En su libro más personal, el poeta deja un recuento donde se alternan los tonos elegiacos, la mirada crítica y una suerte de vitalismo desengañado
Estos poemas recorren los días del presente incierto, se acogen a la memoria con gratitud e ironizan sobre la realidad cotidiana
‘Los días heterónomos’
Juan Bonilla
XV Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado
Con su séptimo libro de poemas, Juan Bonilla entrega una obra de plena madurez donde se alternan los tonos elegiacos y una suerte de vitalismo desengañado que no renuncia a celebrar el esplendor del mundo, sin dejar de ver ni de señalar sus miserias. Desde el inicio, Los días heterónomos parte de la limitación provocada por la enfermedad para constatar su paradójica ampliación de campo, el acceso a una “luz distinta” que es descrita con la rica e imprevisible imaginería del autor, siempre alejada de los modos consabidos. Estructurados en cuatro secciones de nueve composiciones cada una, a las que se suman un prólogo y un epílogo en verso, los poemas recogidos en el libro recorren esos días en los que, en efecto, como sugiere el título, “no somos ley de nuestro propio estar”, pero también se acogen a la memoria, con gratitud no exenta de aristas, o proyectan una mirada crítica sobre la realidad cotidiana, de algún modo redimida por el don –“esa es su magia: / la poesía es fiebre y se contagia”– que la convierte en acuñación memorable: “Por encima del arte / que a Adonis hace fiero y bello a Marte, / cántico de la vida, / no le pidas que te cierre una herida, / más bien que te las abra / con eficaz palabra / helada en luz tan pura / que sea un simulacro de sutura”. En el proceso de edición, el autor ha añadido al original premiado por el Hermanos Machado, cinco poemas ya conocidos que encuentran su lugar natural en un libro que tiene mucho de balance o recuento, hecho de fragmentos o cristales rotos con los que fabrica un espejo donde se refleja un hombre dañado pero sereno y como de costumbre incisivo, batallador, dispuesto a seguir entonando “este himno de estar vivos”.
Entrevista con el autor
—Desde el poema que actúa como pórtico se habla de la enfermedad y de su efecto no sólo negativo en la visión del mundo.
—Siempre he pensado que no puede haber mayor desdicha que no sacar algo positivo de una desdicha. Con esto en mente, el poema inicial –y los versos en los que se oponen “vida” y “mundo”– trata de dotar a la enfermedad de una “luz distinta” desde la que mirar la realidad.
—El adjetivo que aplica a los días del título, “heterónomos”, es poco frecuente, pero define muy bien cierta clase de extrañeza.
—En realidad todos los días son heterónomos, siempre somos, unos más que otros, pero todos, dependientes de algo, no nos bastamos por nosotros mismos y puede que sea una suerte porque de otro modo caeríamos en el solipsismo. Pero me gustaba el adjetivo para distinguir unos cuantos días en los que se nos regala el espejismo maravilloso de que tenemos lo suficiente, de que no dependemos de nada, de nadie, en que nuestra única ocupación sea existir.
—Quizá sea esta su colección más personal, en la que las evocaciones del pasado transmiten no exactamente nostalgia, pero sí algo de melancolía.
—No sé si melancolía es la palabra. En efecto, sobre todo en la sección final, aunque también a lo largo del libro, hay composiciones en las que abundan las evocaciones de episodios vividos. A esos apenas les he querido dar forma cerrada, son poemas narrativos, casi derramados sobre la página sin mucha atención al cuidado formal que sí que hay en otras composiciones, un poco a la manera en que escribe un adolescente que lo que necesita es echar sobre el papel lo que le pasa por la cabeza. Y tienen en efecto presencia de ramillete de recuerdos, pero son poemas más descriptivos que confesionales, o sea, su entidad narrativa me parece que es más evidente que su entidad lírica. No hay una indagación consciente de sensaciones o sentimientos personales, sino el relato de unos hechos.
