En la vereda 20 de Junio, en el corregimiento de El Plateado (Argelia, Cauca), el paisaje combina la belleza de las montañas con las huellas que ha dejado el conflicto armado. En este lugar apartado del suroccidente colombiano, donde la violencia ha interrumpido por años la vida cotidiana, una docente recién llegada trabaja para recuperar la confianza y sembrar esperanza con una herramienta poderosa: la educación.
“Yo pienso que los niños de las zonas rurales también deben tener una formación de calidad, como los de la ciudad”, dice Margarita, docente nacida en Belalcázar, Cauca, pero formada en Bogotá. Después de enseñar varios años en la capital y en el Valle del Cauca, decidió aceptar un nuevo reto: trabajar con niños y niñas de una de las zonas más golpeadas por el conflicto en el suroccidente colombiano.
Margarita llegó a El Plateado justo cuando la comunidad empezaba a respirar algo de calma después de largos periodos de confinamiento y miedo. “Al principio sentí temor, afirma. Uno llega con las historias de las bombas, los drones, los enfrentamientos, pero los niños me dijeron: ‘Profe, tranquila, aquí no le va a pasar nada. Estamos con usted’”.
Educar para quedarse, no para huir
El municipio de Argelia ha vivido años de aislamiento y violencia. Según informes recientes, más de un millar de niños y niñas han visto interrumpidas sus clases por los combates y el desplazamiento forzado. Sin embargo, en medio de esa adversidad, la escuela sigue siendo un espacio de refugio y aprendizaje.
En su aula multigrado, Margarita enseña con el modelo Escuela Nueva, adaptando los contenidos a la realidad local. Integra el currículo con la vida cotidiana: “Les enseño que el campo también da mucho, que no hay que irse para progresar. Que podemos aprender a sembrar de todo, no solo lo que se ha cultivado siempre. Que el conocimiento también se cultiva”, dice.
Su propuesta pedagógica no solo busca formar estudiantes académicamente, sino fortalecer su proyecto de vida y sentido de pertenencia. Les habla de liderazgo, de respeto por la tierra y de gratitud hacia el territorio. “Ellos deben educarse para transformar su comunidad, no para abandonarla”, repite con convicción.
Cuando la escuela también enseña a sanar
Cuando Margarita llegó, notó algo que la marcó: “La mirada de los niños. Era una mirada con rabia, no hacia mí, sino por todo lo que habían vivido. Entonces empecé a trabajar con ellos momentos de reflexión, quince minutos diarios para hablar, para escuchar”.
Con esas pausas, acompañadas de música suave, los niños empezaron a cambiar. De los juegos con palos “como si fueran fusiles” pasaron a aprender ajedrez y a imaginar futuros distintos. “Les digo que no me gusta la guerra, que quiero vivir en paz, y que quiero eso para ellos también”, cuenta.
Esa transformación emocional es, quizás, el logro más grande de su corta estancia. Margarita sabe que en zonas como El Plateado la escuela no solo enseña matemáticas y ciencias: enseña a vivir, a confiar, a sanar.
Una escuela piloto para el futuro
El sueño de Margarita es convertir la escuela de la vereda 20 de Junio en un modelo piloto de innovación educativa rural, con énfasis en el conocimiento desde la agricultura y el entorno. “Yo quiero que esta escuela sea reconocida por lo positivo, por ser pionera en conocimiento y esperanza, no por la violencia”, afirma.
Margarita habla con gratitud sobre el acompañamiento que han recibido las escuelas rurales de El Plateado. “Aquí han llegado ayudas que uno valora muchísimo, porque a veces parece que estamos olvidados, pero no es así.”
Recuerda con especial cariño el apoyo de organizaciones humanitarias como Alianza -ActionAid, que llevan tiempo trabajando en la zona.
El apoyo alimentario y las actividades de protección, dice, han marcado una diferencia: “La buena alimentación mejora su concentración, su ánimo. Hay niños que parecen superdotados, solo necesitan oportunidades, y eso empieza con alimentarse bien.”
Educar en el corazón del conflicto
En esta región muchos maestros se trasladan con frecuencia por motivos de seguridad, y los niños se acostumbran a ver pasar profesores como si fueran visitantes. Margarita quiere romper ese ciclo. “Los maestros somos de paso, pero debemos dejar algo bueno, algo que los niños recuerden con cariño”.
Aun en medio de la precariedad, sueña en grande. “Ojalá el gobierno entendiera que, si se invierte en educación, este país sería diferente. Los educadores también necesitamos apoyo, formación y acompañamiento emocional”, dice Margarita con la serenidad que la caracteriza.
“Yo no vine solo a enseñar, vine a aprender con ellos. Aquí se cultiva vida, se cultiva esperanza.”
(El nombre de la docente ha sido cambiado para proteger su seguridad y privacidad).