La llegada del otoño marca un cambio en las condiciones ambientales que puede agravar los riesgos asociados al amianto. Las lluvias más frecuentes, la caída de hojas, el aumento de la humedad y los vientos moderados característicos de esta estación son factores que pueden facilitar la liberación, dispersión y reactivación de fibras de asbesto en el entorno, especialmente cuando estos materiales se encuentran degradados o abandonados.
Durante esta época del año, las cubiertas de fibrocemento, bajantes, depósitos y otros elementos con contenido en amianto tienden a acumular humedad, lo que debilita su integridad estructural. El agua infiltrada en microfisuras acelera el proceso de deterioro, provocando desprendimientos de fibras invisibles que pueden quedar suspendidas en el aire o desplazarse por escorrentía a suelos y acuíferos cercanos. Esta contaminación difusa es especialmente preocupante en zonas rurales o suburbanas, donde es más común encontrar construcciones antiguas en mal estado.
Además, el otoño coincide con periodos de poda, limpieza de parcelas y reformas previas al invierno, en las que puede producirse la manipulación de materiales contaminados sin las medidas de protección necesarias. Las tareas de jardinería o acondicionamiento de tejados que rompen placas de uralita, aunque sea parcialmente, pueden liberar fibras que permanecen activas durante semanas en el ambiente si no se gestionan adecuadamente.
Un aspecto menos visible pero igualmente crítico es el que afecta a la biodiversidad y los ecosistemas locales. Las fibras de amianto pueden contaminar suelos y cursos de agua, siendo ingeridas accidentalmente por fauna silvestre o integradas en el hábitat de invertebrados. Aunque los estudios sobre los efectos directos en animales aún no concluyen nada, existen indicios de bioacumulación y afectación celular en organismos expuestos.
El viento como propulsor de las fibras de amianto
Por otra parte, el aumento de la actividad eólica propia del otoño (especialmente en zonas abiertas o montañosas) puede esparcir fibras previamente asentadas en superficies exteriores. El viento actúa como dispersor de fibras microscópicas que pueden alcanzar huertos, patios escolares, instalaciones deportivas o zonas de juego sin que se perciba riesgo alguno a simple vista.
En este contexto, se hace imprescindible reforzar durante el otoño las labores de inspección visual preventiva, delimitación de zonas con materiales con amianto y asegurar su estado, sobre todo en entornos públicos o urbanos.
La solución no puede ser postergar la intervención, sino planificar con antelación los trabajos de retirada, encapsulado o confinamiento, asegurando que se llevan a cabo bajo la normativa vigente y por empresas inscritas en el RERA. Con ello no solo se protege la salud de las personas, sino también el equilibrio ecológico de nuestros entornos más cercanos.