—Por otra parte, en muchos momentos, junto al componente elegiaco, hay una profesión de vitalismo.
—Son inseparables, como las dos caras de una moneda, porque toda elegía no deja de ser un canto de amor a la vida. Y desde luego, junto a ese componente elegiaco, se tiene que dar por fuerza un ansia de vitalismo que no es otra cosa que agradecimiento por los tesoros del mundo, por el mero hecho de estar.
—En el poema titulado “Poética” habla de una fiebre que se contagia, ¿de qué modo pueden las palabras suturar las heridas, como también se dice?
—Cuando se sutura una herida se deja una marca: una cicatriz. Muchos poemas, de algún modo, son eso, cicatrices que quedan después de que hayamos intentado suturar heridas de toda índole, personales o colectivas, íntimas o sociales: en cualquier caso el poema es un hilo que va cerrando una grieta de la experiencia. Y eso se hace con palabras. Y cuando sale bien, en los casos más memorables, la cicatriz es capaz de hacer olvidar qué ocasionó la herida.
—No falta una veta epigramática o crítica sobre la realidad cotidiana, presente en su poesía desde los inicios.
—Supongo que cada uno es como es, y hay dentro de mí un Marcial que no sabe callarse. Pero no quieren ser epigramas ad hominem, sólo poner de manifiesto algunas actitudes que revelan hipocresías o ciertas indignidades.
—En varios de los poemas del libro experimenta con las formas cerradas y la rima consonante.
—Una de las obligaciones que me impusieron los médicos fue la de caminar (cosa que por cierto yo ya hacía). Hacer algo por obligación cuesta más que hacerlo por el gusto de hacerlo. El caso es que para que me fuera menos penoso cumplir con la obligación de las caminatas de dos horas me proponía volver de ellas con algún poema o algo que me hiciera olvidar el cuentakilómetros y el midepulsaciones. Y las formas cerradas se adaptaban perfectamente al ejercicio porque mientras iba construyendo las piezas el camino se me hacía más leve. Así, aunque su tema no sea la enfermedad, la enfermedad sí fue su origen.
—Ha añadido cinco poemas ya publicados a la edición final del libro, ¿en qué sentido cree que dialogan bien con el resto de la colección?
—Tres de ellos eran casi imprescindibles para la última sección que recoge los poemas de los que ya he hablado y que son como episodios de unas memorias. Los otros también agregaban fuerza a la sección en la que hago homenajes a textos de otros autores. Me parecía una pena que no formaran parte del libro y que, al haberlos quitado yo no sé muy bien por qué, de la recopilación de mi poesía publicada hace dos años, quedaran arrumbados no porque no los considerase dignos, sino por haber considerado que, de algún modo, decían más de la cuenta. Así que creo que ahora han encontrado su lugar oportuno.
el autor
Juan Bonilla (Jerez, 1966) es poeta, narrador y ensayista. Como novelista, ha ganado los premios Biblioteca Breve por Los príncipes nubios (2003), el Bienal Mario Vargas Llosa por Prohibido entrar sin pantalones (2013) y el Nacional de Narrativa por Totalidad sexual del cosmos (2019). Es autor de seis libros de poemas: Partes de guerra (1994), El belvedere (2002), Buzón vacío (2006), Cháchara (2010), Poemas pequeñoburgueses (2016) y Horizonte de sucesos (2021), recopilados en Poemas (2023). Es también coautor junto a Juan Manuel Bonet de una monumental antología de la poesía vanguardista latinoamericana, Tierra negra con alas (Vandalia, 2019). En la actualidad escribe crónicas sobre España para una red de periódicos americanos.
XV Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado
Los días heterónomos
Juan Bonilla
Distribución: 04/06/2025
EAN: 9788419132598
Código: 0010366539
13 x 21,5 cm / 136 pp
PVP: 11,44 / 11,90 euros
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