La nueva novela de Benítez Reyes ofrece un mural inquietante de la condición humana - Fundación José Manuel Lara

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Guiños literarios, personajes extravagantes y secretos inconfesables se unen en un prodigioso y sorprendente artefacto narrativo

La gente refleja la vida cotidiana de una pequeña comunidad y la pervivencia o recreación del pasado a través de la memoria

Las estampas narrativas conforman un puzle por el que desfilan decenas de individuos pintorescos, cada uno con su novela a cuestas

‘La gente’

Felipe Benítez Reyes

Distribución: 24/09/2025

Un pueblo real convertido en un guiñol fantasmagórico. Una galería de personajes que componen una trama común en la que casi nada es del todo lo que parece. En su nueva novela, Felipe Benítez Reyes plantea esencialmente el enigma de la identidad: cómo nos interpretamos a nosotros mismos a partir de la voz indulgente de la conciencia y cómo interpretamos a los demás a raíz de unos datos por lo general equívocos y engañosos. Un sorpresivo artefacto narrativo que ofrece un mural inquietante de la condición humana. Una indagación en el secreto minucioso que es cualquier vida. La vida, en suma, como una extraña ficción representada ante los otros.

Entrevista con el autor de la edición

La gente es una novela corta, una nouvelle, pero en sus páginas caben un buen montón de vidas.

—Quizá lo de la extensión es más una cuestión volumétrica que una cuestión estrictamente literaria. Cuando uno concibe una novela cree intuir cuál sería su extensión adecuada, conforme a lo que calcula que la historia va a dar de sí y conforme también a su planteamiento, aunque a veces el cálculo puede resultar erróneo, claro está, ya que no es raro que las historias se compriman o se expandan más de lo previsto. Al fin y al cabo, un proyecto de novela no es mucho más que una suma de conjeturas inestables, un plan vulnerable a las ocurrencias sobrevenidas. Por ejemplo, La metamorfosis de Kafka, que es muy corta, tiene la extensión perfecta para su desarrollo y no creo que soportase la extensión de David Copperfield, de Dickens, que, siendo muy larga, también tiene la extensión adecuada para su desarrollo y que desde luego no sería lo que es sometida a la extensión de la de Kafka. Esta novela mía podría haberla ampliado casi indefinidamente, porque su estructura abierta lo hubiese permitido, pero llegó un momento en que ese duende que se nos sienta en el hombro mientras escribimos me susurró: “Hasta aquí. Ya”, y le hice caso. En La gente he estado trabajando durante los últimos 30 años. No de manera continua, por supuesto, porque eso sería preocupante, sino esporádica. Ha habido años en los que ni siquiera la he tocado. Iba acumulando material, a la espera de atinar a armonizarlo algún día, cuando se me ocurriese el engarce necesario para dar un sentido a todo eso. Y ese engarce tardó en llegar. Y sí, pese a su brevedad, hay muchos personajes, porque se trataba de componer un mural de vidas insignificantes que, juntas y revueltas, formasen una trama coral un tanto extraña, un retrato de grupo inquietante.

—¿Qué puede avanzar del artificio que sustenta la trama?

—Quizá no resulta conveniente revelar los artificios de los que uno se vale para escribir algo, ya que en buena medida la sorpresa que puede deparar una novela suele residir en el artificio mismo, en el mecanismo que hace que el juguete funcione, por decirlo así, y que ese mecanismo se perciba lo menos posible. Lo importante, en fin, es que el mecanismo funcione, y mejor cuanto más imperceptible, ya digo. Pero, en fin, lo que me propuse fue concatenar una serie de estampas aparentemente inconexas que, de repente, formasen un dibujo unitario, algo que estuviese por encima de los personajes: un clima de época, y también un clima moral. Ese era el propósito. Que lo haya alcanzado o no sería otra historia.     

—Su pueblo natal, Rota, aparece citado expresamente como escenario. ¿Son reales en todo o en parte los personajes y los episodios narrados?

—Son una mezcla de realidad y fantasía, con predominio de la segunda. Algunas anécdotas son más o menos reales, al menos en la medida en que son reales los rumores que circulan por los pueblos, pero casi todo es invención. Para alguien de aquí, algunos personajes, los menos, pueden resultar reconocibles, ya que he tomado algunos rasgos de ellos, pero no son exactamente ellos. En algunos casos, me he comportado como el doctor Frankenstein, creando criaturas con trozos de varias, pero la mayoría son seres del todo ficticios. Me resulta más fácil crear un personaje de la nada que copiarlo del natural.

