Transiciones sociales. Por Asunción Ruiz

La mañana del 4 de febrero de 1888, miles de agricultores y mineros, acompañados de sus familias, tomaron las calles de Riotinto (Huelva) para reclamar la mejora de sus salarios, la reducción de sus jornadas de sol a sol y, sobre todo, la prohibición de quemar el mineral al aire libre en las minas, porque el humo los estaba exterminando. El Gobierno señaló que no podían referirse problemas de salud, porque “se los veía fuertes y saludables”. En esos días los sindicatos se mostraron dispuestos a apoyar las reivindicaciones salariales, pero no las ambientales. Solo algunos grupos denominados la “liga anti humos” se situaron junto a los trabajadores.

Los sindicatos tienen sus orígenes en el siglo XIX, durante la revolución industrial en Europa. Una época de grandes cambios económicos y sociales. El nuevo sistema productivo industrial creaba condiciones sociales completamente distintas a las del pasado, que provocaron un conjunto de transformaciones políticas, económicas y culturales. ¿Y hoy?

Tuvieron lugar, a la vez, transformaciones en las emociones, sentimientos, ideas y expectativas de los sujetos de la acción social, sobre todo de aquellos comprometidos con los cambios. Transformaciones también en grupos sociales significativos (la aristocracia, el clero, la burguesía, los intelectuales…), que se hallaban en tenso e incluso violento reacomodamiento. Está pasando.

A lo largo del siglo XX, los sindicatos se extendieron por todo el mundo, enfrentando desafíos y éxitos en diferentes países y regiones. En algunos casos, fueron reprimidos violentamente por gobiernos dictatoriales o por grandes empresas que se negaban a negociar con los trabajadores. En otros casos, los sindicatos lograron grandes victorias, como la introducción de un cuerpo legislativo que daba solidez a las conquistas sociales. ¿Y hoy?

Los sindicatos resultaron imprescindibles para proteger los derechos de los trabajadores y mejorar sus condiciones de vida. Los primeros se centraron en la lucha por salarios justos y horarios de trabajo razonables. Con el tiempo, y donde pudieron, los sindicatos también se involucraron en la política, buscando cambios legislativos que beneficiasen a los trabajadores y a la sociedad en general. En esos primeros momentos, el “movimiento obrero” carecía o apenas comenzaba a tener organización. Había que alcanzar cierta acción para probar su capacidad de lucha, estimar su lugar en el contexto de fuerzas sociales y ver hasta qué punto era posible alcanzar los fines. Está pasando.

Como la mayoría de los grandes fenómenos sociales espontáneos, el sindicalismo fue adquiriendo organización y contenido, allí donde el proceso de democratización no fue interrumpido. Los sindicatos alcanzaron la institucionalidad y se elaboró una red de normas para regular las relaciones entre las empresas y los trabajadores, y la influencia política de su liderazgo. Si los sindicatos perdieron algo de empuje y pasión en este proceso, ganaron consenso y gravitación social. ¿Y hoy?

Las semejanzas del movimiento obrero y ambiental –sindicalistas y ecologistas– son innegables. Coincidimos en un objetivo de bienestar para la sociedad. Sin embargo, ante la emergencia ecológica nos está faltando unión y más reconocimiento mutuo. La incomprensión del problema ambiental ha experimentado vaivenes en la historia sindical. No en todos los casos se ha logrado colaborar eficazmente, pero donde se ha hecho, se ha contado con una herramienta formidable y ganadora. El cambio hacia una economía verde y justa es inevitable –y necesario–. La transición ecológica es un proceso que entraña riesgos. Está pasando.

Algunas actividades laborales desaparecerán o perderán peso, pero el balance final de empleabilidad –tal y como auguran las previsiones– será positivo. Por responsabilidad con nuestra causa laboral y ambiental debemos mostrar una alternativa común a la situación. Una alternativa con una fuerte carga de intencionalidad ética, un relato sencillo y comprensible. Sin medias tintas: “Sí, al empleo de calidad, y sí, a la calidad del aire. Sí, a la reducción de la jornada laboral, y sí, a la reducción de pesticidas en la producción de alimentos”. ¿Y hoy?

Retrasar el momento del cambio y su intensidad conlleva aumentar los riesgos y no aprovechar las oportunidades que toda transformación abre. Aprendamos de la pandemia o de la dana en Valencia. Evitemos sufrimiento. Que no pase.

Los sindicatos resultaron imprescindibles para proteger los derechos de los trabajadores y mejorar sus condiciones de vida en el siglo XIX. ¿Y hoy?

Hoy, dos siglos después, los conservacionistas somos necesarios para proteger los derechos de toda la sociedad: estudiantes, trabajadoras, desempleados y jubiladas. La revolución por la sostenibilidad ambiental debe unir a sindicalistas y ecologistas. Esta unión hará posible una transición justa que solo deje atrás lo insostenible. ¡Que pase!

Somos sindicalistas sociales.

Editorial publicado en el número 45 de Aves y naturaleza.

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