Un año después de abandonar Twitter (ahora X), el sector busca alternativas. Pero más allá de las plataformas, lo que está en juego es la forma de entender la comunicación. Mientras muchos diversifican canales, otros —como Torres y Carrera— repiensan el modelo desde la coherencia y la inteligencia.
Hace un año en Torres y Carrera tomamos una decisión poco habitual en el sector: salimos de X.
No fue una maniobra estratégica ni un gesto de marketing. Fue una reacción ética a un entorno que había dejado de aportar valor. La crispación y el ruido se habían convertido en la norma. Y cuando la conversación deja de construir, deja también de tener sentido.
Lo interesante no fue la salida en sí, sino lo que vino después.
Aquella decisión, aparentemente simbólica, nos obligó a repensar cómo y dónde tiene sentido comunicar.
Y en ese proceso descubrimos algo que hoy empieza a ser tendencia: el futuro de la comunicación no está en hablar más, sino en entender mejor.
El sector: diversificar sin transformar
Un año después, el panorama empieza a moverse.
Muchas agencias y marcas han comprendido que X ya no es el espacio que fue.
El ruido mata el criterio y las audiencias se fragmentan.
Pero, en lugar de revisar la lógica de fondo, gran parte del mercado se ha limitado a diversificar presencia.
El modelo es reconocible: abrir perfiles en nuevas plataformas (Threads, Mastodon, Bluesky), reforzar LinkedIn o migrar inversión a contenidos audiovisuales en TikTok o YouTube Shorts.
Cambian los canales, pero se mantiene el impulso: seguir estando en todas partes, mantener visibilidad, alimentar el algoritmo.
En paralelo, aparecen nuevas palabras-fetiche: inteligencia artificial, data, personalización, innovación.
Todas ciertas, pero a menudo vacías de método.
Porque incorporar tecnología no equivale a transformar una cultura de comunicación.
Y en ese punto el sector sigue anclado: midiendo volumen, no comprensión; impacto, no influencia real.
La alternativa: de la conversación a la inteligencia
En nuestro caso, la salida de X nos obligó a mirar el panorama desde otro ángulo.
Sin el ruido diario, aprendimos a escuchar.
Y esa escucha, profunda, analítica, apoyada en datos, se convirtió en el eje de un modelo diferente.
Pasamos de rastrear menciones a leer contextos.
De monitorizar tendencias a entender patrones de comportamiento y lenguaje.
De hablar de reputación como un KPI a trabajarla como un sistema de inteligencia colectiva.
Ahí la inteligencia artificial tiene sentido.
No como moda, sino como herramienta que amplifica criterio: permite procesar lo que la intuición detecta y dar forma anticipada a decisiones reputacionales.
Nos ayuda a leer antes, con más matices y menos prejuicios.
La IA no sustituye el criterio profesional; lo expande.
Ese cambio de foco nos llevó a desarrollar una práctica que hoy resume bien nuestra manera de trabajar: la reputación digital consciente.
Un modelo que une ética, análisis y anticipación.
Que no busca notoriedad inmediata, sino credibilidad sostenible.
Y que ayuda a las marcas a tomar decisiones con fundamento, no con reflejo.
De proveedores a socios estratégicos
La consecuencia de todo esto no es solo metodológica; es también de negocio.
La comunicación deja de ser un servicio reactivo y pasa a ser una plataforma de inteligencia aplicada a la decisión empresarial.
Nuestros clientes ya no nos piden “campañas”.
Nos piden contexto, visión, lectura del entorno.
Nos piden ayuda para interpretar un mundo donde los datos abundan, pero el sentido escasea.
Y eso exige un tipo de agencia distinta: menos dependiente de las redes, más capaz de construir ecosistemas de confianza.
En ese terreno competimos: no en quién publica más, sino en quién entiende mejor y antes.
No en presencia, sino en pertinencia.
No en volumen, sino en coherencia.
El futuro: del timeline al criterio
Lo que estamos viviendo no es una crisis de plataformas, sino una reconfiguración del espacio público digital.
El ágora de X se ha disuelto en múltiples entornos:
LinkedIn se consolida como red de influencia profesional; Reddit, Discord y las newsletters privadas se convierten en espacios de conversación cualitativa; y las marcas redescubren el valor de escuchar comunidades reales en lugar de perseguir trending topics.
En paralelo, la inteligencia artificial impulsa una nueva disciplina: la inteligencia reputacional predictiva, capaz de anticipar riesgos y oportunidades con la misma agilidad con la que antes se buscaban likes.
Ahí está el futuro de nuestro trabajo.
Las redes seguirán existiendo, pero el valor ya no estará en “estar”, sino en saber por qué y para qué estar.
La relevancia no se medirá en alcance, sino en coherencia.
Y las marcas que entiendan eso ganarán tiempo, confianza y legitimidad.