Una reforma para sanar la sanidad navarra

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La sanidad pública Navarra atraviesa un momento crítico, con serios problemas de accesibilidad, de rigidez, de retención de talento y, lo más importante, con una creciente insatisfacción de los ciudadanos. Necesita cambios estructurales que supongan colocar, de verdad, al paciente en el centro del sistema, innovando con visión, valentía e imaginación. Una palanca fundamental para implementar todo ello debe ser la ya anunciada nueva Ley Foral de Salud. Todo proceso de innovación requiere preguntarse por el propósito de lo que se está haciendo, romper marcos autoimpuestos y basarse siempre en la realidad.

¿Cuál es el propósito, el sentido, del sistema sanitario? No puede ser otro que la salud de los ciudadanos: poner al paciente en el centro, nunca la estructura ni la burocracia. Sin embargo, seguimos sin conseguirlo: ¿por qué no nos convencemos de que ése es su propósito o por qué no estamos dispuestos a romper con nuestros marcos autoimpuestos? Romper estos marcos requiere liberarse de prejuicios e ideologías que contaminan con miedos y etiquetas el debate sobre la sanidad. De hecho, se confunde lo público con lo funcionarial y la defensa del sistema con la resistencia a cualquier transformación, cuando la innovación no es una amenaza para lo público sino garantía de supervivencia. Solo un pensamiento sin corsés permitirá diseñar un sistema sanitario más ágil, más justo y más sostenible. Los datos nos dicen que Navarra destina cada año más recursos a la sanidad y, sin embargo, las listas de espera y la accesibilidad empeoran. Como señalaba Manel del Castillo, presidente del Comité CAIROS y gerente del Hospital Sant Joan de Déu, en la sesión celebrada recientemente por Cociudadana “no tenemos un problema de dinero, sino de organización”. Más aún, un problema de concepto: confundimos la Administración Pública con la Gestión Pública, que no son lo mismo.

Necesitamos evolucionar a una gestión pública moderna, donde lo relevante es el resultado, no el procedimiento. La Administración Pública, basada en su autoridad, debe garantizar siempre los servicios debidos a los ciudadanos por derecho. Ahí necesita funcionarios. Pero no tiene por qué gestionar todos los servicios, más cuando éstos requieren flexibilidad, capacidad de adaptación y eficacia. La gestión de lo público no conlleva que lo haga la Administración Pública, sino que ésta lo regule, financie y evalúe. En Alemania el 70% de los hospitales no son de titularidad estatal y nadie duda de su sistema público. En España, en cambio, cualquier intento de modernización se encuentra con el fantasma de la privatización. Ese fantasma, porque lo es, promovido siempre por prejuicios ideológicos, ha frenado reformas necesarias y alimentado la desconfianza ciudadana: véase el auge de los seguros privados. Si no se actúa, el riesgo no será solo sanitario, sino también social y fiscal: se erosionará la legitimidad del Estado del Bienestar. El anteproyecto de Ley Foral de Salud de Navarra pretendía dar un paso en esta dirección al proponer que el Servicio Navarro de Salud se transformara en una entidad pública empresarial, más autónoma y flexible. Pero esa medida fue retirada tras las resistencias sindicales y políticas.

El resultado es un sistema atrapado en la rigidez, incapaz de contratar con agilidad, incentivar o incluso aliarse con sus profesionales. Como viene señalando Institución Futuro, el problema es de gobernanza: el gasto aumenta, pero la eficiencia y la satisfacción no mejoran.

Si es verdad que se quiere poner al paciente en el centro, siendo un servicio garantizado por ley, además de mejorar su gestión interna, Navarra precisa contar con todos los recursos y romper el muro artificial entre lo público y lo privado. El futuro pasa por la colaboración, no por la confrontación o la zancadilla. La sanidad privada en Navarra es complementaria, no sustitutiva, y puede aportar capacidad tecnológica, experiencia en gestión y soluciones de eficiencia. Aprovechar con innovación y valentía todos los recursos -sean públicos o privados- no debilita el sistema, lo fortalece, porque se enfoca de verdad en cumplir con su propósito. En términos coyunturales: de un plan de choque urgente; y estructurales: siempre. Ignorarla prima el prejuicio ideológico, desecha una parte muy importante del talento y de las infraestructuras disponibles y renuncia a garantizar la salud de todos los ciudadanos.

El futuro de la sanidad será necesariamente mixto, digital e integrado. La población envejece, las enfermedades crónicas aumentan y la tecnología -inteligencia artificial, medicina personalizada, atención domiciliaria- transformará el modo de prestar cuidados. Un nuevo modelo, refrendado por una nueva Ley, que no incorpore esta realidad nacerá caduco.

Reformar el sistema no significa desmantelarlo, sino dotarlo de instrumentos adecuados para el siglo XXI: autonomía responsable, evaluación transparente y colaboración público-privada eficaz. Otros territorios ya lo ensayan, como Cataluña, donde el Comité CAIROS impulsa proyectos piloto con modelos de gestión más autónomos: iniciativas pequeñas, medibles, que permiten aprender y escalar lo que funciona. “El Estado del Bienestar tiene setenta años y lo mismo que lo tenemos, lo podemos perder”, señalaba Del Castillo. Se pierde cuando los ciudadanos dejan de confiar en que el sistema responderá a sus necesidades. Por eso, reformar la sanidad no es una amenaza: es la condición para preservarla. Navarra tiene talento, conocimiento e instituciones capaces de liderar este cambio. Solo necesita atreverse a pensar con libertad y actuar con decisión. Porque el propósito de la sanidad no es proteger estructuras, sino cuidar a las personas.

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ana-yerro