—En el fondo de la novela late la idea de que las identidades no son algo objetivo, sino una construcción que se fía a la interpretación o la perspectiva.

—Es que una cosa es lo que creemos ser y otra lo que en realidad somos, una cosa es cómo nos ven los demás y otra cómo creemos que nos ven los demás, y así sucesivamente. Es una cadena de malentendidos. Si en gran medida somos seres imaginarios para nosotros mismos, para los demás no pasamos de ser meros muñecos, entes ficcionalizados.

—“Los pueblos son un gran secreto comunal”, leemos, y no mucho después se dice que “la imaginación también conoce”.

—Sí, bueno, en los pueblos pequeños circulan muy bien y muy rápido las leyendas y los bulos. Cualquier rumor infundado asciende de inmediato a verdad irrefutable. Cualquiera puede ser víctima de un infundio, y eso es irredimible, así se resuelva judicialmente. Las mentiras pasan de boca en boca y de generación en generación. Es una especie de literatura oral ideada entre todos. Algo así como Las mil y una noches en versión municipal. Lo verídico tiende a olvidarse, porque suele ser aburrido e intrascendente, pero la mentira malintencionada tiende a propagarse, a magnificarse y a eternizarse. Esa implantación de la irrealidad en la realidad puede ser aterradora, pero también muy aprovechable como materia novelística. Ese vivir dentro de un espejismo… O de una pesadilla, según.

—Algunos de los pasajes abordan lo que llamamos memoria histórica.

—La secuencia de la novela abarca tramos de la época de la Segunda República, de la Guerra Civil y de la posguerra. Esos son los telones de fondo. En mi niñez, percibí el fantasma de la guerra. Era algo que aún estaba en el aire de una manera inconcreta. En mi familia paterna, la guerra era algo de lo que no se hablaba, al menos en mi presencia, y no porque alguien hubiese tenido una implicación directa en aquello, afortunadamente. Quizá por darlo como un espanto ya superado. No sé. Por la parte materna, pasaba todo lo contrario, ya que mi abuelo hablaba a menudo de su hermano pequeño, al que fusilaron los falangistas. Eso sí lo he metido en la novela, como homenaje a mi abuelo, que murió con 98 años acordándose a diario de su hermano y sin saber nunca en qué fosa común lo enterraron.

—Habitual en su narrativa, el humor convive aquí con ecos de tragedia, que en algunos momentos pueden ser tragicómicos.

—Creo que los toques de humor no se producen por intención mía, sino por las características de algunos personajes, que tienden por sí mismos a la comicidad desde la inconsciencia de resultar cómicos. No son caricaturas. Existe gente así, cómica por destino, digamos. Por naturaleza. Cómica a su pesar, a veces desde la pretensión de ser solemnes, que suele ser la manera más efectiva de resultar risible.

—El ojo que aparece en el colofón parece aludir a la capacidad de observación del protagonista, hasta cierto punto un espía de las vidas ajenas.

—El narrador de la novela tiene mucho de espía, sí. En gran medida, el escritor es un espía de realidades: observa y luego cuenta lo que ha visto o lo que cree haber visto o lo que libremente imagina a partir de lo que ha visto. Esta novela plantea en esencia eso: cómo nos convertimos en entes de ficción cuando alguien nos observa, interpreta nuestro comportamiento y nos atribuye una historia a partir de unos datos inciertos y engañosos, ya que la vida de cualquiera es una novela incomprensible incluso para uno mismo. Las conclusiones derivadas de la observación de los demás, en fin, son casi siempre inexactas, y muy a menudo injustas, pero somos así.

el autor

Felipe Benítez Reyes nació en Rota (Cádiz) en 1960. Entre sus novelas pueden destacarse El novio del mundo, El pensamiento de los monstruos, El azar y viceversa yMercado de espejismos, con la que obtuvo en 2007 el Premio Nadal. Sus libros han sido traducidos y publicados en Italia, Rumania, Portugal, Francia, Rusia y EE.UU. Ha obtenido el Premio de la Crítica, el Premio Ateneo de Sevilla de novela, el premio Fundación Loewe, el premio Manuel Alvar de ensayo, el Premio Hermanos Machado de poesía y el Premio Nacional de Literatura, entre otros. Ha traducido a T.S. Eliot, Vladimir Nabokov y Francis Scott Fitzgerald.

NOVELA | FUERA DE COLECCIÓN


La gente
Felipe Benítez Reyes
Distribución: 24/09/2025
EAN: 9788419132710
Código: 0010377397
15 x 23 cm / 160 pp PVP: 14,41 / 15 euros

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Fundacion José Manuel Lara