El amianto es, desde hace años, conocido por su relación directa con enfermedades respiratorias como la asbestosis, el mesotelioma o el cáncer de pulmón, por tanto, ha sido objeto de estudio durante décadas por su efecto sobre la salud humana. Asimismo, en los últimos años, se está intentando esclarecer su relación con otras enfermedades como el cáncer de ovario. Otras enfermedades en las cuales se busca relación son las neurológicas. Aunque aún no hay consenso científico definitivo, diversas investigaciones están comenzando a arrojar datos que apuntan hacia una posible relación, especialmente en casos de exposición prolongada o en contextos laborales.
Desde el punto de vista toxicológico, el amianto, especialmente en sus variedades más peligrosas como la crocidolita, está compuesto por fibras microscópicas que, una vez inhaladas o ingeridas, pueden acumularse en tejidos distintos a los pulmonares. Estudios recientes han detectado la presencia de fibras de amianto en el sistema nervioso central de animales de laboratorio expuestos por vía respiratoria, lo que sugiere la posibilidad de que estas partículas puedan atravesar la barrera hematoencefálica, aunque este fenómeno aún se encuentra en fase de verificación en humanos.
La comunidad científica ha empezado a investigar si esta migración de fibras podría estar relacionada con procesos neuroinflamatorios y alteraciones en la función neuronal. Algunos estudios epidemiológicos han observado una incidencia ligeramente superior de enfermedades neurodegenerativas, como el Parkinson o ciertos tipos de demencia, en trabajadores expuestos a amianto durante largos periodos. No obstante, es importante destacar que estos resultados, aunque interesantes, no permiten establecer una relación causal directa.
Otra línea de investigación se centra en los efectos indirectos que la presencia del amianto en el organismo causa como inflamación crónica y estrés oxidativo. Estos procesos sistémicos podrían desempeñar un papel en el desarrollo o la aceleración de enfermedades neurodegenerativas, especialmente en personas con predisposición genética. Además, algunas investigaciones en curso están analizando la interacción entre la exposición a amianto y ciertos biomarcadores neurotóxicos, lo que podría abrir la puerta a métodos de diagnóstico precoz en personas expuestas.
Desde el punto de vista preventivo, esta posible conexión entre el amianto y las enfermedades neurológicas refuerza aún más si cabe la necesidad de su eliminación. La gestión segura del amianto no solo es una cuestión respiratoria u oncológica, sino que exige una vigilancia sanitaria más amplia. Especialmente en colectivos profesionales con alta exposición histórica, como trabajadores del sector naval o de la construcción, sería prudente realizar pruebas neurológicas periódicas en sus reconocimientos médicos laborales.
La mejor forma de curar es prevenir. Por lo tanto, si sospechamos que puede haber amianto en nuestras instalaciones, será necesario realizar una gestión adecuada del mismo a través de una empresa homologada.