sin causa médica clara.Dolores de barriga o cabeza, sobre todo los domingos por la noche o lunes por la mañana.El cuerpo expresa lo que el niño no puede decir; puede ser ansiedad ante el acoso.
Pierde el apetito o cambia sus hábitos de comida.Come muy poco, evita comer en familia o dice que no tiene hambre.El estrés corta el hambre; puede reflejar nervios o angustia.
Se aísla o evita actividades sociales.Deja de salir con amigos, no quiere ir a cumpleaños o extraescolares.El aislamiento protege del daño, pero también profundiza la soledad.
Baja su rendimiento escolar o pierde interés por estudiar.No hace los deberes, olvida materiales o inventa excusas para faltar.El miedo y la preocupación afectan la concentración y la motivación.
Muestra miedo o rechazo hacia el colegio.Pide que lo lleven en coche, cambia de camino o se pone nervioso antes de entrar.El colegio se percibe como un espacio peligroso o humillante.
Aparece con objetos rotos o perdidos con frecuencia.“Perdí el estuche”, “se me rompió la mochila” o ropa dañada.Es posible que los objetos hayan sido dañados por agresores.
Cambia su comportamiento en casa.Está más irritable, agresivo o, al contrario, muy apagado y distante.La tensión del acoso se refleja en casa: rabia o retraimiento.
Se encierra o pasa mucho tiempo solo.Evita hablar del colegio, pasa horas en su habitación o con el móvil.Puede sentir miedo, vergüenza o desconfianza hacia los adultos.
Deja de sonreír o parece haber perdido la alegría.En fotos o reuniones familiares se muestra serio, sin expresión o ausente.Indicador de tristeza profunda o desánimo sostenido.
Se pone nervioso con el teléfono o las redes.Borra mensajes, apaga el móvil de golpe o evita conectarse.Puede estar recibiendo mensajes ofensivos o viviendo ciberacoso.
Hace comentarios sobre sentirse solo o no querido.“Nadie me quiere”, “no tengo amigos”, “soy tonto”.No son dramatismos: expresan una sensación real de desvalorización y soledad.

Cómo preguntar a los niños y niñas ante estas señales

  • Más triste o irritable: “Te noto diferente estos días, ¿qué está pasando en el cole?”
  • Dolores físicos sin causa clara: “Veo que te duele siempre antes del cole, ¿hay algo allí que te preocupa?”
  • Menos apetito o cambios al comer: “¿Te cuesta comer porque estás nervioso por algo del cole?”
  • Se aísla y evita actividades sociales: “¿Hay alguien en esa actividad que te haga sentir mal?”
  • Bajada de rendimiento escolar: “Si algo del cole te hace daño, puedo ayudarte a contarlo.”
  • Miedo o rechazo al colegio: “¿Qué tendría que cambiar en el cole para que te sientas tranquilo?”
  • Objetos rotos o perdidos: “¿Quién estaba contigo cuando pasó? Estoy para ayudarte, no para reñirte.”
  • Cambios de conducta en casa: “Entiendo que estés así; cuéntame qué te ha hecho sentir de esta forma.”
  • Se encierra o pasa mucho tiempo solo: “No voy a juzgarte ni a obligarte; quiero entender y acompañarte.”
  • Deja de sonreír o parece haber perdido la alegría: “Echo de menos tu sonrisa. ¿Qué la está apagando?”
  • Nervios con el móvil o redes: “¿Quieres que revisemos juntos el móvil? Tú decides qué me enseñas y cómo te ayudo.”
  • Comentarios de soledad o desvalorización: “Cuando dices eso, me preocupa. ¿Quién te hace sentir así? Vamos a buscar soluciones juntos.”

Recuerda: El acoso rara vez se confiesa de inmediato, pero el cuerpo y la conducta siempre avisan antes que las palabras. Escuchar sin juicio y actuar con serenidad puede ser la diferencia entre un niño que se encierra y uno que pide ayuda.

Cómo intervenir: acompañamiento familiar y escolar

Las familias son el primer espacio de intervención. La clave no es solo “detectar”, sino escuchar sin juzgar.

Cuando un hijo habla de miedo, tristeza o aislamiento, no necesita consejos rápidos (“ignóralos”) ni reproches (“¿qué habrás hecho?”), sino acompañamiento. Preguntar, validar y actuar.

En casa, los padres deben revisar también su propio discurso: ¿cómo hablan de quienes piensan distinto? ¿cómo reaccionan ante la frustración, ante el error, ante la diferencia? La empatía se enseña con ejemplo, no con sermones.

La intervención no termina en la familia. Como plantea Lolita Bosch, proteger a la víctima no significa aislarla, sino reconstruir la comunidad: trabajar con el grupo, con el agresor, con los testigos, con el profesorado. El objetivo no es castigar, sino transformar la cultura del centro.

Cómo asesorar a las familias 

Acompañar a las familias ante un caso de bullying es fundamental y va más allá de “dar instrucciones”. Implica guiarles para que comprendan cómo su comunicación y sus actitudes en casa influyen en la percepción de seguridad y autoestima de sus hijos. 

Muchas veces, frases aparentemente inocentes como “ignóralos” o “estás haciendo un drama de una tontería” pueden aumentar la sensación de vulnerabilidad, mientras que mensajes que validan emociones y fortalecen la confianza (“entiendo que te duela, estoy aquí para ayudarte”, “no estás solo”, “vamos a buscar ayuda juntos”) generan un entorno seguro donde el niño se siente escuchado y sostenido. 

Acompaña

Recapiti
Aranzazu Par Wolder