El cambio climático representa uno de los mayores desafíos contemporáneos para la salud pública, el medio ambiente y la seguridad en el trabajo. En este contexto, los materiales que contienen amianto, especialmente aquellos empleados en cubiertas de fibrocemento como la uralita, se ven directamente afectados por las condiciones climáticas extremas. Las olas de calor, las lluvias torrenciales, la humedad prolongada o el aumento de la radiación solar están acelerando su degradación, aumentando significativamente el riesgo de liberación de fibras de amianto al aire y, con ello, la exposición a este carcinógeno.
El amianto fue ampliamente utilizado en España durante gran parte del siglo XX, sobre todo en la construcción, la industria naval e infraestructuras públicas. Aunque su uso está prohibido desde 2002, muchos edificios, naves industriales y viviendas antiguas todavía contienen este material. La erosión causada por factores climáticos extremos puede dañar las placas de fibrocemento, provocando fisuras, roturas o desprendimientos que liberan fibras microscópicas al entorno. Este proceso no siempre es visible, lo que incrementa su peligrosidad.
A medida que se intensifican los fenómenos meteorológicos vinculados al cambio climático, como el aumento de las temperaturas medias o los ciclos de hielo-deshielo en invierno, la integridad de los materiales que contienen amianto se ve comprometida. Estos ciclos provocan contracciones y expansiones repetidas, debilitando la estructura del fibrocemento hasta hacerlo friable. El amianto friable es especialmente peligroso, ya que las fibras se desprenden con facilidad y pueden quedar suspendidas en el aire, donde resultan más fáciles de inhalar.
Contaminación por liberación de fibras de amianto
Además del riesgo para los ocupantes de los edificios, este deterioro tiene un impacto directo en el medio ambiente. Las fibras liberadas pueden contaminar suelos, cursos de agua y aire, extendiéndose más allá del punto de origen. Esta contaminación difusa es difícil de controlar y exige un seguimiento continuo. También supone un desafío para la gestión de residuos peligrosos, ya que el volumen de residuos con amianto mal conservado o fragmentado aumenta, y con ello la necesidad de retirada especializada.
La situación se agrava en zonas rurales o periféricas, donde el control municipal es más limitado y donde muchas cubiertas de uralita aún no han sido sustituidas. En estos casos, el cambio climático actúa como factor acelerador del riesgo, exponiendo a las personas a un material cuyo peligro sigue infravalorado por gran parte de la población.
Frente a este escenario, es imprescindible reforzar las campañas de concienciación sobre la peligrosidad del amianto. La gestión segura del amianto, especialmente en entornos vulnerables al cambio climático, es una responsabilidad compartida que debe involucrar a administraciones, empresas y ciudadanía.
Desde Amisur, recordamos la importancia de identificar, evaluar y actuar ante cualquier signo de deterioro en materiales con amianto. Solo con una planificación rigurosa, una retirada profesional y una adecuada gestión de residuos se puede garantizar la seguridad de las personas y la protección del entorno frente a los efectos combinados del amianto y el cambio climático.