Los gobiernos creen que tienen la capacidad de emitir tanto dinero como quieran y que este será aceptado por imposición. No obstante, la historia de las monedas fiduciarias es constante: al principio los gobiernos sobrepasan sus límites crediticios, después pasan por alto todas las señales de advertencia y por último pierden la confianza en la moneda.
Hoy en día, estamos experimentando la pérdida de confianza en las monedas fiduciarias de las economías desarrolladas. El sistema de reservas globales se está expandiendo, aunque lentamente, de un anclaje puro en monedas estatales a un sistema mixto en el que el oro es la moneda principal.
Los datos COFER del FMI indican que el dólar de Estados Unidos continúa siendo el más dominante. El FMI informa que su participación en las reservas reportadas se mantiene alrededor del 57%. No obstante, el oro ha pasado a ser el activo más importante en los bancos centrales por primera vez en cuatro décadas, superando al euro y al dólar.
Este cambio histórico tiene una justificación. Las naciones con economías desarrolladas han excedido sus límites de endeudamiento.
La deuda pública es emisión monetaria, y la confianza de los países desarrollados como emisores se pierde si se exceden los límites establecidos. El BCE, la Fed y los bancos centrales más importantes informaron grandes pérdidas en 2021, lo que marcó el inicio del problema. Su base de activos producía rendimientos negativos a medida que la inflación y los problemas de solvencia se volvían manifiestos. Aunque las pérdidas fueron consideradas como menores por los economistas y gobiernos, estas representaban el alto riesgo vinculado a las adquisiciones de activos efectuadas en años pasados.
La inflación es un método de pago a plazos de las obligaciones emitidas, y los bancos centrales del mundo están evitando la deuda de países desarrollados debido a que perciben una degradación en el panorama fiscal e inflacionario. La deuda soberana ya no es considerado un activo de reserva.
La deuda pública mundial ha llegado a cerca de 102 billones de dólares, una cifra sin precedentes que se aproxima a los niveles más altos logrados durante la expansión monetaria más intensa. La gestión Biden es el mejor ejemplo de imprudencia fiscal en la política estadounidense, con déficits históricos y un incremento del gasto de más de dos billones de dólares en una época de sólido crecimiento económico.
¿Cómo ocurrió esta pérdida de confianza? La emisión de moneda y deuda por parte de los países soberanos no es ilimitada. Cuando se exceden estos límites, se produce una pérdida instantánea de confianza a nivel global.
Las economías desarrolladas han sobrepasado los tres límites, particularmente a partir de 2021.
Cuando el crecimiento marginal se reduce debido a un incremento constante de la deuda, se llega a la frontera económica. Aunque el gasto público ha incrementado el PIB, la productividad se ha mantenido estancada y los salarios reales netos han ido en declive o se han estancado.
El gasto en intereses y prestaciones desplaza la inversión productiva, lo que da origen al límite fiscal. El gasto en intereses se lleva una porción mayoritaria de los presupuestos, encareciendo la financiación de las obligaciones del gobierno a pesar de la represión financiera, tasas bajas y estímulos monetarios, incluso si la inflación anual se modera.
Cuando la financiación monetaria del gasto público socava la confianza en el poder adquisitivo de la moneda fiduciaria y la inflación acumulada sobrepasa los salarios reales, se llega al límite inflacionario y se produce una crisis de asequibilidad.
La unión reciente de un déficit fiscal estructural, un aumento del gasto en intereses y una deuda nominal elevada en las economías avanzadas más importantes demuestra que se han sobrepasado todos los límites.
Los bancos centrales son conscientes de que la deuda soberana no es un activo seguro que asegura rendimientos reales y estabilidad, además entienden la naturaleza del dinero fiduciario. De esta manera, han reaccionado con una oleada de compras de oro sin precedentes. La adquisición oficial neta sobrepasó las 1.100 toneladas en el año 2022 y se mantuvo por encima de las 1.000 toneladas en los años 2023 y 2024, es decir, más del doble que la media anual entre los años 2010 y 2021. Los bancos centrales adquirieron de forma oficial 1.045 toneladas de oro en 2024, lo que representa el tercer año seguido por encima del umbral de 1.000 toneladas y se extiende una trayectoria de incrementos netos durante quince años.
Según las encuestas, alrededor de un tercio de los bancos centrales a nivel mundial tienen la intención de incrementar sus reservas de oro en los años venideros. A su vez, más del 80% prevén que la adquisición de oro continúe creciendo debido a inquietudes relacionadas con problemas financieros, inflación persistente y solvencia.
La ausencia de confianza en la sustentabilidad de las obligaciones fiduciarias emitidas por gobiernos con excesiva deuda es lo que causa la demanda récord de oro. El oro, al no estar sujeto a la supervisión de un banco central ni correr el riesgo de impago, es una inversión apropiada en momentos en que los bancos centrales mismos desconfían de la fiabilidad a largo plazo de las divisas de las grandes naciones.
Numerosos administradores de reservas están seguros de que, durante las crisis, monetizar agresivamente los déficits públicos y normalizar parcialmente las políticas han hecho que la represión financiera y la inflación sean rasgos constantes del sistema. Por ende, adquirir oro como reserva es una póliza de seguro contra la imposición progresiva sobre los ahorradores por medio de la inflación y los rendimientos reales negativos.
Esto no significa que el dólar esté a punto de colapsar ni que haya una desdolarización, pero sí una innegable pérdida de confianza en todas las monedas fiduciarias, desde la libra y el euro hasta el yen y el dólar. En realidad, el dólar continúa siendo la moneda fiduciaria más dominante, ya que compone el 57% de las reservas globales y el 89% de las operaciones a nivel mundial. Sin embargo, dirige un imperio en declive de dinero estatal.
Los bancos centrales y los inversionistas están fomentando un sistema mixto de reservas, en el que las monedas fiduciarias coexisten con una asignación estructuralmente más alta a oro y, además, con la utilización cada vez mayor de criptomonedas descentralizadas.
Algunos bancos centrales están aterrorizados. El BCE pretende instaurar el euro mediante la implementación de una moneda central digital; sin embargo, esta perspectiva errada denota desesperación y ansias de control. Con el fin de incrementar la demanda del dólar, tanto la Reserva Federal como el gobierno de los Estados Unidos promueven las stablecoins que tienen como respaldo bonos del Tesoro. Esto parece ser una mejor idea que la represión y la imposición, sobre todo cuando el gobierno de Estados Unidos parece estar enfocado en disminuir la deuda y el déficit. No obstante, la confianza en la moneda podría disminuir rápidamente si el gobierno de los Estados Unidos no acelera la disminución de deuda a través del crecimiento y de recortes en los gastos.
Ningún gobierno de economías desarrolladas desea disminuir el gasto, salvo tal vez la administración estadounidense, que lo hace con moderación a pesar de la evidencia de que se está perdiendo confianza en su solvencia. Los emisores de moneda fiduciaria probablemente se encuentren atrapados más allá de los límites fiscales, económicos e inflacionarios debido a que las economías enfrentan ratios de deuda pública superiores al 100% del PIB, déficits primarios persistentes y resistencia política ante ajustes serios.
Estamos experimentando una transformación monetaria histórica con consecuencias de largo plazo. Por todo ello, debemos seguir apostando por invertir para batir a la pérdida del poder adquisitivo de la moneda.
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Los bancos centrales del mundo han dejado de confiar en las promesas escritas y exigen dinero real. El país que implemente primero políticas fiscales y monetarias robustas será el triunfador.