Trabajo en remoto: de emergencia a cultura - AEDRH

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Marzo de 2020. El mes en que el mundo se metió en casa y no volvió a salir del todo. En cuestión de días, convertimos el salón en oficina, el pasillo en sala de reuniones y la cocina en cafetería corporativa. Lo que empezó como un parche acabó siendo el mayor experimento laboral de la historia moderna. El trabajo remoto, que durante años fue casi una rareza, pasó a ser una necesidad. Y en medio del caos descubrimos que, efectivamente, se podía trabajar sin estar físicamente juntos.

Cinco años después, el experimento ya tiene resultados. La euforia inicial se apagó, la productividad se estabilizó y las empresas empezaron a distinguir entre lo urgente y lo sostenible. En la Unión Europea, el porcentaje de personas que trabajan exclusivamente desde casa ha caído del 24 % al 14 % entre 2022 y 2024, según Eurofound. En Reino Unido, en 2025, cerca del 40 % de los trabajadores combina oficina y remoto: un 14 % completamente desde casa y un 26 % en modelo híbrido. En España, el dato ronda el 13 %. En otras palabras, el teletrabajo ya no es la revolución que iba a cambiarlo todo, sino una pieza más dentro del engranaje laboral. Y sinceramente, eso no es malo. Es madurez.

Porque, seamos honestos, no todo el mundo puede ni quiere trabajar en remoto. Algunos sectores lo hacen viable; otros simplemente no. La fábrica, el hospital o el aula no se trasladan a Teams o Google Meet. Pero sí se han contagiado de algo positivo: la idea de que la flexibilidad y la autonomía no son privilegios, sino palancas de compromiso y eficiencia. La verdadera lección del remoto no es trabajar desde casa, sino trabajar de forma más inteligente.

La tecnología ha sido un gran facilitador, pero no la protagonista. Las herramientas colaborativas, los sistemas de People Analytics o la inteligencia artificial nos han permitido medir mejor, anticipar antes y automatizar más. Pero la clave sigue siendo humana. Cuanta más tecnología incorporamos, más necesarios se vuelven el criterio, la empatía y la comunicación clara. La IA puede redactar una evaluación de desempeño, pero no puede sustituir una conversación honesta entre un líder y su equipo.

Después de varios años liderando equipos completamente distribuidos he aprendido que el éxito del trabajo remoto depende menos de las herramientas que de los valores. La comunicación constante y abundante evita que la gente se encierre en silos o desaparezca durante días. La confianza es el punto de partida, no la recompensa. La transparencia y la escucha activa crean los vínculos que sostienen la colaboración. Y sí, algo tan simple como una política de cámaras encendidas marca la diferencia: no tiene sentido hablarle a una pantalla en negro. En mi equipo he tenido personas a las que nunca he conocido en persona, pero en las que confío plenamente. Remoto y micromanagement son enemigos declarados. Hay que creer en las personas y en el resultado, no en la supervisión constante.

El reto, en realidad, ha sido cultural. Liderar a distancia obliga a comunicar mejor, confiar más y controlar menos. Es el fin del presentismo cutre y el nacimiento de una cultura de pura performance, donde estar conectado no es lo mismo que estar presente y donde la confianza sustituye al control. En estos años hemos descubierto que la confianza no se improvisa: se construye con coherencia y transparencia. Y también hemos aprendido que las culturas que funcionan en remoto no se declaran, se demuestran.

El sentido de pertenencia, por su parte, también ha cambiado de dirección. Cuando ya no hay pasillos ni cafés compartidos, la conexión con la empresa tiene que venir de otro sitio: del propósito. Las organizaciones que han sabido mantener el compromiso son las que crean comunidades intencionadas, donde la gente sabe por qué está ahí y qué valor aporta. La tecnología amplifica, pero no inventa cultura. Si la base es sólida, las herramientas ayudan. Si no lo es, la exposición digital solo lo deja más claro.

Hoy el futuro del trabajo ya no se mide en kilómetros, sino en coherencia. No será remoto o presencial, será flexible, humano y bien gestionado. Las empresas que prosperen serán las que encuentren el equilibrio entre eficiencia y conexión, entre autonomía y pertenencia. Y ese, probablemente, sea el nuevo rol del área de Recursos Humanos: ser el punto de encuentro entre la tecnología y la empatía.

Tras cinco años trabajando en entornos distribuidos, si algo tengo claro es que el remoto no cambia la naturaleza del liderazgo: la expone. Hace visible lo que funciona y desnuda lo que no. El trabajo remoto ha dejado de ser un experimento. Ahora es un espejo. Y, como todos los espejos, devuelve lo que realmente somos: liderazgo, cultura y propósito. O la falta de ellos.

Mariano Alonso González, CHRO en WealthKernel y miembro de la Asociación Española de Directores de Recursos Humanos (AEDRH).

Recapiti
Maria Mosquera